Yo, desde la tribuna, desensillo hasta ver si fue gol.
El partido está jodido, eso se sabe en las tribunas, en el banco y en la cancha. Hay un problema grave: en la tribuna no alcanzan a ver si en la cancha se están dando cuenta de que el partido está jodido, y hay murmullos. A veces, desde la tribuna, queremos más tribuneros y menos tácticos. Por eso hicimos una bandera bancando al 5, un barbeta que le dicen el Chivo y que deja todo en todas.
Entonces un día, a los 28 minutos de Junio (el tiempo es extraño en este partido) se viene un contraataque feroz, fulminante. Sí, la pelota pega en el palo, no termina de ser gol, aunque todos se dan cuenta de que la cosa viene mal. El equipo contrario no sabe, todavía, cómo hacer un gol: aunque lastima, lesiona jugadores y a veces mete miedo a nuestro arquero. Pero la pelota pega en el palo y rebota, larga, hasta la mitad de la cancha. La tiene nuestro equipo, el diez la pone abajo de la suela y levanta la cabeza. El 9 pica solo, casi sin marca. Hasta el equipo contrario lo sabe: se la tiran al nueve a la cabeza y es gol casi cantado. Este 9 es así: todos le tienen un poco de miedo, todos hablan de él y una vez que lo nombran no hay tutía. En la tribuna se agarran del alambrado, desde el banco largan una puteada alentadora, el equipo rival se agarra la cabeza pensando en que le van a descontar, y el diez la sigue pisando. Juega con una incertidumbre peligrosa, esa que lo caracteriza, y mira para un lugar que no está mirando casi nadie, una rencilla con un rival que se transformó en una obsesión. Y entonces se la tira al 11 que viene corriendo desde atrás. El 11 es un lagunero, un virtuoso con la pelota en los pies.
En la tribuna algunos putean: no les gusta el firulete de más, los caños se tiran 2 a 0 arriba, el altruismo futbolero, la jugada de más por la jugada misma, ha muerto. Eso sí: dicen que uno del equipo de ellos está con nosotros. El 2 de ellos, que tiene que marcar al 11, lo va a dejar pasar. El 2 de ellos juega hace veinticinco años en el equipo, un gordo impresentable que se comió a todas las jóvenes promesas del club, apretando dirigentes, manejando guita grande del club.
La pelota la tiene el 11 y desde la tribuna se escuchan los gritos: al 9, la puta madre, dásela al 9. Todavía es posible. Yo me siento, para ver la jugada. El 11 va con pelota dominada y todavía le puede tirar un centro al 9 y hacer un golazo, con doble valor, porque ahí sí el firulete de más cobraría valor de genialidad. Pero si la pierde, ay si la pierde. Porque el 11 tuvo también sus enganches de más, pelotas que quiso acomodar al segundo palo y terminaron en el banderín del corner.
Yo sigo sentando esperando. Soy un resultadista incurable, agarro la cadenita que me cuelga, le prometo algunas cosas a algunos dioses y me contengo de putear. Los nervios me ganan, me agarro del alambrado porque sospecho que la cercanía con el 11 podrá cumplir mi sueño: que, sin demasiadas gambetas, le tire un buen centro al 9 y hagamos un gol rápido. Porque hay que empezar a descontar, y quedan, apenitas, dos años de partido.
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1 comentario:
Muy linda alegoría, compañero.
Justo ahora que estamos ganando una pulseada memorable en relación al fútbol el nuestro, el de los túneles y sombreritos, el del loco aferrado con las dos manos al alambrado y el 2 que cierra con los dirigentes.
Que el 9 o el 11 la metan, da igual cuál sea de los dos.
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