Probablemente es lo que más se le discuta al Gobierno y lo que mejor me parece que hace, y que hizo el anterior. Discutir con la prensa, y sobre la prensa, me parece una herramienta fundamental de democracia, sobre todo cuando lo que se conoce bajo el rótulo de “prensa” son, acaso, cinco diarios, cuatro canales de televisión, en definitiva, empresas de multimedios. Empresas que, como tales, obedecen una lógica racional de maximización de beneficios: rentabilidad, que le dicen.
Me parece que el que se vayan todos del 2001 también iba para los periodistas y ninguno se hizo cargo: al contrario, se embanderaron tras él y lo apuntaron hacia la clase política. Creo que el periodismo, esta versión empresarial digo, es una apuesta segura: no se juegan ni el trabajo, ni el prestigio, ni la credibilidad. Desde el púlpito de la libertad de prensa, cualquiera puede decir cualquier cosa sin sufrir ningún costo por el error, intencionado o no. Vale publicar una foto de un tipo parecido a Máximo Kirchner en la tapa de una revista y decir que era el hijo del Presidente sin serlo; vale hablar de la bipolaridad de Cristina Kirchner sin fundamentos; vale todo, cuando la publicidad oficial no llega -un error, tal vez, del Gobierno- realmente vale todo. Vale aclarar desde los noticieros el color de piel de los “manifestantes” de las cacerolas: eso no es discriminación sino información, descripción “objetiva”, libertad de prensa.
- D´Elia, ¿por qué vino acá? -pregunta el reportero.
- ¿A usted quién lo manda?
- A mí no me manda nadie, solamente queremos saber -responde.
Es un absurdo. El periodista no está ahí porque quiere saber sino, efectivamente como dice el Demonio de Camisa Negra, porque lo mandan. Pero no lo puede decir: sería como poner un cartel en una fábrica que diga “sonría, proletario, usted está siendo explotado para extrarle su plusvalía”. Así como el capitalismo encuentra sus formas fetichistas bajo las cuales esconde su verdadera esencia, así el periodismo empresarial debe mantener todo el tiempo la imagen, falsa, de la independencia. Y ese ocultamiento pasa por proclamar, todo el tiempo, que las noticias son cosas neutras que ocurren, y que no tienen que ver con la construcción, y que esa construcción no es parte de una línea editorial vinculada a los intereses de los accionistas de las empresas de medios. Nadie se olvida los titulares nefastos de Clarín cuando se acusó a Herrera de Noble de apropiación ilegal de menores.
No se puede hablar de la prensa sin ser fascista, y luego acusan de paranoia al Gobierno, cuando en realidad la clase política siempre está en tela de juicio y el periodismo es el mismo desde hace treinta años. No me trago la idea de Lanata de que no hay periodismo político en la televisión por persecusión del gobierno: no hay periodismo porque la televisión encontró rentabilidad en el entretenimiento al menor costo posible, con eficacia inmediata en la obtención de la ganancia. Creo que el periodismo se debe una autocrítica pero verdadera, creo que hace falta hablar más de su rol, creo en la propuesta de un observatorio de medios que controle las burradas, no para sancionar cuando se opina distinto, sino para sancionar cuando se cometen delitos, como discriminar, como decir una mentira para favorecer los intereses editoriales o como mostrar la imagen de una señora muerta, maniatada y violada a las siete de la tarde en un noticiero (como hicieron ustedes, Mónica Gutiérrez y Guillermo Andino, que después hablan de la violencia de los piqueteros). Y, la verdad, ni siquiera para que se los sancione: pero para que, aunque sea, recordemos, cuando señalan con el dedo a los piqueteros negros, quiénes son los que señalan, desde dónde nos hablan y por qué nos dicen lo que nos dicen.
2 comentarios:
A mí no deja de sorprenderme, y me pone bien, cómo dos persnas que no se conocen, no se vieron nunca, y viven tan lejos, piensen tan, tan, parecido, casi igual.
Y no se estarán enamorando...?
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