19/12/07
Cuentos de Navidad
Hace 2007 -¿2006?- años el hijo de un zapatero y un ama de casa muy pero muy religiosa tenían un hijo. Le pusieron Jesús porque su madre tenía problema psiquiátricos y veía cosas: entre ellas, un ángel, de esos ángeles que, más que ángeles, parecen tías (por la insistencia de poner un nombre y no otro).
Ese hijo de un zapatero se volvió hippie y fundó la secta palestina que más adictos -en todos los sentidos- tendría en el mundo: se llamaría cristianismo por aquél niño que se suponía a sí mismo el Mismísimo Hijo de Dios, a pesar de los reclamos vanos del zapatero. Nadie cuenta la historia de José: pelear la paternidad de un niño nada más y nada menos que con Dios, esa sí es una batalla.
Los 24 de diciembre, hijo, el mundo occidental (¿lo ves?, de esta rayita para este lado) festeja el nacimiento de aquél niño, concebido por un espíritu -santo él- y un ama de casa que, al revés de lo que te han enseñado en Educación Sexual, jamás de los jamaces ha fornicado, a pesar de la evidencia concreta de un crío. ¿Por qué nos hacemos regalos, hijo? Pues no sabría decirte, si aquél hippie vestía harapos, cuentan, y se despegaba de lo material. Lo que ocurre, tal vez, es que en nombre de aquél palestino muchos han hablado, y cuando él habló no fue para nada concreto (que es la mejor forma de no decir casi nada). ¿Que por qué ese gordo vestido de rojo baja por nuestra ventana, abrigado hasta el cuello en pleno verano? Pues ese gordo era parte de una festividad finlandesa, y luego la empresa Coca Cola lo volvió comercial, le cambió los boquenses azul y amarillo por el rojo y blanco, y lo instaló como un producto (que es lo que suele hacer casi todas las empresas, hijo).
Una gran cantidad de gente no cree en nada de eso: ni en la estrella fugaz, ni en la virginidad de la susodicha, ni en los tres musulmanes reyes magos, pero la mayoría de la gente, sobre todo, no cree que ese palestino de clase baja que nació en un rancho haya sido el enviado de dios. Y millones han muerto en esa disputa: entre los que dicen que sí, y los que dicen que no. Parece absurdo, hijo, pero es bastante así.
Un pino cubierto de nieve, un gordo abrigado hasta los tuétanos: la Navidad es patrimonio del hemisferio norte, y nosotros no podemos sino aprehenderla y adornarla con detalles nuestros: tíos borrachos, comida fría, cerveza helada desde las siete de la tarde, boludos autóctonos que se sacan un ojo con un corcho. Aquél palestino hijo de un zapatero (¡como Stalin!) causó mucho daño: no se si fue su intención, si ocurrió sin querer queriendo, si los que hablaron en nombre de él no supieron -tal vez no quisieron- comprender. Festejamos la Navidad como excusa, hijo, pero ni se te ocurra derramar una lágrima delante del pesebre. Mejor llora por todos los que murieron discutiendo -discutiendo con el filo de la espada- la imbecilidad de su origen divino.
13/12/07
Gambeteando molinos
(Digo, para aclarar: no vale tomar este argumento, llevarlo al extremo y acusarme de macrista. Considero que la política debe estar fundada en la discusión, pero de otra clase. Aquí hablo de otro tipo de debate, menos importante pero más constante y cotidiano, un debate menos profesional pero más agotador e infecundo).
La última discusión en la que sentí placer versaba sobre la posibilidad, las causas y las consecuencias de llenar una pileta con gelatina. ¿Acaso moriría un sujeto arrojado allí dentro?, ¿cuántas cajas del producto en cuestión serían necesarias?, y la pregunta, fascinante, que provocó sobre mi espíritu indiferente una sensación de fascinación: ¿cuánta gelatina habrá, hoy, en el mundo?
El Quijote me parece una obra maestra. Y el personaje me encanta. Un señor que se llamaba Ricoeur, y al que nunca entendí demasiado, hablaba sobre la importancia de la lectura de novelas en términos de juzgar nuestros propios valores en referencia a los personajes (o algo así). A mí la lucha del Quijote contra los molinos de viento siempre me había resultado una metáfora fascinante de lo que yo quería ser: el valor, positivo en aquella época en que leía El Quijote, de la testarudez. Chocar cincuenta veces contra una pared me parecía un gran mérito, si la pared debía ser tirada. Hoy, tal vez, encuentre la virtud en aquellos que gambetean el molino y siguen su camino con la cabeza sin abolladuras, mirando el molino que dejaron como una enseñanza, como un símbolo de las discusiones que sí valen la pena enfrentar. Muchas de las cosas que estoy dejando pasar, molinos inquebrantables que no pretenden ser derribados, están enseñándome a discriminar las discusiones y no caer en la tentación sofista de la discusión por la discusión misma.
4/12/07
Tomar La Bastilla
La cárcel va a ser eso de lo que dentro de cien o doscientos años, las futuras generaciones se nos van a cagar de risa. Así como a nosotros nos parece una imbecilidad que hace dos o tres siglos la gente pensara que dios investía a un tipo con la categoría de rey, y ese tipo era su enviado personal en la Tierra, dentro de cien años los habitantes del futuro se morirán de la risa.
- Alumno Gómez, ¿qué hacían en el siglo XX y XXI con quienes violaban la ley?
- Los metían en un edificio en mal estado, los encerraban en unas jaulas de hierro, los alimentaban mal, dejaban que se contagien enfermedades de la época –como el SIDA –los humillaban...
- Bien, Gómez, ¿y quiénes iban presos?
- Iban presos los pobres, señorita, los metían presos por una figura legal que se llamaba “prisión preventiva” y que servía para encarcelar los pobres que sobraban del proceso de producción. Los ricos, en cambio, podían dar parte de su fortuna al Estado, o simplemente demostrar buena predisposición frente a la justicia, consiguiendo la amistad de un juez, y así nunca iban presos.
- Vaya, Gómez, tiene un ocho.
Alejando más la lupa: un sujeto nace. Se le imponen –vía aparato ideológico llamado escuela, familia, sociedad –una serie de reglas. Que la propiedad privada debe ser respetada a toda costa, que la nación y la patria significan alguna cosa, que él es parte de esa cosa, y que esas reglas no pueden ser, nunca, cuestionadas. Que, incluso, a distintas condiciones materiales de vida, las reglas deben ser respetadas por igual. Me pregunto, les preguntaría el sujeto: ¿acaso no deberían esas reglas asegurar la supervivencia de la persona? Digo, les diría el sujeto, que si la aceptación de las reglas supone poner en riesgo la supervivencia, entonces las reglas carecen de sentido, son un fin en sí mismas. La propiedad valorada por encima de la vida: una regla esencial del sistema. Entonces el sujeto decide que es mejor robar que morirse, y termina preso. O simplemente termina preso por vivir en un lugar y no en otro, por robar de una manera y no de otra, por no robar pero aparentar que roba, por usar unas prendas de vestir que la policía, tan lombrosiana, asocia directamente con la delincuencia (por otra arbitrariedad, supongamos).
Las reglas no son bien impuestas, alguien las incumple y termina castigado: preso, en condiciones infrahumanas. Las falencias de una sociedad que no es capaz de explicar su sentido de ser: la paradoja de valorar sus reglas por encima de la vida la vuelve incoherente, y así, necesita unos barrotes de fierro para explicarse. Al tiempo un supuesto motín, a veces una venganza de los guardiacárcel, una pelea entre ellos mismos, termina con la vida de algunos. Y los medios, siempre, titulan que quienes murieron fueron presos y no gente. Y no hay marchas con velas blancas en las manos. Y no hay llantos de familiares de las víctimas. Y la indignación no es tanta como la de Cromagnon, la de la Amia, la de los muertos por secuestros. Y debería, pienso, ser la muerte que más nos debería conmover y enfurecer: digo, porque son los primeros sujetos a cargo del Estado. Es el Estado el que decide encerrarlos, mantenerlos bajo su tutela, y los mata. Todas las otras muertes ocurren bajo su jurisdicción: pero las muertes en la cárcel son su responsabilidad directa, él es quien decide la ubicación de un montón de tipos en ese lugar y momento.
No debe haber sido casualidad que la Revolución Francesa haya empezado con la toma de La Bastilla, una cárcel. Las victorias sobre los símbolos son, en la revolución, más importantes que las victorias militares. Nunca la arbitrariedad estuvo mejor representada que en una cárcel de un gobierno monárquico y absolutista. La secularización, la legitimidad democrática, no tardó en suplantar un tipo de cárcel por otra, similar y diferente: más burocrática pero menos apelable, igual de arbitraria pero más abstracta y racional. No, las casualidades de la Revolución no existen, y destruir caprichos es una de sus tareas: quizás es hora de volver a tomar La Bastilla.
28/11/07
12/11/07
Un caballo en el placard
Lo que ocurre es que la memoria es selectiva. Y entonces he escondido este recuerdo en lo más hondo de mí: la represión de los miedos freudiana, el terror escondido en el fondo de un placard oscuro (y la metáfora nunca fue tan pertinente).
Mi familia, cuando yo era apenas un niño, tenía un departamento en Mar del Plata, que ya no tiene más. Por suerte. Todo era jolgorio en aquellas felices vacaciones: días de playa, tardecitas de peatonal, y noches de comer afuera. Hasta ahí la felicidad, recuerdos que marcan una niñez alegre. Pero luego de comer, luego del pre-sueño en la mesa del restaurant, luego de la siesta en el auto y la llegada al departamento, llegaba el tormento, el suplicio, un silicio incrustado en lo más profundo de la psiquis infantil.
