Brasil y Uruguay, se argumenta, no aplican retenciones y, sin embargo, están creciendo sin inflación. Esa es, obviamente, una parte de la realidad: la otra está en su historia más reciente. Esa es una fotografía, yo quiero ver el video entero de cómo llegaron hasta ahí. Específicamente, quiero mirar el video que muestre la dinámica de reforma del Estado de fines de los ochenta y principios de los noventa, luego de la crisis del proceso de industrialización por sustitución de importaciones (ISI: producir adentro lo que antes se traía de afuera). En Brasil y en Uruguay se dieron reformas del Estado. En Argentina, en cambio, hubo desgüace del Estado: no lo modificaron, lo desmantelaron, le quitaron capacidades.
Los motivos para esta diferencia son varios, la morfología política y social de cada país influye mucho: América Latina no es un cacho de tierra homogénea. Pero, básicamente, la estructura institucional brasileña es un obstáculo casi inquebrantable para desarrollar reformas de ese tipo. Brasil mantiene un federalismo acérrimo que muchas veces condiciona la capacidad del gobierno central de mantener un curso unidireccional de políticas. La política brasileña es coalicional, y esas coaliciones deben estar sostenidas en la representación de los intereses múltiples que alberga la arena política del Brasil. Esos fueron los obstáculos, entre otros, que impidieron el desgüace del Estado brasilero en favor de una reforma, al menos, más gradualista. De ahí que todavía conserve capacidades, herramientas de política económica que el Estado argentino perdió durante los años noventa.
En Uruguay, quizás, la cosa fue diferente. Aquí no hubo estructura institucional, sino un imaginario social que mantuvo y mantiene la idea del Estado benefactor, junto a una clase política que defiende la idea del Estado interventor. Y ese imaginario social se pudo ver expresado en herramientas de democracia directa que Uruguay aplica como nadie (por su tamaño, quizás): consultas populares y referéndums. Uruguay no quiso desarmar el Estado, quitarle los atributos por una cuestión casi de principios. El rol del Estado, si fue discutido, nunca fue ninguneado.
Argentina vivió la crisis hiperinflacionaria como un trauma imborrable. Argentina vio la crisis cara a cara (a diferencia de los otros dos países) y ese temor fue la base sobre la cual se legitimaron las reformas de Menem. Estabilizar ese avión que caía en picada fue su mérito: de ahí en más, sino querían volver a caer, todas las reformas que propusieran eran legítimas. Y, sobre todo, hubo que machacar constantemente que todos los problemas tenían que ver con la ineficiencia del Estado como empresario: que las empresas del Estado daban pérdidas porque el Estado no podía ni sabía administrar. Fundamental fue el rol, en este caso, de los medios de comunicación: fundamental fue el rol de Neustadt, diciendole a Doña Rosa que sus teléfonos no andaban y que no andaban por culpa del Estado, y que como el teléfono no andaba bien había que privatizar todos los servicios y ya no sólo los teléfonos. Porque quizás, objetivamente, los teléfonos andaban mal: lo que era una construcción absolutamente ideológica era que la única salida era privatizar los servicios, achicar el Estado. Y esa postura ideológica fue presentada como la única solución: y, así, porque los teléfonos andaban mal, se privatizaron hasta empresas, como Aerolíneas, que eran superavitarias.
Yo no me canso de decirlo. Hay miles de cosas que este gobierno (el anterior y éste) hace mal: nos desencantamos del kirchnerismo cuando se la jugó por la estructura pejotista de los intendentes del Conurbano. Cuando empezó a tragar sapos que había amagado con escupir. Pero ahora se está discutiendo, me parece, otra cosa: se está intentando recuperar para el Estado las herramientas de política económica que se habían perdido durante los años previos. Es un debate sobre la capacidad intervencionista del Estado. En esta nueva circunstancia, por el carácter inherente a la política, van a surgir tensiones con los intereses que se vean afectados: por eso el campo se queja ahora, que la intervención lo afecta, y no cuando se modificó la política cambiaria en su favor, o cuando se subsidia el gasoil (el subsidio, recordemos, es el fantasma contra el que la derecha pelea todo el tiempo cuando se trata de planes sociales, y jamás cuando el subsidiado es una empresa o un campo). Estoy a favor de las retenciones como herramienta recuperada de intervención estatal, porque reconozco que no es un elemento redistributivo inmediato, y una forma de frenar la inflación muy a corto plazo. Pero también estoy convencido de que “la mano invisible” (que, si se hizo pasar como tal, en realidad tuvo nombre y apellido, porque el mercado abandonado a la deriva es, en realidad, un oligopolio) fracasó.
Brasil no crece por abandonar la intervención, sino porque tiene políticas de Estado y, sobre todo, porque tiene un Estado que interviene. No es casual, no fue casual, que mientras nosotros entregamos el petróleo a Repsol-YPF y nos perdamos del barril a 117$, al Estado brasilero le pasó esto. Y no fue casual: no se les cayó la pelota en el mar y encontraron 500 millones de barriles de petróleo. No. Conservaron capacidades estatales. Y la lucha por las retenciones es la lucha por recuperarlas.
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