("La secta Gregorio" es el octavo cuento de "El amor en tiempos del kirchnerismo". Los anteriores están yendo para abajo).
La secta Gregorio
Lo que es cierto es que todo empezó como una joda. Porque mi hermano Pablo tiene dos pasiones: su profesión, la Historia, y comerse una trucha al lado del río en nuestro Santa Fe natal mientras hablamos boludeces. Aunque hablamos boludeces sin necesidad de una trucha. Pero cuando junta sus dos pasiones, esto es, la Historia y hablar boludeces, charlar con Pablo debe ser una de las experiencias más satisfactorias que he vivido.
Nos gustaba la idea de la conspiración como motor de la Historia, y a mi hermano Pablo le encantaba inventarlas. Eran fábulas históricas que inventaba el tipo, eran mentiras -como él las llamaba- "empíricamente comprobables". Hay que decir que mi hermano Pablo tenía un humor de la puta madre. Era de esos tipos que cuando dicen algo gracioso, mantienen la rigidez de su rostro, reafirmando la barbaridad que están diciendo. Yo lo vi con mis propios ojos, con qué sino, inventar una secta de personas con estrabismo, de todos sujetos bizcos intentando la quimérica dominación mundial (charlamos mucho, ese día con mi hermano Pablo, sobre lo irrealizable de la dominación mundial: ¿de qué servía dominar el mundo, si un mundo dominado no puede reconocer el acto mismo de dominar? Dominar todo niega la existencia misma del poder, el objeto a de cualquier proyecto político). Lo vi inventar la secta sin ninguna investigación previa más que su imaginación, espontáneamente frente a mí. Al borde del río, comiendo una trucha en nuestra Santa Fe natal, lo vi nombrar a aquella congregación como la secta Gregorio: "un ojo fijo y el otro giratorio". Años después me enteraría que él no había inventado esa rima, pero me sigue fascinando su capacidad de traerla a cuento.
Igual me dio un poco de miedo. Porque las otras conspiraciones que Pablo inventaba las olvidaba a la semana. Pero con la secta Gregorio las cosas cambiaron. La casa se convirtió en esas escenas de películas de gringos paranoicos: recortes de diarios en las paredes, libros acomodados azarosamente en el suelo, persianas americanas levantadas con dos dedos para espiar hacia afuera. Pablo hablaba de Jean Paul Sartre como el guía espiritual de la secta, El Estrábico le decía. Y lo citaba: "El Infierno son los otros", me decía Pablo, "el Infierno son los que no tenemos estrabismo. Los traidores no bizcos".
La verdad es que se había vuelto desgastante visitar a Pablo, y pasé el último tiempo en Argentina llamándolo por teléfono una o dos veces por mes, haciendo lo posible por evitar el tema de la secta. La crisis del 2001 me envió a España y recién volví a tener noticias de él, cuando en mayo de 2003 me llegó un mensaje de texto: "Llegaron. Es bizco, el tipo es bizco".
Inmediatamente supe que se trataba de él, de Pablo, y tardé unos días en descubrir qué tipo era el bizco. Si hubiera sabido el desenlace, tal vez no me hubiera sonreído, pero recordé la caída de las tardes en Santa Fe, la emoción que le ponía Pablo a sus conspiraciones, y cuando vi que el presidente de Argentina era bizco, no pude evitar pensar en la secta Gregorio: un ojo fijo y el otro giratorio. El chiste funcionaba. Pero mi hermano enloqueció y mi vieja me llamó para advertirme: yo volvía para las fiestas y no quería que me lleve una sorpresa.
Pablo estaba demacrado, había dejado de dar clases en la universidad, y resultaba imposible mantener una charla coherente con él. Después del papelón que se mandó en Navidad, cuando lo cagó a gritos al Rúben, el pibe de mi tío Alberto, que tiene los ojos más desbalanceados que yo vi en mi vida, me sentí tan culpable que decidí quedarme en Argentina. Le pedí a Ruth, mi mujer española, que se venga conmigo y ella decidió sanamente que no. Me mudé inmediatamente a lo de Pablo y él entendió el mensaje. Pero para Año Nuevo ya lo habíamos perdido de nuevo. Eran las once y media, y Pablo no había llegado.
El texto del mensaje contenía una amenaza y una ubicación. Era Pablo, nuevamente, y me citaba en el Malba. Claro que ya nada me parecía raro: sí, era 31 de diciembre, casi las doce y yo estaba parado afuera del Malba, escuchando a mi hermano que me chistaba desde un balcón y me pedía que subiera. La sorpresa fue que existieran, que la paranoia esté justificada, que estar chiflado no quiere decir, necesariamente, que las alucinaciones no fuesen empíricamente comprobables. Ahí estaba, reunida, la secta Gregorio, el cuadro gigante de Jean Paul Sartre como fondo, la frase sobre el Infierno y los otros, todos los sujetos, todos, bizcos. Todos menos uno: uno que, desnudo sobre una mesa, esperaba el rito de iniciación. Digamos que uno no ve todos los días a un Presidente de la Nación, pero también digamos que uno no ve, nunca, a un presidente vestido totalmente de blanco, sacándose una capucha y pronunciando en un perfecto francés: L'enfer est autre . La secuencia fue terrorífica: el joven desnudo en la mesa preso del éxtasis orgiástico de la reunión, su propia voluntad alienada, un canto en latín y sus ojos que comenzaban a torcerse. Fue allí cuando el Presidente se sacó la capucha, esperó hasta que los ojos del joven dispararan en direcciones opuestas, y sopló sobre ellos, confirmando científicamente el mito de que soplar a quien se pone bizco lo convierte, definitivamente, al estrabismo. La secta Gregorio reclutaba un bizco más.
Nos aseguramos de que no nos vieran salir, pero las precauciones le parecían vanas a mi hermano Pablo. Él decía que no importara lo que hiciéramos, que ellos sabían que habíamos estado ahí. "Los bizcos lo ven todo. Lo ven todo y aún algo más", repetía incansablemente. El día que encontraron muerto a mi hermano en su departamento de Congreso, supe al fin que todo aquello no había sido ningún sueño. Acaso dejo estas líneas como un testamento de quien soy antes de que me encuentren. Porque no tengo el coraje de mi hermano, y es posible que sucumba ante el dolor de sus torturas y uno de mis ojos quede fijo. Mas el otro, en cambio, será giratorio.
Primavera 2024 (63)
Hace 19 horas.
3 comentarios:
De madrugada cuando despierto insomne observo primero la biblioteca que está al pie de mi cama, luego la que está a mi izquierda y por último la de la cabecera. Miro los libros prolijamente acomodados en sus estantes y puedo leer El amor en tiempos de Kirchnerismo (el relato que se encuentra inscripto en los símbolos de mi habitación como lugar).
No hay poder sin resistencia, fórmula que a muchos les cuensta comprender. "hay historia en la medida que la gente se rebela, resiste, actúa". Cuando las instituciones quieren arrogarse una capacidad totalitaria, lo que buscan es el fin de la historia. (Eso le gustaría a Pablo)
PS: y eso que le dije en Twitter
Insisto estimado Tomas, Gargarella es un personaje infinitamente mas rico que Claudio. Mirá sus últimos post!. Leo asiduamente, y coincido, con tus análisis antropológicos del dipu-economista, pero con este...ni punto de comparación.
Perdon por comentar por fuera del post.
Anonimo Lector
muy bueno, la secta de Gregorio!!!
Publicar un comentario