El mundo, vayamos aprendiendo, está diseñado especialmente para que cuando todo es felicidad, un equilibrio inherente a él nos haga recordar que también hay que sufrir. El mundo es un desorden armónico, podríamos decir, una habitación que tiende a enquilombarse, aún cuando esos generadores de orden llamados humanos intenten poner la ropa en estantes, los libros en bibliotecas, los discos en cajitas. Un cuarto de adolescente rebelde: eso, después de todo, es el Universo. En una de esas, quién sabe, dios no es sino un pendejo de quince años que esconde marihuana en un cajón del mundo llamado Jamaica.
El desorden del mundo es inviolable. El desorden, parece raro, equilibra. La entropía permite que nunca te vaya bien en todo: que por cada cosa buena que te pasa, al mismo tiempo, otro pedazo de tu vida se desacomode. Que el éxito laboral sea síntoma de que en otro orden de la vida esté todo mal: eso es la entropía -metafóricamente- funcionando.
Porque si todo el día en Mar del Plata era felicidad, la llegada de la noche era una tortura, un sufrimiento a punto de ocurrir. Después de la playa, después de los fichines en Sacoa, había que irse a dormir. Y dormir es probablemente uno de los cuatro actos más placenteros del ser humano. Pero dormir con el caballo Mateo esperando adentro del placard para atormentarme en los sueños no era para nada placentero.
Digo que la memoria es selectiva, porque no puedo recordar si el caballo Mateo era un póster, o un muñeco de un caballo, o simplemente un producto de mi imaginación. Pero sí recuerdo a la perfección que, por alguna razón, se llamaba Mateo (y me asusta pensar que mi vida está marcada por nombres de apóstoles). Lo terrible de Mateo era que aparecía sólo en los sueños que tenía en Mar del Plata: y aparecía siempre, indefectiblemente, todos los veranos de mi niñez, en todos los sueños. Los otros monstruos con los que soñaba se alternaban, sin importarle la ciudad: la Llorona me podía aparecer en mi casa una siesta cualquiera; el perro que me corría cuando sacaba la basura podía caer un domingo a la noche durmiendo en lo de un amigo. Pero el caballo Mateo aparecía en Mar del Plata, todos los veranos. Y, además, no le importaba que estuviese durmiendo en la misma habitación con mis hermanos. El caballo Mateo desaparecía, al otro día a la mañana, cuando en un ataque de valentía hipócrita, con plena luz solar, abría el placard desafiándolo. Mateo sabía que ese era un juego que no debía jugar. Que, como en cualquier película de terror, la cosa era entre él y yo, que Mateo no se le aparecería a mi viejo a las nueve de la mañana. Su objetivo era que yo, además de sufrir con sus apariciones, aparezca como un demente a los ojos de mi familia. Para que, cuando él me atacara, yo me encontrara solo: que mi reclamo de ayuda verdadera, se confudiera con todos los precedentes falsos que él había conseguido, escondiéndose cobardemente a los ojos de los adultos.
Cuando la gente se vuelve grande no pierde el miedo. Lo cambia por otros. La capacidad de abstracción de los adultos vuelve los miedos mucho más aburridos, muy poco tangibles. El miedo de la niñez es mucho más concreto: es un caballo rompiéndote la cabeza a patadas. A la vez, es un miedo más fantasioso y creativo: es un caballo saliendo de un placard. La racionalidad de la adultez no me permite ni siquiera pensarlo: me hace preguntarme cómo habría llegado ese caballo al ropero, de qué viviría allí, por qué los demás no lo escuchan. Los adultos tienen miedo de cosas que no patean ni te comen, ni arrastran cadenas por techos de chapa. La gente adulta sueña temerosa con el futuro, mientras los niños sueñan con monstruos espantosos que se los devoran. Los que están en el medio, en cambio, sueñan con nostalgia aquellos momentos en los que podían soñar con caballos en el placard, y tienen pesadillas, todos los días, soñando con un monstruo que los empieza a perseguir y amenaza con comerse a aquél niño: el monstruo se llama Madurez y es un mutante horrendo.
3/11/07
Casi musulmán
Hace más o menos un año, empecé a estudiar árabe (el idioma, no es que me hice odalisco). Nunca pude explicarle a nadie por qué: simplemente fui y en vez de anotarme para estudiar inglés, me anoté en árabe. Duré un cuatrimestre, y me sé tres o cuatro palabras (ojo, que me saqué un 9 en el examen final). No lo hice por convicciones religiosas. Ya hacía tiempo que había dejado de creer en el Mismísimo, y ese Mismísimo implicaba todos los dioses, los occidentales y los orientales. Pero mi viejo -segunda vez que lo nombro en este blog- creyó que yo me estaba volviendo musulmán. Y el tipo -o sea, mi viejo- es un demente de la lectura, y no importa sobre qué estés hablando, en seguida te recomienda algo para leer. O sea, vos podés estar pensando en el suicidio (che, que se entienda que es un chiste) y el tipo va y te baja toda la obra de Durkheim. Entonces, cuando empecé árabe, mi viejo me regaló el Corán. Así de loco está.
El Corán es un libro bastante parecido a la Biblia, con sus pasajes divertidos, categóricos y poéticos. Alá es mucho más poeta que el pragmático dios de los cristianos. Por ejemplo: "¡Profeta! ¡Combate a los infieles y a los hipócritas! ¡Sé duro con ellos! Su refugio será el Infierno ¡Qué pésimo porvenir! (...) Si vuelven de su error, será un bien para ellos: si se apartan, Dios los atormentará con un tormento doloroso en este mundo y en el otro: no tendrán en la tierra ni amigo ni defensor". Obviamente yo, y la mayoría de los que estén leyendo esto supongo, caemos dentro de la categoría de infieles. Pero si me van a condenar al Infierno, me gusta que lo hagan así, con énfasis, que me insulten con elocuencia poética.
La gente que estudiaba árabe conmigo no era normal. Había desde una chica lesbiana que decía que tenía visiones de que vivía en Medio Oriente, hasta un muchacho musulmán cuyo padre era un abogado budista y su madre una integrante del Opus Dei, y que una vez le pregunté por qué se había hecho musulmán, y me dijo que él no eligió nada: que Alá o Muhandas lo eligió a él.
No me hice musulmán porque me cuesta la fe: me cuesta aceptar una cosa que no puedo ver o probar. El apóstol Tomás, por ejemplo -que dicho sea de paso es mi nombre- fue uno que le contaron que Jesús había resucitado y él dijo que hasta que no le veía las marquitas de los clavitos de las manos no lo creía. Entonces vino Jesús y le mostró las manos con las marcas y le dijo: "dichosos de aquellos que pueden creer sin ver" (o algo parecido). Yo creo que cuando nací mi familia me vio cara de escepticismo y por eso me puso ese nombre. Por eso, y para que la gente haga el chiste estúpido de "Tomás...¿qué tomás?".
También me hubiese costado el tema del viaje a La Meca. A mí los amontonamientos de gente me rompen las bolas: no puedo caminar ni por veredas donde hay mucha gente adelante mío, y en cualquier boliche prefiero pararme a esperar que toda esa gente apurada pase adelante mío antes que soportar el dedito en la espalda. Además sería muy tentador gritar: ¡cuidado!, y provocar una avalancha con un saldo de varios muertos. A favor, los musulmanes tienen la vestimenta: yo vendería mi alma para poder andar de túnica por la vida. Sobre todo, en verano.
Finalmente, no me hice musulmán. No tiene un buen marketing Alá. Por ejemplo, lo primero que le dicen a uno, es que hay que rezar cinco veces por día. Dicho así suena molesto, pero si pusieran: "Musulmanes, la única religión en contacto permanente con su Líder", sería mucho más atractivo y comercial. O, en el tema del ayuno, yo hubiera vendido así el Islam: "una religión que castiga la obesidad con arder en el Infierno". Incluso el tema de la poligamia, no creo que esté muy difundido y bien explicado: hacen falta más carteles de ActitudIslam.
Suelo fanatizarme por las cosas que me gustan. Tengo personalidad de estúpido, y probablemente si hubiera sido musulmán, este blog se llamaría Muerte a América. Si me hubiese hecho musulmán sería fanático, tal vez un poco terrorista. Quizás haber nacido en épocas en que jugarse la vida por una idea es un poco anacrónico no favoreció el hecho de que me haya vuelto musulmán, porque todavía no creo que inmolarse sea una gran solución para nada. Jugarse la vida es, también, jugarse por la vida (aunque, a veces, muriendo). Me gusta más la idea de sacrificarse en vida para disfrutar de la vida, que cargarse una mochila de dinamita para llegar a un paraíso donde te esperan no sé cuántas vírgenes.
29/10/07
La angustia de Mozart
Paradójicamente, yo tengo el mejor de mis recuerdos con ese disco. Mi viejo se lo regaló a mi vieja cuando ella estaba enferma: mi viejo tiene el menor de los sentidos del tacto, y a mi vieja le daba mucha risa eso. Un talibán de la música clásica, mi viejo piensa que sólo la música clásica es música, y todo lo demás es ruido. Y que un disco de réquiem, de entierro, de muerte, sostiene la misma belleza que un canto a la vida; que la música, aún la de la muerte, puede ser tan maravillosa, bien compuesta y ejecutada, como cualquier elogio de la felicidad. A mí esa idea me gusta.
No sé mucho de música clásica y eso es aliviante, porque me saca de muchos prejucios, me permite escuchar a tipos que para los melómanos son incompatibles. Tal vez el réquiem de Mozart sea el disco que más veces haya oído. Es un disco sobre la muerte, tal vez, y es angustiante escucharlo: pero la angustia tiene demasiada mala prensa, y yo creo que, en el fondo, es inspiradora y necesaria. Que las mejores cosas se han escrito, dicho, pintado, esculpido con una sensación de angustia. Y quizás la angustia ante la muerte sea la peor, la que nunca se alumbra con la esperanza, y a veces cuando uno escucha ese disco de Mozart piensa en todo eso al mismo tiempo, y la angustia del compositor -aún peor: la angustia de un joven compositor- se vuelve tan evidente que conmueve.
