18/1/10

Amor corresponsal

("Amor corresponsal" es el tercer cuento de la saga "El amor en tiempos del kirchnerismo". Aquí pueden leer el primero y luego el segundo como para no entender nada que está pasando en este verano).


Amor corresponsal

Un día Pedro terminó de hacer Visión Siete Internacional y le dijo a Hinde si no quería tomar un café. Después de tomar un café juntos, como le sucede a la mayoría de las personas, Pedro e Hinde se enamoraron perdidamente. Y, como le sucede a la mayoría de las personas que se enamoraron perdidamente, Pedro e Hinde se besaron.

A pesar de que se enamoraron perdidamente, Pedro le dijo a Hinde que tenía que viajar a algún país de Medio Oriente a hacer una nota con algún líder de alguna organización que abogaba por alguna solución a algún problema respecto de un Estado en un lugar donde no lo había. A Hinde no le importó, porque era su trabajo. Era el trabajo de ambos, de hecho. Pedro viajaría a Medio Oriente y, a su vuelta, cubriría la gira del Papa por África. Significaban unas dos semanas sin verse y, si les molestó, lo disimularon.

El jueves anterior a la llegada de Pedro, la producción llamó a Hinde y le comunicó el fallecimiento de un corresponsal en un país latinoamericano donde ganaría una elección alguna fuerza de izquierda. Hinde se disculpó con Pedro por mensaje de texto, con esas disculpas que sólo se piden para que nos digan que no nos disculpemos, y Pedro le contestó caballerosamente, intimándola cariñosamente a no pedir perdón nunca más. De todas maneras se verían en vivo, a través de un móvil, ese domingo, cuando esa fuerza latinoamericana ganase las elecciones. Ciertos tipos, con el diario del lunes, dicen que se les notaba a la legua: Pedro le preguntó al aire que cómo andaban las cosas por el país latinoamericano, y ella le contestó que estaban eufóricos con la victoria de una fuerza de izquierda. Algunos insisten en pensar que se estaban diciendo: "¿cómo estás mi amor?, extrañándote mucho", en una especie de código que sólo manejan los corresponsales internacionales.

Pedro chiflaba mientras pensaba y armaba la valija, cuando se enteró de un golpe de Estado en un país vecino latinoamericano tan cercano al que Hinde recién abandonaba. Los años de periodismo le enseñaron a preveer las noticias, y siguió armando la valija pero ya no para volver, sino para dirigirse al país en cuestión. Intentó llamar a Hinde, pero evidentemente se encontraba en el canal, dando la noticia de ese golpe. Pedro estaría una semana más de lo que había planificado.

Justicia poética hubiese sido que los aviones, al menos, se cruzacen en el aire, pero lo cierto es que las rutas eran distintas, y mientras Pedro volvía a la Argentina luego de cubrir el golpe, Hinde viajaba a un país cercano a entrevistar al presidente depuesto y deportado. A Hinde le dio algo de culpa, que resolvió con un llamado que Pedro no alcanzó a atender, porque la valija que buscaba estaba muy alta y no alcanzó a oir el teléfono. Esta vez, se trataba de una valija más grande: el viaje comenzaba con una cumbre latinoamericana, pero luego seguía con un encuentro de la OTAN en Europa, y la asunción de algunos nuevos presidentes islámicos. La fraudulenta reelección de uno de esos presidentes, apostaría a Pedro en Asia algunos días más de los esperados.

Fue por eso que decidió, a su vuelta, proponerle a Hinde que vivan juntos. Pero las elecciones en un país vecino tenían a Hinde fuera del país. A Pedro le pareció raro que no le haya avisado, y algunos dicen que en el móvil del domingo, en el programa, el aire del cable coaxil se cortaba con una gillete. De todas maneras, Pedro seguía con la idea de mudarse juntos, y cuando Al-Qaeda asumió la autoría de un atentado en un país de la península arábiga, entendió que debía tener, antes de viajar, un gesto. Nuevamente, no se verían, y dejó en el estudio del noticiero una rosa, un juego de llaves y un papel: "¿te mudás conmigo?". A Hinde le dio ternura y respondió -a la distancia- afirmativamente.

Cuando Pedro volvió a su casa, encontró algunos libros nuevos, un poco de ropa desordenada, y la disposición del mobiliario un tanto diferente. No le dio demasiada importancia, pero tampoco fue un detalle menor. Quizás lo que primero notó era que ella no estaba: una asamblea de la ONU la tendría unos días afuera. Quiso aprovechar esos últimos días de soltería e invitó a unos amigos. Cuando quedó mano a mano con uno de ellos, su más íntimo tal vez, Pedro le contó de su situación. Hacía, por lo menos, tres meses que se había enamorado perdidamente de Hinde. Y no la había vuelto a ver. Aunque vivían, claro, juntos. El tipo, su amigo, se reclinó en la silla, y sentenció:

- Como todos. Todas las parejas, los primeros meses, parece que ni se ven. Es lo que suele sucederles a las personas cuando, por ejemplo, se enamoran.

