EL EMPLEADO DEL MES
Siempre caí en el facilismo de pensar que Stajanov era la versión estalinista de Superman. No sé si lo escuché por ahí, o fue una reflexión mía tan sesuda, propia de las que me ocurren en la tercera hora de cursada de alguna materia. Dicen los que saben de historietas, esto lo oí al pasar pues desconozco de todo tipo de superhéroes, que Superman fue una creación en respuesta a la Gran Depresión del `29, una forma de decirle a los norteamericanos lo grandiosos que eran, o que todavía podían llegar a ser. Alexei Stajanov era un obrero de minería producto de la emigración de los campesinos a la ciudad, luego de la colectivización forzada que impuso el estalinismo. La historia suele estar más o menos contada de forma romántica de acuerdo a las pretensiones del relator, pero incluso propagandistas anti-comunistas coinciden en que el ascenso de Stajanov fue producto de una hazaña en el mundo laboral. Se dice que Stajanov logró extraer 14 veces el estándar de recolección de carbón. Eran momentos difíciles para la URSS, el atraso tecnológico y económico auguraba para el estalinisimo una debilidad frente a Occidente, y las únicas formas de aumentar la productividad venían por parte de la variable mano de obra. Así empezaron las grandes ríadas de arrestos estalinistas, como forma de conseguir trabajo semi-esclavo. Así, también, comenzaron los incentivos morales para los trabajadores que aumentaran su productividad en las mismas horas de trabajo. Así, de hecho, ganó su fama Alexei Stajanov. Luego Stajanov se convirtió en un símbolo de lo que el trabajador debía ser: un enfermo alienado capaz de extraer 102 toneladas de carbón en una jornada que permitía 10. Era, para los buscadores de similitudes entre leninismo y estalinismo, la antítesis absoluta de lo que proponía Lenin: el trabajador comprometido ideológicamente, que ponía empeño, es cierto, pero que no dejaba su vida en una mina, sino que guardaba energías para la discusión política post-jornada. Stajanov fue paseado por toda la Unión Soviética como un modelo a seguir. Ingresó al partido y nunca más volvió a las minas: fue director de algunas fábricas, y funcionario del Ministerio de Industrias Carboníferas. Era la versión soviética del self made man occidental, el hombre que se hace desde abajo, el cadete de Enron que se hace millonario y luego quiebra su empresa, el universitario que diseña Windows en el garage de casa, o hasta el ferretero de Banfield que termina de Presidente de la AFA. En 1975 ya nadie paseaba a Stajanov en andas, y el obrero estrella ingresó a un hospital enfermo de delirius tremens.
Con su cajita feliz, un muñequito de Stajanov
SI TU VIEJO ES ZAPATERO...
La Historia no entra en el formato de diario ni el de televisión. Es demasiado grande. Por eso se explica con libros, documentos, testimonios. No se puede hacer caber la Historia en lugares que no fueron hechos para contarla. Por eso fracasan todos estos intentos: desde la historia masticada de Pigna&Pergolini hasta las constantes referencias reduccionistas de, por ejemplo, el diario argento-conservador La Nación. Lo que crece es una tendencia a contar la historia desde sus personajes, y peor aún, desde las condiciones psicológicas de los personajes. No entremos en el debate de la cientificidad de la psicología, pero al menos digamos que toda la Historia, incluso una gran parte de ella, no se explica por los sucesos personales de sus protagonistas.
Hace tiempo, por ejemplo, escuché o leí, vaya a saber dónde, que Pancho Villa descubrió a un oficial del Ejército violando a su hermana, que lo mató, y que el odio, el deseo de venganza del caudillo mexicano, lo convirtió en lo que fue. La explicación psicológica de la Revolución Mexicana, un proceso un tanto complejo para cualquiera que intente entender uno de los países que tuvo una seguidilla de presidentes asesinados por la época, debería llevar un poco más de tiempo. Pero el reduccionismo se contenta con que a la hermana de Pancho Villa la violaron. Buenas noticias para los futuros estudiantes: los manuales vendrán cada vez más pequeños y sencillos, plagados de biografías y señas particulares de los personajes. El sistema no existe, existen tipos que hacen cosas a su libre albedrío. Ya lo dice el viejo refrán que acabo de inventar: "todo aquél que sufre asesinatos familiares comienza una revolución, o continúa una ya hecha...". Como Blumberg...por ejemplo (me tiró el refrán a la mierda).
El diario El Mundo publicó en el 2004 una comparación de Stalin y Saddam Hussein. En formato de columna de opinión, mezclada con crónica periodística, más un poco de ensayo político-histórico, el menjunge de estilos resulta payasesco. Lo peor no es eso: lo peor es el tipo de comparación acerca de la vida personal de ambos actores políticos que, parece, han determinado la historia rusa tanto como la soviética:
"Los paralelismos son enormes: Gori, el lugar de nacimiento del georgiano Stalin, y Tikrit, la localidad natal del Sadam, están separadas por apenas 800 kilómetros de distancia. Ambos fueron educados por unas madres enormemente ambiciosas, maltratados por unos padres ineptos, imbuidos de delirios de grandeza por sus respectivos protectores que hicieron de padres con ellos (...) Estos tiranos son actores consumados. Stalin, hijo de un zapatero de Georgia, se reinventó como el típico padrecito zarista: distante y severo, pero bueno de corazón"
¡Pero qué boludos! Miles de hojas gastadas en explicar el estalinismo, doscientas mil investigaciones sobre tipologías de totalitarismos, discusiones eternas que no conducían a nada. Pero si la solución era tan sencilla: el papá de Stalin era un zapatero distante, severo pero de buen corazón...¡como hizo Stalin después cuando masacró al pueblo ruso!