La Misa de Réquiem de Mozart me habla siempre. Es raro. Es como esos cuadros que mueven los ojos para donde vos vayas, y te miran desde donde los mires. Me trae recuerdos, sí, pero también habla de ahora. Y te torna cualquier situación angustiosa, en un poco más trágica: hace de la penumbra una oscuridad absoluta. Mozart sabía que escribía para angustiar, y tal vez sacrificó su vida, vivió rápido, murió jóven, para darle a su música ese sentido de lo trágico que semejante biografía sólo podía darle. Quien escribe sobre la muerte sabe, siempre, que está tocando a otros seres humanos en un lugar que preferimos evitar para poder seguir creyéndonos el sentido de vivir. Mozart invitó a la humanidad a preguntarse sobre la muerte de la manera más increíble que yo escuché en toda mi vida, a mirarla a los ojos y descubrir una belleza que enceguece, que aturde y espanta, pero que atrae.
Esto no es una crítica musical, porque jamás podría hacerla. Pero sí digo que es un disco que hay que escucharlo con angustia, no para superarla sino para sentirla: para que la angustia queme por dentro. Hay que escucharlo cuando todo sale mal, esos días que nada tiene sentido, los momentos donde todo se está arruinando, y vos ves cómo tenías la felicidad ahí, a una estirada del brazo, y por no estirarte se corre cada vez más, se aleja, se la lleva una corriente imposible de navegar, furiosa, inalterable. Yo creo que frente al tedio de la vida cotidiana, ante el hartazgo de la repetición, la angustia es un sentimiento que te devuelve a la vida, que te hace sentir vivo, aún destruyéndote. Porque cuando la angustia llega, aunque este sea un elogio de ella, no hay posibilidad de disfrutarla: es todo sufrimiento, y es en ese sufrimiento donde nos sentimos tan humanos. Pero ese sentimiento de humanidad no alivia las quemaduras que nos produjo la angustia: no la alivia porque la angustia siempre vuelve, porque la característica de ese nudo en la garganta es que no permite disfrutar nunca de la felicidad. La angustia es como la muerte: es porque ambas existen por lo que no todo es felicidad, por lo que cualquier momento de felicidad es transitorio, y la vida es mucho más interesante así. La felicidad permanente es un absurdo que yo no quisiera vivir, porque no hay felicidad verdadera, la breve y efímera, si no hay posibilidad, mañana, de que todo termine.
22/10/07
Vagos del mundo...¡uníos!
Yo vivo -tengo domicilio- en una ciudad del centro de la provincia de Buenos Aires que se llama Olavarría. El próximo fin de semana en mi ciudad se elige Intendente. Hace unas semanas se murió el Intendente de hace veinte años, y ahora la cosa está medio dispersa. No importa demasiado. Ya había decidido que para gobernador se me hacía imposible elegir hasta el menos malo: para gobernador de la provincia no hay siquiera voto útil. Para Intendente conservaba alguna esperanza: siempre pensé que a nivel local se pueden hacer muchísimas cosas, como el presupuesto participativo, la descentralización del gobierno.
Alberto Macchioli es el candidato a intendente de Olavarría por el partido Vamos, que nuclea en sus filas a Asis, Blumberg y Sobisch. Eso ya dice mucho, y esperen para llorar, porque hay más. Acá van algunas de las barbaridades, pero recomiendo la lectura completa de la nota acá:
+ ´´Una de las primeras medidas va a ser usar e implementar el artículo 67 de la ley 8.031 que es el artículo de vagancia. No está derogado, pero lo han dejado de usar por algunos fallos de la Corte. En Olavarría se va a usar a full y no quiero vagos en Olavarría´´
+ ´´¿cuántos son los malvivientes, que de pesados no tienen nada....? ¿Serán 100? ¿Serán 150? Pero esos 100 me empiezan a infectar a un montón de chicos que los ven como si fueran ídolos. Porque acá el decente no va para adelante, el indecente va para adelante´´
+ ´´Blumberg es creíble, no es blando, es como aquellos viejos alemanes que vivían en la zona: algo es blanco o es negro, es “sí” o es “no”, no hay otra´´
+ ´´Vagos no ves más, a los vagos los voy a terminar. No más motomandados sin seguro en Olavarría. Los motomandados asegurados y con monotributo y AFJP. Lo mismo con los remises´´
+ ´´¿Por qué votar a Macchioli y no al resto? Por razones doctrinarias y filosóficas, no ideológicas, lo mío es a fe y verdad. Yo vivo en el pueblo y si les miento ustedes me van a decir “sos un mentiroso”. (...) No voy a tercerizar nada. Voy a estatizar el agua. No le voy a dar ningún servicio a nadie: todo tiene que salir del Municipio para dar trabajo. Con eso dignificás a la gente, porque el que trabaja no roba. Ahí se vinculan las obras, el trabajo y la seguridad. Por eso pienso aplicar el artículo 67: porque no pienso dejar un solo vago en las calles de Olavarría´´
Esto es sublime. Esto debería darme una bronca tremenda. Pero me hace reir muchísimo. Debería preocuparme la escasa capacidad mental de los candidatos de mi ciudad. Pero me divierte. Sacar a los vagos de la calle, dice, el bueno de Alberto. Les juro que mientras escribo esto, estoy en la disyuntiva real de enojarme o morirme acá nomás de la risa. Me da la sensación de que si me río lo estoy legitimando al tipo. Pero no puedo evitarlo. Puede ser que esté buscando un golpe de efecto: que, visto el 0,78% de las encuestas, se le haya ocurrido semejante imbecilidad para ocupar espacios en los medios. Últimamente hay una idea instalada: lo importante es aparecer. "El candidato X asegura que violará a todos los alumnos del colegio número 8 nuestra señora de luján si gana las elecciones", puede decir un titular, y si alguien se indigna, un sociólogo analista de encuestas nos dirá que lo importante es posicionarse en el escenario público.
Esto tiene que ser, de todas maneras, algo muy malo. Hay un montón de prejuicios absolutamente falsos por detrás de todas estas idioteces. Que todavía haya imbéciles que hablen de "vagancia", como si no hacer nada fuera una elección personal, y no un déficit del Estado en otorgar oportunidades iguales, es un signo de algo muy malo. De una clase política estúpida, que vive de un pragmatismo reivindicado como verdad absoluta frente al idealismo utópico de la teoría académica. A mí no me gusta la idea de que todo lo que pasa es un reflejo de algo mucho más profundo: me hartaron los programas de televisión que dicen que cualquier boludez que pasa es culpa de la sociedad. A mí este tal Macchioli no me afecta la vida para nada, no lo pensaba votar aunque hubiese dicho que iba a expropiar los medios de producción del capital oligopólico, porque va al lado del nombre de Sobisch y de Blumberg. Pero es nefasto que estas ideas todavía se presenten como válidas. La inseguridad es un tema que se instaló en base a la conjunción clasemedia-televisión, y el resultado es una serie de impresentables reivindicando la intolerancia frente a una situación de la que también son responsables.
Este blog era para hacerme millonario, y termino hablando de este idiota.
21/10/07
El síndrome de la hoja en blanco
- No, no se me ocurre nada...
- Y, escribí sobre cualquier cosa...¿no te pasó nada estos días?
- Ya estoy cansado de que no me pase nada, pero no solamente a mí. No le pasa nada a nadie...
- No entiendo...
- Tengo ganas, estoy muriendo de ganas, de que pase algo tan terrible, dramático y exagerado que ya no se pueda volver a vivir así. Que nos demos cuenta, no sé, que el oxígeno no es respirable, y que eso es lo que nos mata, y que corramos desesperados al agua. Imagináte: una avalancha de individuos asesinándose para conseguir un poco más de vida, un Cocoon copernicano que nos trastoque lo que pensamos, hasta ahora, era la verdad.
- Pero a todos nos pasan cosas...
- Sí, y eso es lo trágico. Que las cosas nos pasan, pero casi nunca se quedan.
- Y hablá de las elecciones, ahora todo el mundo habla de las elecciones. O de cómo los jóvenes ahora son más faloperos que antes. O de la selección de Basile. O de Los Pumas, escribí todo lo que falta decir de Los Pumas, escribí que la dicotomía civilización puma-barbarie fútbol es una reverenda pelotudez.
- ¿Te parece que alguien pudo haberse tragado ese cuento?
- Y escribí sobre estos días
- ¿Qué días?
- No sé, pasó el 17 de octubre, escribí sobre las patas en Plaza de Mayo...
- ¿Tengo que decir si soy peronista o no?
- Y, deberías, ¿por qué?
- Porque nunca sé...
- ¿Si sos peronista?
- Sí. Tampoco sé qué es ser peronista, o qué es el peronismo.
- Qué pesimista que estás...escribí sobre el futuro
- ¿Sabés qué voy a poner? Que nos agotamos...
- ¿El blog, las ideas?
- No, la Humanidad. Me parece que llevamos demasiados siglos viviendo, y se nos acabó el repertorio. O la contingencia era una farsa o la dejamos escapar y nos acostumbramos a lo mismo. La contingencia fue el sustituto endeble que le encontramos a la religión: la casa donde fuimos a parar después del velorio de dios.
- Ahí tenés una idea buenísima: el velorio de dios.
- Sí...lo voy a escribir. Pero tanta insistencia con el tipo...se van a pensar que soy católico...
16/10/07
Limadura onírica (II)
En el sueño, parece, me había encontrado a un extraterrestre en un bar.
- Así es, terrícola. Pero, ¿por qué dice "esto éramos" como si ya hubiesen supuesto nuestra existencia?
