Yo no sé por qué estudia la mayoría de las personas. Lo primero que se me ocurre es que estudiar es un acto de fe increíble: una certeza de que no te vas a morir mañana. Me pasa cada vez que voy en el colectivo hasta la facultad: me da la sensación que la vida de un montón de nosotros depende de cosas tan frágiles, una luz de un semáforo que cambie en el momento exacto, la destreza de un albañil de hace cien años para construir un balcón como corresponde, la sobriedad de un millón de conductores, la reacción a tiempo de alguien que te ve cruzar la calle, pisa el pedal correspondiente, la casualidad de que todo un sistema eléctrico haga frenar el auto, que el auto frene. La vida pende de un hilo demasiado fino. Así y todo un montón de tipos estudian, estudiamos, basados en el absoluto convencimiento de que viviremos por siempre. Que el conocimiento sea acumulativo, que exija una ardua tarea que se supone eterna, es una ironía horrible que obliga a apostar todas las fichas en un juego que, por pura casualidad, puede terminar mañana.
Quizás si se hiciera una encuesta -alguien que intenta ir por el camino de las ciencias sociales debería hacer las encuestas en vez de imaginarlas- los resultados arrojarían que una gran parte, al menos, comenzó a estudiar para lograr un trabajo mejor remunerado, o con expectativas de que ese trabajo sea más interesante. A veces el mandato familiar, la pura inercia de que muchas personas cercanas estudiaron. Es probable que, al principio, uno lo crea. Quienes desandamos el camino de las ciencias sociales, sabemos que un trabajo mejor remunerado no es función de nuestros conocimientos: que hay muchos métodos para llegar a él, pero que el título de antropólogo, sociólogo, o politologo no es el más eficaz. Estudiar por ganar más dinero me resulta particularmente imposible: no podría abordar la lectura de un texto sobre, pongamos, el sistema político holandés pensando en que eso me dará el día de mañana un puesto en una empresa. Tal vez la universidad sea otra de las formas de no aceptar que la vida es una cosa mucho menos previsible y angustiosamente azarosa.
Las razones que encuentro para estudiar son mucho más personales. Por eso no podría lograr generalizaciones. ¿Por qué estudian los que estudian? No tengo absolutamente la menor idea. Sé por qué lo hago yo: y, si algo he aprendido en estos años de facultad, es que un sólo caso empírico, mucho menos si ese caso soy yo, no me permite hablar de la totalidad del universo.
Hay algunos momentos en los que estudio por un amor genuino al saber, por una cuestión casi platónica. En general, es cuando el conocimiento se me vuelve más accesible, cuando puedo hablar de lo que leí, relacionarlo con otras cosas, escribir parciales con palabras tan difíciles como "estructura organizativa", "determinismo", "consenso ortodoxo", y hasta aprendo palabras en otro idioma, como una vez que leía a Ricoeur y Heidegger y ahora sé una palabra en alemán que es "selbständigkeit" (que les juro que me la acuerdo de memoria, y que quiere decir algo así como "mantenimiento del sí mismo"). No quiero pecar de soberbia, pero si yo hubiese estudiado todas las materias de mi carrera con esta motivación platónica, la verdad es que hubiera aprendido muchísimo, y este blog por ejemplo se llamaría "Hermenéutica de la facticidad". Por suerte, el amor platónico al saber no es mi única razón por la que estudio. Digo por suerte, porque esta situación generalmente se me presenta dos, como mucho tres, veces al año. Y, aunque me sentara a esperar por el resto de mi vida, habría temas y autores que jamás lograrían despertar en mí un amor platónico por sus descubrimientos.
El resto del año, me las arreglo con varias estrategias. Un gran momento, que ayuda muchísimo a mi formación intelectual, es cuando se rompe algo adentro de mi casa y tiene que venir alguien a arreglarlo. Hace algunos días un señor vino a pintar el baño de mi casa y mi ritmo de lectura se incrementó por lo menos en dos o tres veces. Tengo algo de vergüenza: que el tipo esté ahí laburando, y yo tirado mirando Almirante Brown-Cambaceres del ´99 a veces me produce cierto sentimiento de culpa. Casualmente, hace dos o tres días el televisor dejó de andar, y eso también constituye una buena noticia. No soy un gran adicto a la televisión pero, por ejemplo, el fútbol me roba casi todos los domingos a la tarde.
En realidad, esta motivación por vergüenza académica está relacionada con otro tipo de auto-exigencia. Creo que tiene que ver con un deber moral hacia el estudio por el contexto social, político, lo que sea. El hecho de vivir en Argentina, en un país subdesarrollado, con altos niveles de pobreza, de injustísima distribución de la riqueza, hacen de la universidad un privilegio antes que un derecho. Incluso en países mucho más avanzados, EEUU entre ellos, las grandes universidades ya se pasaron al ámbito privado y dejaron de ser universidades para ser empresas. A veces creo que está mal estudiar sólo por el hecho de tener la oportunidad. Se me ocurre que se parece al argumento de una madre que le dice a su hijo que coma porque hay gente que no tiene para comer, como si el hecho de seguir comiendo solucionara los problemas de alimentación de los otros. Pero es un método eficaz: muchas veces que he tenido ganas de mandar todo a la mierda se me ocurre pensar en cuánta gente debería estar en mi lugar y no está, cuántos preferirían esto y no laburos de mierda. Se me ocurre pensar que vivo en un país que, con todos sus problemas, todavía intenta dar un espacio de educación pública y gratuita. Pienso en cuántos tipos se levantan a las cinco de la mañana a tomarse un tren hecho mierda para viajar hasta la otra punta del Gran Buenos Aires para laburar y pagar con sus impuestos el banco de la facultad que estoy usando. Se me ocurre pensar, por qué no, en el tipo que labura para organismos internacionales, o en consultoría privada, o que da clases en facultades privadas, donde ganan un sueldo digno, y sin embargo sigue yendo a dar sus clases en la UBA sin micrófonos para aulas enormes, sin ventiladores en verano ni calefactores en invierno (aunque sean los menos, digo, los que van y no llenan sus cátedras de ad-honorem).