A Pedro le causó gracia la afirmación, y estuvo pensando en lo que le dijo su amigo. Decidió que a la vuelta de Hinde le haría una comida, de esas que llevan salsa y que se comen con velas, y con un vino de más de treinta pesos. Por eso no le causó demasiada gracia que los presidentes latinoamericanos decidieran juntarse a debatir sobre unas bases extranjeras en el continente. Sobre todo, porque le avisaron que cubriría esa reunión mientras volvía del supermercado con la salsa, las velas y el vino de más de treinta pesos. Pedro pensó que sería una gran idea dejarle, aunque sea a ella, esa cena, así que la cocinó, comió un poco antes de salir, y dejó un papel sobre la mesa: "nuestra primer cena juntos". La mitad de esa cosa con salsa, la mitad de las papas y casi todo el vino le quedó a Hinde para su primer cena romántica. Sola. El gesto era, quizás, bueno. El síntoma era demoledor.

Aunque no lo hubiera puesto en estos términos, Pedro volvía al país a capitalizar aquel gesto de la cena, y esta vez la sorpresa no fue, solamente, no encontrarla (de hecho, era la ausencia la única constante). Antes de viajar a un país africano que celebraba algunos años de independencia mientras sus tribus rivales se batían a genocidio, Hinde había decidido que algo que afianzaría una pareja que no se veía por seis meses era la adquisición de un gato: la lógica era tan arbitraria como la de cualquier otro romance. Digamos que, si a Pedro no le molestó del todo, al menos no le pareció motivo de festejos. Pero debía devolver el gesto, y se le ocurrió que una pareja que se precie de tal debía, al menos una vez, ir al cine. Sacó un par de entradas para el día en que ella volvía. Ciertas entrevistas, y el auge de una epidemia mundial, alargaron el viaje de Hinde, y Pedro fue a ver la película solo, canjeó una de las dos entradas por una para el día en que ella volvía, cuando él viajaba a la premiación del Nobel de la Paz, y dejó otro cartelito sobre la mesa: "nuestra primer salida al cine". Acompañó la nota con algunos pesos para que ella vaya a comer después de verla y un sobre, además, con sus comentarios sobre la película, para que ella los lea después de verla, y pudieran intercambiar opiniones. Después de todo, así se cumplían todos los requisitos formales (ver la película, comer, comentarla), de una manera tal vez heterodoxa.

Hinde llegó ese día y jamás comprendió el desarrollo argumental de Pedro. Enojada, revoleó algunos objetos, pero los días pasaron y el desorden la fastidió. Juntó los restos materiales de su ira, los envolvió en un sobre y, mientras armaba la valija para asistir a una cumbre climática en Europa, escribió una nota: "nuestra primer discusión". Igual que Pedro, también decidió llamar a unas amigas, pero no le causó tanta gracia la observación de una de ellas acerca de la forma en la que deberían, eventualmente, concebir un niño (la obscenidad del chiste, además, incluía frascos y mecanismos individuales).

Ese día llegaban los dos juntos, casi a la misma hora, a la casa donde vivían juntos. Pedro llegó primero, tomó vista del último de los mensajes, y decidió quedarse a esperarla, a pesar de que cierta organización terrorista había asesinado a ciertos tipos con los que, evidentemente, no habían arribado a algún consenso respecto de algún tema. Cuando Hinde llegó, se sentó en gesto de que tenemos que hablar, y Pedro lo entendió al instante. Algunos dicen que es mejor no saber quién dijo qué cosa, sobre todo, porque parecían tan de acuerdo.

- Me parece que nos estamos asfixiando.

- Deberíamos tomarnos un tiempo.

- Nos mató la convivencia.

- Sí.

9 comentarios:

Verboamérica dijo...

Lo bien que hizo Pedro invitarla salir... Che, ojalá que se arreglen...

puzzle dijo...

Ese amor es más difícil que cagar en un frasquito , dijo el poeta !

Anónimo dijo...

Tomás, me encantó (y mucho).

Mendieta dijo...

"Todas las parejas, los primeros meses, parece que ni se ven. Es lo que suele sucederles a las personas cuando, por ejemplo, se enamoran".
Suele resultar que, así como el amor es ciego, el desamor es un microscopio detecta miserias.

Anónimo dijo...

¡Mendieta te viniste con todo!
aplausos

Leila Luna (ex Cosas dichas) dijo...

La particularidad de la escritura en formatos 2.0 es la apertura y la construcción colectiva, no? Bué, al menos una de las características de un contrato de lectura no tan canónico.
Lo anterior es abrir el paraguas para un aporte que se me ocurrió mientras leía mi best seller favorito, es decir, el amor en tiempos de kirchnerismo.
Donde dice
(...)"Aunque no lo hubiera puesto en estos términos, Pedro volvía al país a capitalizar aquel gesto de la cena, y esta vez la sorpresa no fue, solamente, no encontrarla (de hecho, era la ausencia la única constante)."(...)
Diría (yo):
(...) De hecho, era la distancia la única constante.

Sólo para que dispare otro cuento. Qué es estar lejos?

pablo dijo...

vengo a romper con el encanto del cuento. Esta no me la contaron, Pedrito, si es el que yo creo que es (efectivamente)es mas "posmo", solía curtir los viernes Zizek de Niceto.

Tomás dijo...

Yo le agregaría lo que dijo Mendieta y Leila y vamos 30, 30 y 30. Y donamos 10 para el Fondo del Bicentenario.

Emi dijo...

Que lindo todo lo suyo.
Un placer leerlo!
Le dejo un beso