- Ya los hemos supuesto hasta el hartazgo. Películas, libros, videos caseros, gente que dedicó su vida a la veracidad de tales supuestos. Aparecieron tarde, extraterrestre, su telepatía será buenísima, pero su sentido escénico deja mucho que desear...
- ¿De qué habla?, nuestra aparición será revolucionaria, cambiarán sus parámetros...
- Por favor, no me haga reir, extraterrestre. Los parámetros se cambian cuando hay algo que no podemos explicar, cuando nos apareció América ahí donde había agua, cuando nos dimos cuenta que lo plano era redondo. Pero a ustedes...a ustedes ya los imaginamos, no pueden sorprendernos. Ahora irán y pelearán contra los Estados Unidos, y un héroe con cara de Bruce Willis los va a terminar venciendo con el corazón y la fuerza de voluntad de su patriotismo, aunque ustedes tienen armas más tecnológicas.
- No tienen idea de cómo vivimos, de qué comemos, de cómo nos comunicamos...
- ¿No le digo?, ustedes se comunican, comen y viven. Hasta en eso se parecen a nosotros. Vienen a plantearse como seres superiores y cumplen las mismas funciones que nosotros. Nuestro campo conceptual podría estirarse hasta entenderlos a ustedes fácilmente, y continuaríamos con nuestra vida normal...
- Pero nosotros venimos a esclavizarlos...
- ¡Atención, atención!, ¡el marcianito viene a esclavizarnos! Pero, por favor...¡cuánta originalidad!...espero que sepan lo que es el sarcasmo porque eso es lo que estaba haciendo. El marciano esclavizador es un estereotipo estúpido, al menos hubieran sido más políticamente incorrectos, podrían haber venido a fulminar la raza humana...
- Esclavizaremos a sus mujeres, a sus niños...
- ¡Cuidado, peligro, alarma!...deje de perder el tiempo, los niños y las mujeres ya están esclavizados, marciano, hace miles de años. En serio, revisen su sentido de la ubicación, porque están llegando tarde a todo. La opresión de la mujer ya pasó de moda -o se esconde de otra manera mucho más subliminal-, y antes de que vengan ustedes ya inventamos el jardín de infantes, la televisión y las tías apretadoras de cachetes, con lo cual la esclavitud de los niños es más vieja que usted y su familia.
- Usted no comprende, los extraterrestres dominaremos la Tierra entera...
- Dominaremos la Tierra entera...¿sabe las veces que lo escuché?, ¿y sabe por qué nadie lo termina de realizar? Porque el sueño de dominar la Tierra es un sueño imbécil. ¿Por qué alguien querría dominar el planeta? Después de todo, si dominara el absoluto su propia contigencia se le volvería necesaria. Solamente un imbécil querría volverse tan repetitivo. Además, ¿con qué objetivo dominar la Tierra? Si tuvieran un fin, aunque sea, si la dominación fuera sólo un medio...pero no, creen que la dominación es un fin en sí mismo, y en tanto se concrete tendrían que retroalimentarlo, y la dominación es una llegada de la que no se puede volver a partir, porque después de ella no hay nada...
- Por favor, humano, lléveme con su líder...
- ¿Lider?, ¿acaso usted sabe algo de la raza humana? Deberían haber previsto este tipo de situaciones. Hace muchos años que los líderes se terminaron. Ahora hay tipos investidos con cierto aire de autoridad, pero las investiduras se nos representan cada vez más falsas. Quizás si hubieran venido antes de 1789 hubiesen tenido suerte, todavía hasta ahí creímos en la autoridad investida de poder divino, pero ahora la secularización nos volvió a todos un poco más escépticos, y el fulano que lo cargamos de poder, en definitiva, sigue siendo un tipo más. Otra vez, el sentido de aparición, extraterrestre, tienen que practicarlo. Aparecer después de 1789, después de que ahorcamos la ilusión de que existe algo así como el poder absoluto, a reclamar por un líder, es un error político imperdonable.
- ¿Y a quién le parece que debo matar para dominar el mundo?
- ¿Lo ve?, se vuelve a equivocar, por favor, ya me pone nervioso. Matando no se domina nada, la dominación consiste en volver natural una cosa que no lo es. Hágame creer que el rayo láser con el que me apunta es legítimo, que el látigo que empuña en la mano lo está empuñando una causa superior y no usted: eso es dominar. Ilusióneme: haga que brote en mí la sensación de que usted o su causa -haga que sean lo mismo- merecen cualquier sacrificio de mi parte. Pero no ponga el carro delante de los caballos: no me haga creer que la opresión que ejerce es legítima oprimiéndome. Hágala dulzona a la opresión, inventese imágenes, fabrique ídolos de barro y convénzame de que ellos fueron mejores que yo, y que les debo todo lo que tengo.
- ¿No es como demasiado esfuerzo?
- Por supuesto, y además no consiste en fuerza de voluntad, la verdad es que se trata más bien de procesos. La cosa funciona a nivel más de...cómo le explico...más de sistema, ¿vio? Es como si, aisladamente, nadie en la Tierra tuviera la culpa. Pero cada vez que uno mueve un dedo, la conjunción de todos esos dedos desencadena una serie de reacciones...
- ¿Por eso no puedo matar a uno para dominar el mundo?
- Exacto, extraterrestre, de a poco nos vamos entendiendo. Cómpreme otra ginebra y le sigo contando...
10/10/07
Mi última confesión
A dios no sólo he dejado de amarlo sobre todas las cosas: ya ni creo en su existencia. Lo he odiado también en algún momento. Pero ahora hay algo peor que el odio: la indiferencia. Tengo indiferencia a dios sobre todas las cosas. Si me muero y él está ahí, le diré la verdad: que ponga más pruebas en la Tierra, porque hasta ahora está todo muy confuso. Hay tanto sufrimiento innecesario que debería ahorrarse si quiere su trabajo más sencillo. Padre, el primer mandamiento es una mierda: una demostración de que dios no tiene nada de superior, y que está necesitado de afecto igual que cualquiero hijo de vecino.
El nombre de dios lo he usado en vano tantas veces, que la última que se me ocurre es esta: vilipendiar el nombre de dios en un blog es una delicia propia de la vida moderna. Hasta dónde hemos llegado.
Las fiestas las santifico, Padre, he vuelto borracho por lo menos las últimas tres navidades. Santifico cada casa por la que paso a buscar algún amigo y, si me ofrecen vino, o cualquier otra cosa, yo acepto religiosamente, porque es la sangre de nuestro salvador, amén. Las últimas dos pascuas me he ido a pescar, Padre, y he comido el asado más delicioso que usted pueda imaginar.
Honro a mi padre y a mi madre cuando mi padre y mi madre merecen ser honrados. No contesto a las preguntas "a qué hora llegaste y por qué tenés los ojos así" cuando llego a la mañana. Me caen bien, Padre, pero los honro a mi manera: tratando de no caer preso y que me tengan que ir a buscar.
No maté a nadie, es cierto, pero hay tanto hijo de puta suelto, Padre. El otro día miraba a Von Wernich y me preguntaba por qué una Madre de Plaza de Mayo no saca un fusil y le revienta la cabeza. Será que son demasiado buena gente, Padre, porque yo no me hubiera aguantado la ansiedad de esperar treinta años por justicia. ¿Eso fue un pensamiento impuro o entra en la jurisdicción del no matarás?, ay Padre, la burocracia celestial debe estar tan bien organizada.
Actos impuros cometo a diario, Padre, estaríamos aquí toda la tarde si tuviera que enumerarlos. No sé a qué se refiere en específico su religión con actos impuros, pero de seguro alguno de mis actos coincide con vuestras definiciones. El problema con ustedes es creer que uno relegaría los placeres de la vida por una eternidad de la que nunca dan pruebas. Además, siempre me he hecho esta pregunta, Padre, si el sufrimiento será eterno, ¿acaso no me acostumbraría yo a sufrir, digamos, a los tres mil seiscientos años de sufrimiento?, si ya voy al Infierno sabiendo de que el sufrimiento será mi única condición, ¿no se acostumbrará mi cuerpo a las llagas?, ¿acaso a usted no le pasa que una angustia prolongada en el tiempo empieza a volvérsele costumbre, y ya deja de ser angustia? El único sufrimiento sería que me dieran esperanzas que se puede volver del Infierno, pero ustedes ya me han condenado para siempre hace rato.
Pero no me haga caso, Padre, que ahora debo ir al mandamiento del robo, y aquí tengo para rato. Sabe, siempre he creído que el no robarás exigía de ustedes varias aclaraciones. Me parece que luego del Apocalipsis, deberían agregar un tratado económico a la Biblia. La cuestión es que hace unos siglos un señor que se llamaba Marx invirtió los términos de varias cosas, y consideró que el verdadero robo es el del capital sobre el trabajo, el burgués a la plusvalía que genera el obrero. Necesitan un apóstol nuevo, Padre, un apóstol que vaya aggiornando los mandamientos, porque ustedes no se han manifestado respecto a Marx. Aunque han apoyado todas las dictaduras que eliminaron los "elementos marxistas", que en realidad eran personas antes que elementos de algo, pero queda feo decir que la Iglesia puede apoyar la eliminación de las personas. Yo particularmente no robo, Padre, aunque si puedo evitar pagar algunas cosas a empresas grandes, mucho mejor. Me he colgado del cable algunas veces, pero no creo que dios tenga algún problema con eso, yo he leído la Biblia y casi que en ningún lado habla específicamente sobre el robo de cable. Me bajo canciones y películas de internet, pero en general los artistas se han llevado mal con la Iglesia y viceversa, así que si lo piensa bien los estoy ayudando a eliminar el arte, que tantos problemas les ha traído.