No podía faltar, antes del genocidio estalinista, tenía que venir la revolución bolche. Lenin fue, en términos puramente estrátegicos, la cabeza política más grande que tuvo el siglo XX . Era el tipo que tenía a Rusia en la cabeza todo el tiempo, el panorama político de la época en mente cada vez que hablaba, escribía o hacía algo. En este punto, hasta llego a compartir que hay personas que pueden cambiar la Historia. Pero, incluso, si Lenin hubiese nacido en África meridional, tampoco hubiera sido quien fue. A su vez, la revolución rusa no hubiese tomado el camino que tomó sin la voluntad convencida de Lenin de que el traspaso al socialismo era posible sin una transición más larga por el capitalismo. Hubiese sido, quien sabe, otra de las revoluciones liberales. A pesar de las concesiones al conductismo, a la explicación de los sucesos por la voluntad de sus actores, la historieta no termina ahí. Todavía queda la posibilidad de seguir reduciendo más la Historia, como intentan los amigos de La Nación:
"la orden directa (de fusilarlos) la dio el fundador de la Unión Soviética, Vladimir Ilich Lenin, que había intentado acabar con el zar en 1903 para vengar la muerte de su hermano, Alexander Ulianov, ahorcado después de atentar en 1887 contra Alejandro III, padre de Nicolás II"
Pero claro, qué ciegos hemos sido. La carrera política de Lenin, la disputa con los mencheviques, la instalación de los soviets, el comunismo de guerra, el traspaso a la NEP, la sucesión al estalinismo, todo, absolutamente todo, se explica...porque el Zar Alejandro III ejecutó al hermano de Lenin tras un intento de magnicidio. Entonces, Lenin no intenta acabar con el zarismo porque comprende que las fuerzas de la Historia se encaminan hacia el socialismo, que el feudalismo es una forma atrasada de producción que debe caer inevitablemente, sino para vengar la muerte de su hermano. Usted me dirá, pero entonces por qué Lenin debatió en cuanto congreso existió, por qué publicó un diario de difusión de doctrina, o por qué tomó las riendas del gobierno soviético, si total ya había derrocado y asesinado a la dinastía Romanov. Buena pregunta. Si yo fuera reduccionista o redactor de La Nación, que es casi lo mismo, le diría que todo fue un plan orquestado, un maquiavélico Conde de Montecristo moderno, que utiliza el espacio político para una venganza personal. Como novela, la trama es apasionante. Como explicación de la Historia, un chiquitaje infantil.
LA NIEVE DEL DÍA 11
La melancolía actual de saber que, probablemente, no viviremos una revolución. La nostalgia, extraña pues hablamos de sucesos que ni siquiera hemos vivido, de los cuales tenemos recuerdos compartidos pero no experimentados, de afirmar y reafirmar cotidianamente que hay algo que no nos va a ocurrir. Algo, además de la inmortalidad. Los límites de la contigencia. La necesariedad negativa.
Todo ser humano, sólo por haber nacido, debería ser acreedor del derecho a vivir una revolución. Cualquiera sea ella, una revolución con minúscula, sin adjetivos geográficos. Todos deberíamos poder sentir una revolución: ser testigos del momento en que todo un conjunto de personas decide que no sigue jugando con esas reglas. Un millar de humanidades, una tras otra, que camina hacia un lugar que no sabe cuál es, y por el cual, sin embargo, se entusiasma como nunca lo hizo antes. Caprichosamente, decide que la partida quedó trunca, que se arranca de nuevo, pero que ahora quien elige las reglas, las condiciones y el tablero, son todas esas personas que caminan hacia la Historia.
La película "Los 10 días que conmovieron al mundo" es un documental sobre la Revolución Rusa, de la BBC (cuyo título es un homenaje al libro del periodista John Reed). Que sea de la BBC, podría querer decir propaganda anti-comunista. Y, sin embargo, es un recorrido increíble por lo que fue el caldo de cultivo de la revolución. Hace algo que la propaganda en contra de la URSS nunca podría haber hecho: hablar del contexto previo. Pero a lo que voy es a una frase, que me la tatuaría en el pecho si no le tuviera miedo a las agujas: "la nieve del día once cubrió a todos por igual". Es tan cierto: es increíble cuando cualquier manifestación artística encuentra las palabras exactas de lo que vos estás pensando sin poder hilvanar la idea con tanta claridad. En Rusia, vaso de vodka por la noticia, había nevado muchísimas veces antes de octubre del `17. Cualquier nevada, se sabe, es igual a la otra. Pero esta no lo era. Porque todas las veces anteriores que nevó en Rusia, nevó para los desposeídos de una manera y para la aristocracia zarista de otra. Para un noble la nieve era motivo de alegría, tal vez de románticos arrumacos contra su amada, o inspiración para un poema estúpido acerca de las semejanzas entre los copos de nieve y los cálidos rizos de su amante. Para los pobres, la nieve significaba perder la cosecha y, con ella, la vida. Ese día, el 18 de octubre de 1917, la nieve cayó igual para todos: porque, ese día, nadie fue el zar, nadie la aristocracia, nadie el desposeído. Al menos ese día. Después, obviamente, la discusión sobre el desarrollo del proceso revolucionario es otra: yo hablo del día, del momento de ebullición, del instante en que todo explota, en que unos se miran a otros sabiendo que están construyendo la historia. Hablo de las revoluciones, incluso, contra otras revoluciones que se estancaron, hablo de la Primavera de Praga, de Hungría, del mayo francés, de la primavera camporista para venir más cerca. Hay momentos de la Historia que todos merecemos vivir. Pero hay, también, determinismos que nos intentan convencer que nunca va a ocurrir nuevamente. Hay un pesimismo de la constancia que cala hondo en todos nosotros. Como el frío ruso.
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