12/3/12

Lucas Carrasco, autor de La Cámpora




Lucas Carrasco, autor de La Cámpora.

A Silvina Ocampo,
la Laura Di Marco
con derechos humanos.


La obra visible que ha dejado Lucas Carrasco es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia anti kirchnerista no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores -si bien estos son pocos y calvinistas, cuando no masones, circuncisos o comentaristas de diarios online-. Los amigos auténticos de Carrasco han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de empañar su Memoria... Decididamente, una breve rectificación es inevitable.

Hay aquí (sin otra omisión que una novela cuyo nombre no puedo recordar, pues su autor jamás me la regaló, como tantas veces prometió) la obra visible de Carrasco, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta del prólogo, los agradecimientos y todos los capítulos del libro “La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner”. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese “dislate” es el objeto primordial de este post (tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Lucas Carrasco. Pero, ¿cómo atreverme a competir con las páginas áureas que me dicen prepara Fuerza Bruta?)

Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa de Lucas. Uno es aquel fragmento filológico de Novalis -el que lleva el número 2.005 en la edición de Dresden- que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Carrasco abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos -decía, generalmente a la noche, mientras hablaba mal de los porteños- para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Carrasco dedicó su vida a escribir un La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner, calumnian su cuestionable memoria.

No quería componer otro La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner-lo cual es fácil- sino "el" La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Laura Di Marco.

"Mi propósito es meramente asombroso", me mandó un mail de esos casi nada grandilocuentes, el sábado 10 de marzo, desde Paraná. "El término final de una demostración teológica o metafísica -el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales- no es menos anterior y común que mi poco divulgada novela, que ya te voy a regalar. La sola diferencia es que los filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas".

El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Desconocer bien el español, estudiar Sociología en la UBA, escribir actualmente en La Nación, publicar Las Jefas, de Editorial Sudamericana, dar conferencias sobre liderazgo femenino, citar bocha de fuentes anónimas, mandar una catarata de puntos y aparte que abulten el libro. Denunciar adulteración ante la circulación de una copia gratuita de su libro. Ser Laura Di Marco. Carrasco estudió ese procedimiento (sé que logró un desmanejo bastante infiel del español) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible!, dirá el lector que conocía a Carrasco. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser en el siglo XXI una escritora de covers de notas previamente publicadas en otros medios le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Laura Di Marco y llegar al La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner le pareció menos arduo -por consiguiente, menos interesante- que seguir siendo Lucas Carrasco y llegar al La Cámpora..., a través de las experiencias de Lucas Carrasco. (Esa convicción, dicho sea de paso, le hizo excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del La Cámpora... Incluir ese prólogo hubiera sido crear otro personaje -Carrasco, otro más- pero también hubiera significado presentar el La Cámpora... en función de ese personaje y no de Carrasco. Éste, naturalmente, se negó a esa facilidad.) "Mi empresa no es difícil, esencialmente -leo en otro lugar del mail-. Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo".

Noches pasadas, al hojear el capítulo I, reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: «Muchachos, hay algo que tienen que entender. En política, hay dos clases de tipos: los que trabajan para un proyecto colectivo y los cogedores sueltos.». Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde con Lucas, a orillas del Paraná:

Where a malignant and a turbaned Turk...


¿Por qué precisamente el La Cámpora...? dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un cordobés, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un entrerriano, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. "La Cámpora...-aclara Carrasco- me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjección de Edgar Allan Poe:

Ah, bear in mind this Barden was enchanted!

o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de imaginarlo sin el La Cámpora... (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras). El La Cámpora... es un libro contingente, es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez íntegramente. Mi recuerdo general del La Cámpora..., simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Laura Di Marco, que apenas luchó contra la censura que implica poner a circular gratis un libro. Mi complaciente precursora no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y, sobre todo, de la invención, la hija no reconocida de la escasez de fuentes. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a
sacrificarlas al texto «original» y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer el La Cámpora... a principios del siglo XXI era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; dos semanas después, es casi imposible. No en vano han transcurrido dos semanas, cargadas de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner”.

A pesar de esos tres obstáculos, el La Cámpora... de Carrasco es más sutil que el de Laura Di Marco. Casi que un tarro de dulce de leche al sol también es más sutil que el libro de Di Marco, pero no viene al caso. El texto de Di Marco y el de Carrasco son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza). Es una revelación cotejar el La Cámpora... de Carrasco con el de Di Marco. Ésta, por ejemplo, escribió (La Cámpora..., capítulo uno, página 17):

Kirchner está tomando un whisky. A su hijo Máximo, en cambio, le gusta más el fernet.

Redactada hace dos semanas, redactada por el "ingenio lego" Di Marco, esa
enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Carrasco, en cambio, escribe:

Kirchner está tomando un whisky. A su hijo Máximo, en cambio, le gusta más el fernet.

El fernet, más rico que el whisky; la idea es asombrosa. Carrasco, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. O eso es lo que Carrasco, suponía, nos daba a entender.

También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Carrasco – hombre del Interior, al fin- adolece de alguna afectación. No así el de su precursora, que maneja con desenfado, un desenfado que limita con el lenguaje adolescente, el español corriente de su época.

No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo -cuando no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria. El La Cámpora... -me dijo Carrasco- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. Carrasco odiaba los brindis. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.

Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decisión que de ellas derivó Lucas Carrasco. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Lo subió a RapidShare. Multiplicó los borradores, cuando se los bajaban del servidor; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas. Permitió que fueran examinados por todos y cuidó que le sobrevivieran.

He reflexionado que es lícito ver en el La Cámpora... "final" una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la "previa" escritura de nuestro amigo. Desgraciadamente, sólo un segundo Lucas Carrasco, Dios no lo permita, invirtiendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas...

"Pensar, analizar, inventar -me escribió también- no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será".

Carrasco (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del Gordito de MegaUpload y de las atribuciones certeras. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea gratis para que levante en cólera Homero, o los gestores de sus dividendos. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a James Joyce el Ulises, ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?