Digo mucho falso testimonio y miento mucho y muy bien. Sabe, Padre, es un talento natural que tengo. En parte escribo por eso, porque es una situación donde puedo mentir sin que nadie se fije en la coherencia, porque a veces en la vida real miento tanto que se me mezclan las historias. A mí la mentira me gusta, me parece que no cualquiera puede mentir. Usted me dirá, con razón, que no podemos vivir en un mundo donde todos mientan. Yo le digo que ya vivimos en ese mundo. Y no es que me esté quejando de lo que tenemos, al contrario, a mi me parece que la mentira es lo que sostiene a este mundo. Desde la más chiquita, desde decirle a alguien lo bien que le queda ese corte de pelo horrendo, hasta venir a un edificio con angelitos de cera a hablarle a un tipo que está sentado en una nube viendo si nos portamos bien, todas las mentiras se confluyen para que el mundo siga girando. Y de otra manera sería muy aburrido.
Pensamientos impuros. Qué tema difícil, ¿no le parece padre? ¿Usted domina sus pensamientos? Mala redacción, el que escribió los diez mandamientos estaría apurado, o quizás en esos momentos era difícil borrar algo escrito. Imagino que llegar al mandamiento nueve y darse cuenta de que puso mal una palabra lo obligaba a uno a tirar la tabla entera y tallarla de nuevo, los procesadores de texto de la Antigüedad eran más bien rígidos. Menos mal que nació Bill Gates, Padre. Habría muchos errores de ortografía en esa época. Pero no nos vayamos de tema. Digo que este mandamiento está mal redactado, Padre, porque los pensamientos no se consienten, ni se controlan. Los pensamientos están ahí, le vienen a uno. Por ejemplo, a mi me encantaría que cierren todas estas iglesias, pero también entiendo que hay mucha gente que necesitará venir acá por alguna razón. Lo entiendo, en el fondo lo entiendo, aunque la mayoría de las veces que paso por acá me sienta triste por no haber traído mi lanzallamas en la mochila. Los pensamientos impuros son inevitables, Padre, usted mismo cuando habla desde ahí arriba, debe estar mirando la cara de pelotudo que tiene algún niño, o las tetas de alguna rubia. No se ponga colorado, Padre, creo que hasta dios lo entendería. Pero lo que lo hace bueno a usted, lo que lo llevará al cielo, es que no se empieza a cagar de risa de la cara de idiota del de la segunda fila, o no codea al monaguillo y le señala con los ojos a la mina de la remera roja.
Este último mandamiento es interesante pero feo. Dice: no codiciarás los bienes ajenos, y entre los bienes ajenos ponen a la mujer. ¿Vio que tengo razón cuando le digo que hay que ir actualizando la Biblia? Pero más allá del elemento machista y misógino, que ustedes siempre han tenido, me parece que no desear a la mujer del prójimo es un mandamiento que hay que discutir más. Se me ocurre que el deseo, como el pensamiento, es una cosa que no se controla. Uno desea y punto. Pero lo podríamos reformular, mire. Primero pongámosle: no desearás a la pareja de tu prójimo, porque así metemos a las mujeres también, porque ellas tampoco deberían desear el hombre de la prójima, y de paso involucramos a los homosexuales, que deben ser tratados de la misma manera, en lo bueno y en lo malo, así que no pueden andar deseándose los hombres y mujeres de los prójimos. Ahora sí: no desearás a la pareja de tu prójimo. Una cosita más le agregaría: no desearás a alguien en tanto que pareja de tu prójimo. A ver, si me explico: lo feo, la falta de códigos entre prójimos, viene cuando alguien desea a tu pareja sólo porque es tu pareja, y si fuera soltera ni la saludaría. Pero si la desea y da la casualidad que es tu pareja, bueno no hay nada que hacer. O sea, si viene alguien y te dice: che que buena está esa mina, y esa mina justo era tu novia, ahí no hay pecado. El pecado sería: che que fea mina esa, y vos decís es mi novia, y él te responde: ay cómo la deseo, ahí la cosa es más fulera. No sé si me explico bien a dónde quiero llegar. En todo caso si la desea y da la casualidad que justo era la pareja de un prójimo, me parece que el mandamiento tendría que ser pasado a comisión para reglamentarlo. Hay detalles que coordinar, por ejemplo cuánto tiempo pasa para que una persona deje de ser "del prójimo" para pasar a ser del colectivo, para que esté en disponibilidad. Son cositas, Padre, pero traen muchos problemas. ¿Sabe qué pienso a veces, Padre? Que la infidelidad es el filósofo saliendo de la caverna, la metáfora de Platón, abandonar este mundo falso que no es sino reflejo de otro mucho más verdadero, el punto de llegada a la mayoría de edad kantiana. Yo no sé cuan mala es la infidelidad en sí misma: me parece que a veces es un cachetazo necesario, que te despierta de la ilusión, que te incomoda un poco, te despierta del opio. Pero igual este mandamiento no me gusta porque considera a las personas como propiedad del prójimo. Yo odio, Padre, eso sí que puedo confesarlo con total seguridad. Odio a las personas que consideran el matrimonio, la relación de pareja, el noviazgo, o lo que sea, como la formación de una sola persona a partir de dos. Creen que piensan igual, que sienten igual, que deciden igual, que opinan igual. Se dicen que juntos son uno, Padre, y lo dicen con orgullo, y yo los aborrezco. A mí me parece que cuando dos personas opinan igual, es porque uno de los dos perdió su singularidad: ahora los dos son ella o él.
No me arrepiento de ninguna de estas violaciones, Padre. No rezaré ningún Ave María para ser perdonado, porque no exijo su perdón. Porque su perdón no vale nada.
La paz sea contigo. Y con tu espíritu.
5/10/07
Poetas malditos y peronistas
"Ser peronista es como que te coma un tiburón un lunes: no tiene sentido, pero pasa"
1- De izquierda a derecha: Baudelaire; Artaud; Rimbaud.
2- El cartel de la calle NO está retocado con ningún programa, y su iluminación sólo obedece a razones probablemente espirituales, como la luz propia que genera el movimiento.
3-El buzo que tiene Rimbaud es una masa.
4- La flecha hacia la izquierda del cartel no es una ironía respecto de la postura ideológica del General Juan Domingo Perón.
5- Sí, está bien, no sé usar el photoshop y hago las fotos con el paint, y tengo poco pulso. ¿Y? Licencia poética, que le dicen.
3/10/07
Limadura onírica
- Y, no sé, ¿qué tiene para ofrecerme?
Al parecer, en el sueño, se estaban comprando una vida.
- Mire, tengo un oficinista, ideal para usted. Una esposa profesora de Pilates, dos hijas divinas, 19 y 23 años, la más grande estudia psicología...
- Un poco rompebolas, ¿no?
- Son más bien...exigentes...
- ¿Caprichosas?...me molesta muchísimo la gente caprichosa
- Si le tengo que ser sincero...¿por qué no sigue mirando?
- Aquella que está allá...no, no, al lado, la de la caja verde...
- Empleado público, buen sueldo. Tiene problemas con su vecino...
- ¿Qué le hice?
- Su mujer...
- ¿Se coge a mi mujer?
- Me parece que es al revés...
- ¿Yo?...yo sería incapaz...
- Ahora es incapaz, pero vea...esta es la mina...
- Ah la mierda...¿yo con eso?
- Sí, pero muchos problemas...y por ahí al final lo matan vio...
- Tiene razón...hacer infeliz a ese tipo. Digame, ¿buen vecino?
- Le robaba el diario a veces...
- Entonces se lo merece. Pero muéstreme otra...
- Me queda un jugador de fútbol...
- Uh, me encanta, sí, sí, deme el futbolista
- Pero carrera corta, eh...
- ¿Equipo?
- Platense, Arsenal y Racing...lo putean mucho en Racing
- ¿Por?
- Usted declara ser hincha de Independiente...
- ¡Qué boludo! ¿Gané algún título?
- ¿Escuchó los clubes que le dije?
- Tiene razón. ¿Y a qué me dedico después?
- Dealer...
- ¿Perdón?
- Le lleva falopa a jugadores retirados, periodistas deportivos que a veces lo invitan a los programas...
- No, no me gusta, mucho riesgo...¿esa carpeta roja qué es?
- Poeta
- ¿Bueno?
- Mediocre
- ¿Publicado?
- 3000 ejemplares de "Caminos Rojos"
- ¿"Caminos Rojos"?, qué título de mierda...no, no me gusta
- Me quedan muchos religiosos, lo están llevando poco, sabe...
- ¿Todo católico?
- Me quedan dos protestantes, y algún evangelista suelto que han devuelto...
- No, le preguntaba por el tema vio de...
- ¿El celibato?
- Sí, bueno, dicho así...
- No, si es por eso, lleve el católico sin preocuparse...
- ¿No tiene un científico?
- ¿Duro?
- No, no, cocainómano no...
- No, digo que si de ciencias duras o sociales...
- Ah, ¿hay científicos sociales?
- Mire, me entró un antropólogo...mucho viaje por el norte, mucho estudio de comunidades aborígenes...interesante...
- Claro, entiendo...pero yo soy más tirando a...bicho de ciudad...digame, ¿qué lleva la mayoría?
- Mucho actor se está llevando, no sé por qué...
- ¿No le queda un actor?
- No, para actores vengase un domingo, que ya fracasaron los estrenos de los jueves, y hay mucha devolución...está saliendo perro también
- ¿Cómo perro?
- Sí, hay mucho traumado posmo que viene a decir que los humanos son una basura, quieren ser perros...por la libertad, dicen...
- ¿Y son libres?
- Algunos, los que leen bien los expedientes, la mayoría está tan convencida de lo fascinante de su elección que termina siendo perro pelotudo de vieja concheta.
- Y, ¿un tipo feliz?
- ¿Cómo dice?
- Un tipo feliz. Deme cualquiera, pero que sea feliz.
- Bueno, eso se puede arreglar...pase por acá...
- ¿Y este cuarto?
- Este no tiene cámaras...
- ¿Lo tengo que sobornar para ser feliz?