Hasta acá parezco una persona honrada, decente, responsable. Despejemos dudas. Tampoco todo es tan poético. También estudio, es verdad, para irme a la mierda de esta ciudad.
Yo no odio a Buenos Aires. Tiene sus cosas malas, es cierto, como todas las ciudades. Me han pasado cosas increíbles en esta ciudad, que no me hubiesen pasado casi en ninguna otra. Acá es donde se me da la posibilidad de estudiar gratis. He conocido gente que de otro modo nunca hubiese visto. Pasé por lugares tan extraños que casi ni recuerdo. Buenos Aires es una gran ciudad, vale la pena conocerla y vivir en ella.
Pero Buenos Aires no es mi ciudad. Soy un inquilino, me siento un inquilino, se que estoy de paso por acá. La mayoría de los que venimos del Interior sabemos que no vamos a terminar acá. Reconocer a alguien del Interior es tan sencillo: nos notamos a la legua. Nos juntamos entre nosotros en todas las facultades, en las fiestas, en los trabajos. Caminando por la calle, es fácil reconocer a alguien del Interior. Por ejemplo, las personas del Interior no pisamos la vereda cuando el portero la está lavando. Eso, en cualquier provincia, es casi una ley natural. Acá, en Buenos Aires, ver a alguien que esquiva una vereda en proceso de limpieza es casi un soplo de aire fresco, el reconocimiento de un compatriota. Ni siquiera sé si mi lugar final es la ciudad que he abandonado: pero sé que se le parece mucho, y sé que Buenos Aires no es el lugar donde voy a vivir eternamente.
Por eso sé que cada texto que leo, que cada autor que entiendo, que cada viaje en el colectivo lleno hasta la facultad, es un paso más cerca de Olavarría. Es obvio el placer de leer, y es muy emocionante entender a un tipo que, hasta ayer, no sabías ni que existía. Pero no hay nada como ir a buscar una nota y descubrir que ya está: que tenés tres meses por delante de vacaciones en tu ciudad. No se compara con saber que la tarde de mañana vas a estar tirado en la casa de uno tomando mate y hablando del Chavo del Ocho, organizando un partido de fútbol 5, caminando hasta la casa de otro que no sabés ni siquiera si está, encontrándote con alguien que no veías hace mucho tiempo. No se compara caminar por mi ciudad reconociendo las calles no por sus nombres sino por lo que pasó en cada una de ellas, doblar en la esquina en la que alguna vez chocaste, o en aquella otra en la que te tomaste tu primera birra.
La anécdota de que Kant no salió nunca de Konigsberg siempre me entusiasma mucho. Nadie se está creyendo Kant acá. Pero entusiasma la idea de que uno puede llegar a hacer algo con su vida -repito, no ser Kant- sin tener que andar yéndose muy lejos. Si uno de los tipos que más hizo con su vida, pensar de una manera increíble, lo hizo desde su ciudad natal, eso nos da esperanza a los que ni siquiera apuntamos tan alto. Kant es una afirmación de pertenencia para los del Interior: casi una reivindicación del federalismo. ¿A que nunca les habían propuesto a Kant como un seguidor de Rosas?
Quién sabe por cuántas cosas más estudio.
Otra cosa que aprendí en estos años es que nadie se pregunta nada sino es porque está hinchado las pelotas de algo y porque quiere cambiar eso que lo perturba. Las mejores teorías, me parece, salen de las cabezas que explotaron frente a algo. Supongo que a Marx le rompería soberanamente las bolas el capitalismo (pavada de reduccionismo) y Nietzche estaría podrido de....demasiadas cosas. Yo, a esta altura del año (y espero que sea del año y no de mi vida), estoy hinchado las pelotas de estudiar, y por eso me pregunto por qué estudio. Cuestión de altura intelectual: un genio hinchado las pelotas escribe "El Capital", y un fulano cualquiera una estupidez como ésta en un blog. Pero alguna de todas esas razones, o todas juntas, me hace sentarme a leer a tipos que se desviven por saber qué es un régimen, y por qué es diferente de un sistema, en vez de irme a Plaza Francia a tirarme panza arriba al sol.
Primavera 2024 (88)
Hace 16 horas.
5 comentarios:
anda a estudiar bago en ves de escribir boludeces en la Internet
¡Oh anónimo amigo!
¡Cuántas pocas humanidades podrán comprender...
la paradoja
de llamarme vago...
con b...larga!
Ja, ja...esa capo.
porque eres demasiado VAGO, como para escribirlo con "V" corta.
o perdón omnipotente por tal terrible error, perdonen todos los dioses por tal terrible confusión y tal desprecio al arte de la escritura.
Al contrario, estaba yo elogiándolo.
"La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma" -decía Vallejo.
Gracias por compartirlo, fue interesante leerlo.
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