3/4/08

Llenar la vida

Nos vamos a morir, y eso nos llena de angustia. Por eso escribimos, llenamos inútiles páginas de lo que creemos que debe ser la vida y por qué estamos en ella, pintamos cuadros y los observamos, tocamos instrumentos y vamos a lugares donde otros hagan música. Existe todo porque nos vamos a morir: la vida es un fetiche, el ocultamiento constante de una verdad que aterra. En ese ocultamiento, digo, está la felicidad y la tristeza, la agonía y el éxtasis: pero cuando ese telón se corre, a veces, nos encontramos con la muerte ajena y nos preguntamos, angustiantemente, por la propia.


No quedan, en la Tierra, muchas vidas como la que perdió Norberto Collado. Norberto nació en Cuba sabiendo que se iba a morir. Cuando descubrió eso, en ese lugar de la adolescencia que no tiene un número, Norberto decidió que había que llenar la vida. Llegaba la Segunda Guerra Mundial y Norberto se alistó en la Marina: eso, pelear una guerra por el futuro de la Humanidad, tenía que llenar una vida. Le gustaban los submarinos, y fue técnino de sonar para detectar e intentar hundir submarinos alemanes. En 1943, dicen las crónicas, Norberto Collado detectó lo que, luego sabría, era un submarino responsable de una cantidad enorme de desapariciones de buques en el Atlántico. Collado había detectado el U-Boat 176, el cuco que atormentaba el temple de varios generales de la Marina. Norberto Collado pensó, cuando la guerra terminó y lo condecoraron, que eso debía llenar una vida.


De regreso en Cuba, los días de Collado transcurrían en tranquilidad, y eso lo desesperaba. Entendió que lo que había que llenar, entonces, era una recipiente enorme que parecía insaciable, que no bastaba con pelear una guerra e irse a descansar: que la vida se llena a futuro, pensó Norberto. Comenzó a interesarse, luego de la Humanidad, por el futuro de su país y, así, conoció a Fidel Castro y a un grupo de combatientes que querían cambiar lo que él, suponía, había que cambiar.


En 1956, en unas condiciones totalmente diferentes a las de la década atrás -personales, históricas- Collado se encontraba frente al timón de un barco bautizado “Granma”. Le dio miedo, más que las turbulencias, esa valorización de la valentía por sobre la planificación: él, un metódico, abocado a una tarea a la que sólo lo unía haber estado en la Marina, alguna vez, en un intento por llenar su vida. Tras el arribo, heterodoxo, trágico, quizás delatado por alguien, Collado fue detenido hasta 1959, cuando sus compañeros de embarcación eran, ahora, el nuevo gobierno revolucionario. Tres años en prisión, pensó Collado, pueden vaciar hasta la vida de un hombre que peleó dos batallas por el futuro. Así que Norberto Collado se incorporó a la Marina Revolucionaria de Cuba para seguir en ese camino de ocultamiento de una verdad que abruma: la muerte, que tan cercana estuvo arriba de ese barco, pero que engendró vida.


En 1981 Norberto Collado fue designado como cuidador de una réplica de aquél bote que condujo. Durante estos años, dedicó a contar a quienes lo visitaban la historia de aquella epopeya. Ayer Norberto Collado terminó de descubrir la terrible verdad que hay tras aquél telón maravilloso que supo tejer y que se llama su vida. Y entendió que, a pesar de la angustia que genera morirse, vale la pena vivir la vida de esa manera para, el día que la muerte nos sonría, devolverle la mirada con orgullo, y entregarle una copa llena de luchas por el futuro. Norberto Collado comprendió, antes de morir, que la copa de la vida se llena viviendo para el futuro.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente, qué buen homenaje.

Tomás dijo...

Gracias. ¿Cierto que abandonás?