Es una teoría que vengo hilvanando hace mucho tiempo, y que me atrevo a escribir porque la he contrastado en la comunidad científica, y con un pibe de la facultad que opina exactamente lo mismo que yo. Eso, para mí, ya la transforma en verdad científica, absoluta e irrefutable.
Hay gente, en esta vida, que está de relleno.
No es una afirmación de soberbia: no estoy diciendo que hay gente que desaprovecha su vida, y que no merece vivir, porque yo mismo desaprovecho mi vida todos los días y, sino merezco vivir, al menos no voy a ser yo quien levante la perdiz. Lo que yo creo es que hay gente que en realidad no está viviendo, que está puesta para ocupar espacios, y que nunca se renueva. No tienen identidad, ni familia, no comen ni se reproducen, no tienen necesidades biológicas. Son extras del mundo, decorados dispuestos por un Director Supremo para hacer nuestras propias vidas más interesantes, o trágicas, o lo que sea.
Hay muchas clases de extras.
Están los ocupantes de colectivos. Cuando uno ve un colectivo abarrotado de gente, lo primero que se pregunta es cómo es posible que, en ese amontamiento de personas, haya alguien en el último asiento, tras toda esa marea humana, que esté realmente sentado. Uno reflexiona, supone que esa gente debe subirse al colectivo incluso antes que el propio colectivero, en las playas de estacionamiento, y pasa todo el día sentada allí. Yo creo que esa gente está diseñada por alguien para estar allí para siempre, en los últimos asientos del colectivo, inermes, incapaces de emitir un sonido, de expresar un sentimiento. Creo que si uno los toca, incluso, podría sentir que son de tergopol, pero deben poseer algún mecanismo, eléctrico quizás, para que nadie pueda acercarse a ellos. Son ocupantes de asientos que generan un odio necesario en todos los que viajan parados, pero también un sentimiento de compañía cuando el colectivo viene más o menos vacío, un remedio pasajero al sentimiento de soledad.
Compañeros de secundario que nunca volvimos a ver, que no sabemos qué ha sido de sus vidas, que el imaginario popular los ubica trabajando en España, o casados y con varios hijos. Es mentira. No existen, no están más, estuvieron puestos ahí para rellenar las aulas de los colegios públicos y luego desaparecieron para siempre. Los compañeros ignotos de secundaria también son extras, y me da terror pensar que me senté junto a ellos sin darme cuenta de nada. Qué ciego, a veces, he sido.
He conocido, en mi corta y larga vida, tres orientales. Un coreano, compañero de primaria, y dos taiwanesas. Al primero, jamás volví a verlo. Cuando me encuentro con compañeros de primaria, les pregunto acerca de su vida. Asustados, ocultando una verdad que se niegan a ver, me dicen que ha vuelto a su Corea natal, que a veces viene. Sudan, mientras me mienten, porque ellos tampoco lo han vuelto a ver. Las dos taiwanesas, se supone, siguen en mi ciudad y hacen comida china. Yo jamás las he visto. Me atrevo a afirmar que los orientales no existen. Que son una clase especial de extras, revolucionaria, que quizás en alguna época se rebelaron contra el sistema de extrismo. De hecho, creo que todos los japoneses que conocemos no son sino extras que han decidido tomar protagonismo en el escenario humano, que han roto las cadenas de la opresión, se han escapado del muro que los contiene y ahora se han afirmado como verdaderas personas.
También son extras los tipos de la primera fila de cualquier tipo de espectáculo. ¿Por qué nunca conocí a nadie que estuviera en primera fila de algo?. Porque no existen, porque nadie los conoce, pero no nos atrevemos a decirlo.
Hay unos que los detesto y que están destinados a animar fiestas de quince y casamientos. Uno pregunta, en la única recorrida que va desde el baño hasta la mesa, quiénes son esos que están bailando toda la noche, y que incluso incitan a otros a bailar, y nadie sabe quiénes son. Ni los invitados, ni los anfitriones: son extras destinados a fingir alegría eterna. Sirven al Universo para contrastarlo con nosotros, los que no bailamos, los que sufrimos cada fiesta como una tortura. Estos tipos están diseñados hegelianamente para que nosotros nos definamos respecto a ellos: para que nuestra amargura resalte en todas las fiestas.
De lo que no estoy seguro, y mis investigaciones continúan por ello, es acerca de la entidad de estos seres. Algunas corrientes argumentan que son hologramas especiales creados por un Superior, que cuando terminan de cumplir sus funciones, por ejemplo de ocupante de asiento, directamente desaparecen, como si un rayo gamma (no sé qué es un rayo gamma, pero siempre quise decirlo) los fulminara. Todos los días el proceso se reitera: nunca hay un extra igual al del día anterior. Particularmente, me inclino por la idea de que hay barrios ocultos, una selva de monoblocks idénticos uno al otro, donde estos sujetos habitan en una situación de semi-cautiverio. Son una especie de Joseph´s K´s kafkianos, orwellianos en algún punto, vestidos de grises, monótonos, que vienen a la ciudad a cumplir sus rutinarias tareas, exactas todos los días, y vuelven melancólicos y tristes a sus hogares, sin familia, sin perros, sin nada que los motive a seguir. Pero fueron criados en una Escuela Mundial de Extras, donde se les enseñó que esa era su vida, que no tenían libre albedrío, que su misión en el mundo era ser ocupantes de espacios vacíos. Sacrificarán sus existencias en pos de un escenario más interesante para la Humanidad: fueron adoctrinados hasta el hartazgo, y están convencidos del valor altruista de sus existencias. Son máquinas humanas, autómatas de la formación de estructuras para el desempeño del resto de la civilización.
Voy a seguir con mis investigaciones, aunque tengo un poco de miedo. Quizás he descubierto una verdad que altere el sentido del Universo. Tal vez, quién sabe, ahora me secuestre un negro grandote y me ofrezca un par de pastillas: una para ver la verdad, y la otra para olvidarla por siempre y continuar con mi vida normal, viajando parado en los colectivos, olvidando algunos compañeros de secundaria, sentándome lejos de las pistas de baile de las fiestas. No me atrevo a decir cuál elegiría. Creo que para eso lo escribo aquí. Para que si dejo de hablar de este tema, por haber elegido la pastilla del olvido, al menos quede un registro físico de esta teoría, y algún valiente recoja estas palabras para ir hacia la verdad. Tal vez, sin darme cuenta, esté hablando sobre el sentido de la literatura.
Primavera 2024 (88)
Hace 14 horas.
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