- Acá no usamos esa palabra, sabe, suena feo...
1/10/07
La UBA esquizofrénica
Por primera vez, en estos tres años, veo las paredes "limpias" de la facultad. Ninguna de ellas me invitan a seguir con el cambio, a profundizarlo, a votar a nadie para que lo comience. Es raro: extraño esperar las tardanzas arrancando pedacitos de carteles de solidaridad con el pueblo iraquí. Hacía unas dos semanas que no cursaba una materia entera sin los intentos de "pasar un aviso a los compañeros" (¿por qué me suponen peronista, qué saben si no soy su camarada o su correligionario?).
Se respira aire tranquilo: todos los lunes, temprano, se respira aire tranquilo en la facultad. Pero los primeros comentarios terminan con la paz: ya es vox pópuli. No se sabe bien qué pasó -en realidad no se sabe a quién responsabilizar, y eso en la facultad de Sociales es no saber qué pasó- pero el escrutinio está suspendido, Marcelo T. cerrada o tomada, las urnas adentro. El gran diario argentino habla de militantes de La Vallese "enfierrados", y me me da la sensación de que si algo de eso es cierto, si cualquiera de las cosas -el fraude, la suspensión del escrutinio, las urnas custodiadas por una de las fuerzas, los fierros- definitivamente nos tapó el agua. Veníamos desbarrancando y nos caímos a la banquina. Y no se cayó Oktubre, ni La Vallese: nos caímos todos. Los militantes, los troskos y los peronistas; y la mayoría silenciosa, los que nos chupó un huevo durante todo este tiempo. Y después nosotros, los mismos, pretendemos hacer ciencia con la sociedad: como si el científico viviera en la viruta del conejito de indias para pretender explicarlo. Quizás es pura empatía: vivir el proceso cordobés o chaqueño en carne propia para intentar decir algo sobre él.
La UBA está esquizofrénica. La UBA es esas dos cosas: es que te rompa las pelotas la inmadurez política, y es la que, al mismo tiempo, hace que salgas con la cabeza dada vuelta de todo lo que vos creías por una simple clase. Ojalá una de las dos caras le pueda seguir ganando la batalla a la otra por imponerse: ojalá lo bueno de la UBA siga funcionando...a pesar de todo.
27/9/07
¿Por qué estudian los que estudian?
Quizás si se hiciera una encuesta -alguien que intenta ir por el camino de las ciencias sociales debería hacer las encuestas en vez de imaginarlas- los resultados arrojarían que una gran parte, al menos, comenzó a estudiar para lograr un trabajo mejor remunerado, o con expectativas de que ese trabajo sea más interesante. A veces el mandato familiar, la pura inercia de que muchas personas cercanas estudiaron. Es probable que, al principio, uno lo crea. Quienes desandamos el camino de las ciencias sociales, sabemos que un trabajo mejor remunerado no es función de nuestros conocimientos: que hay muchos métodos para llegar a él, pero que el título de antropólogo, sociólogo, o politologo no es el más eficaz. Estudiar por ganar más dinero me resulta particularmente imposible: no podría abordar la lectura de un texto sobre, pongamos, el sistema político holandés pensando en que eso me dará el día de mañana un puesto en una empresa. Tal vez la universidad sea otra de las formas de no aceptar que la vida es una cosa mucho menos previsible y angustiosamente azarosa.
Las razones que encuentro para estudiar son mucho más personales. Por eso no podría lograr generalizaciones. ¿Por qué estudian los que estudian? No tengo absolutamente la menor idea. Sé por qué lo hago yo: y, si algo he aprendido en estos años de facultad, es que un sólo caso empírico, mucho menos si ese caso soy yo, no me permite hablar de la totalidad del universo.
Hay algunos momentos en los que estudio por un amor genuino al saber, por una cuestión casi platónica. En general, es cuando el conocimiento se me vuelve más accesible, cuando puedo hablar de lo que leí, relacionarlo con otras cosas, escribir parciales con palabras tan difíciles como "estructura organizativa", "determinismo", "consenso ortodoxo", y hasta aprendo palabras en otro idioma, como una vez que leía a Ricoeur y Heidegger y ahora sé una palabra en alemán que es "selbständigkeit" (que les juro que me la acuerdo de memoria, y que quiere decir algo así como "mantenimiento del sí mismo"). No quiero pecar de soberbia, pero si yo hubiese estudiado todas las materias de mi carrera con esta motivación platónica, la verdad es que hubiera aprendido muchísimo, y este blog por ejemplo se llamaría "Hermenéutica de la facticidad". Por suerte, el amor platónico al saber no es mi única razón por la que estudio. Digo por suerte, porque esta situación generalmente se me presenta dos, como mucho tres, veces al año. Y, aunque me sentara a esperar por el resto de mi vida, habría temas y autores que jamás lograrían despertar en mí un amor platónico por sus descubrimientos.
El resto del año, me las arreglo con varias estrategias. Un gran momento, que ayuda muchísimo a mi formación intelectual, es cuando se rompe algo adentro de mi casa y tiene que venir alguien a arreglarlo. Hace algunos días un señor vino a pintar el baño de mi casa y mi ritmo de lectura se incrementó por lo menos en dos o tres veces. Tengo algo de vergüenza: que el tipo esté ahí laburando, y yo tirado mirando Almirante Brown-Cambaceres del ´99 a veces me produce cierto sentimiento de culpa. Casualmente, hace dos o tres días el televisor dejó de andar, y eso también constituye una buena noticia. No soy un gran adicto a la televisión pero, por ejemplo, el fútbol me roba casi todos los domingos a la tarde.
En realidad, esta motivación por vergüenza académica está relacionada con otro tipo de auto-exigencia. Creo que tiene que ver con un deber moral hacia el estudio por el contexto social, político, lo que sea. El hecho de vivir en Argentina, en un país subdesarrollado, con altos niveles de pobreza, de injustísima distribución de la riqueza, hacen de la universidad un privilegio antes que un derecho. Incluso en países mucho más avanzados, EEUU entre ellos, las grandes universidades ya se pasaron al ámbito privado y dejaron de ser universidades para ser empresas. A veces creo que está mal estudiar sólo por el hecho de tener la oportunidad. Se me ocurre que se parece al argumento de una madre que le dice a su hijo que coma porque hay gente que no tiene para comer, como si el hecho de seguir comiendo solucionara los problemas de alimentación de los otros. Pero es un método eficaz: muchas veces que he tenido ganas de mandar todo a la mierda se me ocurre pensar en cuánta gente debería estar en mi lugar y no está, cuántos preferirían esto y no laburos de mierda. Se me ocurre pensar que vivo en un país que, con todos sus problemas, todavía intenta dar un espacio de educación pública y gratuita. Pienso en cuántos tipos se levantan a las cinco de la mañana a tomarse un tren hecho mierda para viajar hasta la otra punta del Gran Buenos Aires para laburar y pagar con sus impuestos el banco de la facultad que estoy usando. Se me ocurre pensar, por qué no, en el tipo que labura para organismos internacionales, o en consultoría privada, o que da clases en facultades privadas, donde ganan un sueldo digno, y sin embargo sigue yendo a dar sus clases en la UBA sin micrófonos para aulas enormes, sin ventiladores en verano ni calefactores en invierno (aunque sean los menos, digo, los que van y no llenan sus cátedras de ad-honorem).
Hasta acá parezco una persona honrada, decente, responsable. Despejemos dudas. Tampoco todo es tan poético. También estudio, es verdad, para irme a la mierda de esta ciudad.
Yo no odio a Buenos Aires. Tiene sus cosas malas, es cierto, como todas las ciudades. Me han pasado cosas increíbles en esta ciudad, que no me hubiesen pasado casi en ninguna otra. Acá es donde se me da la posibilidad de estudiar gratis. He conocido gente que de otro modo nunca hubiese visto. Pasé por lugares tan extraños que casi ni recuerdo. Buenos Aires es una gran ciudad, vale la pena conocerla y vivir en ella.
Pero Buenos Aires no es mi ciudad. Soy un inquilino, me siento un inquilino, se que estoy de paso por acá. La mayoría de los que venimos del Interior sabemos que no vamos a terminar acá. Reconocer a alguien del Interior es tan sencillo: nos notamos a la legua. Nos juntamos entre nosotros en todas las facultades, en las fiestas, en los trabajos. Caminando por la calle, es fácil reconocer a alguien del Interior. Por ejemplo, las personas del Interior no pisamos la vereda cuando el portero la está lavando. Eso, en cualquier provincia, es casi una ley natural. Acá, en Buenos Aires, ver a alguien que esquiva una vereda en proceso de limpieza es casi un soplo de aire fresco, el reconocimiento de un compatriota. Ni siquiera sé si mi lugar final es la ciudad que he abandonado: pero sé que se le parece mucho, y sé que Buenos Aires no es el lugar donde voy a vivir eternamente.
Por eso sé que cada texto que leo, que cada autor que entiendo, que cada viaje en el colectivo lleno hasta la facultad, es un paso más cerca de Olavarría. Es obvio el placer de leer, y es muy emocionante entender a un tipo que, hasta ayer, no sabías ni que existía. Pero no hay nada como ir a buscar una nota y descubrir que ya está: que tenés tres meses por delante de vacaciones en tu ciudad. No se compara con saber que la tarde de mañana vas a estar tirado en la casa de uno tomando mate y hablando del Chavo del Ocho, organizando un partido de fútbol 5, caminando hasta la casa de otro que no sabés ni siquiera si está, encontrándote con alguien que no veías hace mucho tiempo. No se compara caminar por mi ciudad reconociendo las calles no por sus nombres sino por lo que pasó en cada una de ellas, doblar en la esquina en la que alguna vez chocaste, o en aquella otra en la que te tomaste tu primera birra.
La anécdota de que Kant no salió nunca de Konigsberg siempre me entusiasma mucho. Nadie se está creyendo Kant acá. Pero entusiasma la idea de que uno puede llegar a hacer algo con su vida -repito, no ser Kant- sin tener que andar yéndose muy lejos. Si uno de los tipos que más hizo con su vida, pensar de una manera increíble, lo hizo desde su ciudad natal, eso nos da esperanza a los que ni siquiera apuntamos tan alto. Kant es una afirmación de pertenencia para los del Interior: casi una reivindicación del federalismo. ¿A que nunca les habían propuesto a Kant como un seguidor de Rosas?
Quién sabe por cuántas cosas más estudio.
Otra cosa que aprendí en estos años es que nadie se pregunta nada sino es porque está hinchado las pelotas de algo y porque quiere cambiar eso que lo perturba. Las mejores teorías, me parece, salen de las cabezas que explotaron frente a algo. Supongo que a Marx le rompería soberanamente las bolas el capitalismo (pavada de reduccionismo) y Nietzche estaría podrido de....demasiadas cosas. Yo, a esta altura del año (y espero que sea del año y no de mi vida), estoy hinchado las pelotas de estudiar, y por eso me pregunto por qué estudio. Cuestión de altura intelectual: un genio hinchado las pelotas escribe "El Capital", y un fulano cualquiera una estupidez como ésta en un blog. Pero alguna de todas esas razones, o todas juntas, me hace sentarme a leer a tipos que se desviven por saber qué es un régimen, y por qué es diferente de un sistema, en vez de irme a Plaza Francia a tirarme panza arriba al sol.
24/9/07
Réquiem para un Buzo
El hecho de haber contado con tres hermanos que tuvieron la desgracia de nacer antes que yo, me ha otorgado en la vida un beneficio que nunca dejaré de agradecer, y es el de contar con una serie modesta, pero suficiente, de prendas de vestir, sin tener que sufrir la tortuosa tarea inhumana de dirigirse a un local de ropa a realizar esa innoble sucesión de la elección, el probado y la adquisición de productos de vestimenta. Mi vida así transcurre feliz entre remeras abandonadas, pantalones secuestrados y una comuna hippie de calzoncillos y medias que se comparten sin preguntas ni reproches. La dinámica del traslado de ropa hacia un hermano menor es relativamente sencilla. En momentos de crecimientos adolescentes, las cosas empiezan a quedar físicamente pequeñas y el proceso de apropiación es simple. Cuando las edades comienzan a emparejarse, la cuestión es algo más psicológica. Las técnicas varían, pero la que más resultado me ha dado en la vida es la de contrabandear una prenda, utilizarla hasta el hartazgo para que ese aprovechamiento la vuelva tu propiedad. Incluso puede hasta jugarse con intentar devolverla: pero ésta devolución será rechazada en tanto la prenda ya ha adquirido nuestro espíritu.
Nada podía ser más perfecto: el trauma de tu vida solucionado por una disposición estructural de la familia que te ha dejado como receptor de las cosas que otros dejan, un cartonero intra-familiar que mantiene su dignidad. Esta condición no me permite ser exigente con la calidad de la ropa. Yo sostengo que jamás lo fui: algún determinista me dirá que las ideas están condicionadas por las disposiciones materiales. Que no me importa la calidad de la ropa porque no puede importarme. Porque otra actitud implicaría que yo deba sufrir el tortuoso camino hacia las tiendas de ropa.
Pero ésta es mi vida, y no está sacada de un cuento donde vivan hadas y todos seamos felices. No puede, de hecho, haber felicidad sin algo de sufrimiento. Es por eso que el Destino ha diseñado una serie de mecanismos dispuestos específicamente para torturarme. Se llaman fiestas, y conmemoran cualquier tipo de eventualidad: desde el nacimiento del hijo de un zapatero que se creyó hijo de dios, allá por el siglo 0, hasta mi propio nacimiento, un poco más acá en el tiempo (y sin la creencia de que mi padre sea el mismísimo). Conozco mucha gente que odia su propio cumpleaños por la confirmación del paso del tiempo, la certeza casi material de que todos los días que pasan, son un día menos. Para mí la llegada del mes de mi cumpleaños es el aviso del padre de Erdosain: 24 días por delante sabiendo que ese día, voy a recibir una golpiza a mi espíritu. Cuando era más pequeño, el hecho del factor sorpresa eliminaba mucho del sufrimiento que yo tengo hacia mi cumpleaños. Si la idea era sorprenderme con un regalo, mi compromiso con él era de abrirlo y que me guste, lo cual son dos tareas sencillas para un niño. Con los años, la sorpresa ha dejado de ser un factor importante: ahora ya se me puede preguntar qué necesito, y mandarme a comprarlo. Eso, para mí, resulta un proceso dramático, que bordea lo patológico y roza lo psiquiátrico. Durante algunos cumpleaños logré convencer a los sujetos regalantes de mi familia de que mi ropero estaba lleno de ropa que ellos no conocían pero que existía, y entonces la plata del regalo iba para cosas que sí necesitaba, como libros, discos y demás. El truco, los últimos años, ha dejado de funcionar. El sector femenino de mi familia, mi abuela, ha decidido los últimos cumpleaños, y a veces en viajes que no conmemoran nada, que de aquí a la eternidad me faltará ropa. Trato de dar una imagen distinta, robando ropa nueva a mis hermanos, simplemente para que mi abuela vea todos esos buzos en la primera fila del bolso y se alegre, dejando de lado el tema de la ropa para empezar a castigarme por la barba, la hora y el estado en el que llego a mi casa en ocasiones. Sin embargo, no he logrado eludir la trampa de cumpleaños y navidades. Luego de abandonar la lucha por regalarme algo que me guste, ya que la ropa moderna insiste en que yo lleve la propaganda de su marca cuando soy yo el que está pagando por el producto, ahora la estrategia consiste en brindarme alguna prenda que, se sabe, yo detesto en especial para sentir la culpa por el gasto y obligarme así a ir hasta la casa de ropa a cambiarla. Es un truco vil y maquiavélicamente diseñado, del que nunca tengo respuestas. Los días que me encuentro idealista, dejo la bolsa sin cambiar un mes, digo que mañana voy, hasta que ellos se rinden y lo cambian por algo. El poder, decía más o menos Foucault, se ejerce en todas las relaciones sociales.
"Lo peor que podés hacerme en la vida es andar como un zaparrastroso", me dijo una vez mi abuela. Tiempo atrás yo le hubiera dicho que sino le parece que hay cosas muchísimo más graves que ser un zaparrastroso. Le hubiese dicho que hay garcas, hijos de puta, asesinos, genocidas, torturadores, televidentes de Luis Majul, traidores, fascistas, votantes de Macri, que se visten bien, y le hubiese preguntado si prefería un nieto garca pero bien vestido. No digo que la experiencia me ha enseñado, pero sí digo que hay discusiones que con el tiempo uno abandona, molinos de viento que más vale esquivar. Ahora por suerte tengo dos domicilios en dos ciudades, y eso me da la posibilidad de inventar grandes roperos, los cuales le describo detalladamente: "sí, el pantalón que me regalaste en navidad, y el otro que me compré con la plata que me diste el viaje anterior, y además tengo ese nuevo que me regaló papá". Así, ambos somos felices: ella creyendo en mí, yo con mi único pantalón puesto.
También hay un proceso inverso a la adquisición de la ropa. Se trata de la desaparición de la misma. Resulta traumático contarlo, sobre todo a pocos días de que, por última vez, he visto al Buzo Rojo (no digo "mi" Buzo Rojo, porque a las cosas que uno quiere no debería considerarlas propiedad, sino seres libres y autónomos). El problema del doble domicilio es que les ofrezco coartadas a los que atentan contra el Buzo, y todo tipo de prendas que suelo usar con insistencia estoica: que lo dejaste allá, que lo dejaste acá. Pronto, en unos seis meses, buscaré un trapo para limpiar algo de mi casa, y encontraré, compungido pero resignado, una pequeña parte del Buzo. Quizás encuentre el pedacito sobre el codo izquierdo que estaba inexplicablemente gastado, fruto de las vivencias que hemos sufrido juntos. Tal vez algún día vea a mi propio can durmiendo sobre el Buzo Rojo, ya deshilachado, propiamente asesinado por manos anónimas, inutilizable. El proceso de desaparición de ropa me genera un nudo en la garganta que me impide seguir el relato sin pensar en el Buzo Rojo y su paradero final.
Estas actitudes violentas hacia mi ropa, impiden el desarrollo natural de la sustitución de prendas. La evolución no debería ser acelerada artificialmente por los seres humanos: eso fue, en definitiva, la lógica absurda del nazismo. Lo que digo es que una prenda comienza por desgastarse un poco, pero todavía sirve para algunas ocasiones. Con los primeros agujeros, cualquiera entiende que, supongamos, esa remera ya está destinada para andar por la casa, ir hasta el kiosco a comprar el diario y jugar al fútbol. De a poco, esas tres actividades la consumen hasta desvirtuar su tarea de cubrir el cuerpo, y la remera comienza a ser abandonada en el fondo del ropero. De los tantos regalos de viejas navidades, realizamos un proceso minucioso de selección para promover nuevas generaciones de remeras al primer plano. Ahora sí, naturalmente, sin la incidencia de manos asesinas, una nueva remera se incorpora al staff de siete u ocho remeras constantes que todo humano posee.
19/9/07
Los extras
Hay gente, en esta vida, que está de relleno.
No es una afirmación de soberbia: no estoy diciendo que hay gente que desaprovecha su vida, y que no merece vivir, porque yo mismo desaprovecho mi vida todos los días y, sino merezco vivir, al menos no voy a ser yo quien levante la perdiz. Lo que yo creo es que hay gente que en realidad no está viviendo, que está puesta para ocupar espacios, y que nunca se renueva. No tienen identidad, ni familia, no comen ni se reproducen, no tienen necesidades biológicas. Son extras del mundo, decorados dispuestos por un Director Supremo para hacer nuestras propias vidas más interesantes, o trágicas, o lo que sea.
Hay muchas clases de extras.
Están los ocupantes de colectivos. Cuando uno ve un colectivo abarrotado de gente, lo primero que se pregunta es cómo es posible que, en ese amontamiento de personas, haya alguien en el último asiento, tras toda esa marea humana, que esté realmente sentado. Uno reflexiona, supone que esa gente debe subirse al colectivo incluso antes que el propio colectivero, en las playas de estacionamiento, y pasa todo el día sentada allí. Yo creo que esa gente está diseñada por alguien para estar allí para siempre, en los últimos asientos del colectivo, inermes, incapaces de emitir un sonido, de expresar un sentimiento. Creo que si uno los toca, incluso, podría sentir que son de tergopol, pero deben poseer algún mecanismo, eléctrico quizás, para que nadie pueda acercarse a ellos. Son ocupantes de asientos que generan un odio necesario en todos los que viajan parados, pero también un sentimiento de compañía cuando el colectivo viene más o menos vacío, un remedio pasajero al sentimiento de soledad.
Compañeros de secundario que nunca volvimos a ver, que no sabemos qué ha sido de sus vidas, que el imaginario popular los ubica trabajando en España, o casados y con varios hijos. Es mentira. No existen, no están más, estuvieron puestos ahí para rellenar las aulas de los colegios públicos y luego desaparecieron para siempre. Los compañeros ignotos de secundaria también son extras, y me da terror pensar que me senté junto a ellos sin darme cuenta de nada. Qué ciego, a veces, he sido.
He conocido, en mi corta y larga vida, tres orientales. Un coreano, compañero de primaria, y dos taiwanesas. Al primero, jamás volví a verlo. Cuando me encuentro con compañeros de primaria, les pregunto acerca de su vida. Asustados, ocultando una verdad que se niegan a ver, me dicen que ha vuelto a su Corea natal, que a veces viene. Sudan, mientras me mienten, porque ellos tampoco lo han vuelto a ver. Las dos taiwanesas, se supone, siguen en mi ciudad y hacen comida china. Yo jamás las he visto. Me atrevo a afirmar que los orientales no existen. Que son una clase especial de extras, revolucionaria, que quizás en alguna época se rebelaron contra el sistema de extrismo. De hecho, creo que todos los japoneses que conocemos no son sino extras que han decidido tomar protagonismo en el escenario humano, que han roto las cadenas de la opresión, se han escapado del muro que los contiene y ahora se han afirmado como verdaderas personas.
También son extras los tipos de la primera fila de cualquier tipo de espectáculo. ¿Por qué nunca conocí a nadie que estuviera en primera fila de algo?. Porque no existen, porque nadie los conoce, pero no nos atrevemos a decirlo.
Hay unos que los detesto y que están destinados a animar fiestas de quince y casamientos. Uno pregunta, en la única recorrida que va desde el baño hasta la mesa, quiénes son esos que están bailando toda la noche, y que incluso incitan a otros a bailar, y nadie sabe quiénes son. Ni los invitados, ni los anfitriones: son extras destinados a fingir alegría eterna. Sirven al Universo para contrastarlo con nosotros, los que no bailamos, los que sufrimos cada fiesta como una tortura. Estos tipos están diseñados hegelianamente para que nosotros nos definamos respecto a ellos: para que nuestra amargura resalte en todas las fiestas.
De lo que no estoy seguro, y mis investigaciones continúan por ello, es acerca de la entidad de estos seres. Algunas corrientes argumentan que son hologramas especiales creados por un Superior, que cuando terminan de cumplir sus funciones, por ejemplo de ocupante de asiento, directamente desaparecen, como si un rayo gamma (no sé qué es un rayo gamma, pero siempre quise decirlo) los fulminara. Todos los días el proceso se reitera: nunca hay un extra igual al del día anterior. Particularmente, me inclino por la idea de que hay barrios ocultos, una selva de monoblocks idénticos uno al otro, donde estos sujetos habitan en una situación de semi-cautiverio. Son una especie de Joseph´s K´s kafkianos, orwellianos en algún punto, vestidos de grises, monótonos, que vienen a la ciudad a cumplir sus rutinarias tareas, exactas todos los días, y vuelven melancólicos y tristes a sus hogares, sin familia, sin perros, sin nada que los motive a seguir. Pero fueron criados en una Escuela Mundial de Extras, donde se les enseñó que esa era su vida, que no tenían libre albedrío, que su misión en el mundo era ser ocupantes de espacios vacíos. Sacrificarán sus existencias en pos de un escenario más interesante para la Humanidad: fueron adoctrinados hasta el hartazgo, y están convencidos del valor altruista de sus existencias. Son máquinas humanas, autómatas de la formación de estructuras para el desempeño del resto de la civilización.
Voy a seguir con mis investigaciones, aunque tengo un poco de miedo. Quizás he descubierto una verdad que altere el sentido del Universo. Tal vez, quién sabe, ahora me secuestre un negro grandote y me ofrezca un par de pastillas: una para ver la verdad, y la otra para olvidarla por siempre y continuar con mi vida normal, viajando parado en los colectivos, olvidando algunos compañeros de secundaria, sentándome lejos de las pistas de baile de las fiestas. No me atrevo a decir cuál elegiría. Creo que para eso lo escribo aquí. Para que si dejo de hablar de este tema, por haber elegido la pastilla del olvido, al menos quede un registro físico de esta teoría, y algún valiente recoja estas palabras para ir hacia la verdad. Tal vez, sin darme cuenta, esté hablando sobre el sentido de la literatura.
16/9/07
Escribí
Un cigarrillo, tiene que haber un cigarrillo. Que no se consuma demasiado rápido, pero que no sea el centro de la escena. Fumá negando la vida, enfermate más de lo que estabas, tosé cada pitada, escupí pedazos de cosas que no te van a pasar. Que los demás piensen que estás ahí fumando, que te divierta esa idea, que la anotes en un papel y que luego lo pierdas para siempre. Que la migraña se instale en tu cabeza y se niegue a retirarse, que el dolor se haya hecho tan cotidiano que te acostumbres a vivir con él. Que miles de pequeñas agujas se inserten en tu frente y que la tortura sea el estado calamitoso y constante de tu existencia.
Que haya pasado algo triste. Que se te haya oscurecido el alma, que te quedes mirándote al espejo un largo rato, sin preguntarte nada, mirándote nada más. Que ella se haya ido para siempre y que pienses que nunca vas a estar con otra como ella, que alguien cercano ahora te odie, que tu vida no encuentre el rumbo, que todo lo que antes decidías sobre la marcha ahora lo tengas que pensar, y que cada vez que elijas te des cuenta de lo equivocado que estás. Que ese pueda haber sido el final de todo, que te asuste, pero que te asuste de verdad, la idea de que en serio esté por terminar todo. Recorré la casa sin quedarte en ningún lugar, quedándote en todos, odiándolos. Que lo triste no te abandone por un segundo, que sea cada vez más triste, que el olvido parezca más lejano, que el recuerdo te destruya por dentro sin nada que hacer. Que no te entusiasme nada, que lo bello te parezca abominable. Leé una cosa y preguntáte si vos vas a ser capaz de escribir algo como eso, y retorcé tu espíritu, patealo en el piso y humillalo. Contestate que no.
Sufrí la certeza de que eso que tenía un sentido era, en realidad, una sucesión de azares impronosticables. Repetí en tu cabeza muchas veces: azares impronosticables, y deducí que es un oximorón, que un azar es azar por impronosticable. Que la idea te parezca una mierda.
Que no entre un rayo de luz. Persianas bajas y bien cerradas, que se respire un aire putrefacto, estancado, que el aire se aburra a sí mismo. Recordá las mejores cosas de tu vida, y pensá que nunca van a volver a ocurrir. Pensá en lo que extrañás, pensá que lo vas a extrañar para siempre.
Ahora sentáte, y escribí.
(Click en la imagen...para agrandarla)
13/9/07
93
Rayuela, Cap.93
10/9/07
Condenado
mi felicidad viene cuando los que escupen para arriba se dan cuenta de la gravedad mi momento de placer es cuando la tortilla se da vuelta, cuando el que te señaló se da cuenta que no tenía la autoridad moral que juega con tus mismas reglas que es igual de forro de lo que sos vos que lo que ayer te echaba en cara es lo que hoy sostiene como argumento
soy feliz cuando la persona que ayer te traicionó está colgada del abismo pidiéndote que le tiendas la mano, soy feliz ayudándola no por filántropo sino por seguir acumulando el placer de saber que, en las mismas condiciones, yo no soy igual que vos soy feliz sabiendo que vos sabés eso soy feliz sabiendo que eso no te deja dormir que lo pensás que te das cuenta del error y que ya no hay vuelta atrás
soy feliz sabiendo que no hay vuelta atrás
la venganza no es un plato que se come frío la venganza no se come la venganza es un plato que se mira, y se deja pasar y no por el valor ascético de la bondad o la renuncia, sino por el dulce gusto de saber que yo pude comérmelo y sin embargo lo dejo sin tocarlo yo renuncio a vengarme porque ni siquiera vale la pena porque caíste tan bajo que desde un púlpito de supuesta moralidad me señalabas me juzgabas nos juzgabas a nosotros la humanidad entera
si yo hubiera estado en esa plaza, a vos mussolini ni te ahorco te miro con desdén me cago de risa en tu cara te pregunto por qué lo hiciste y ni te dejo contestar me sigo riendo
por estas cosas vale la pena vivir aunque mi felicidad maldita me condene al infierno yo prefiero una eternidad ardiendo si puedo rememorar este momento...te juro que se lo cuento al diablo en persona y hasta el tipo va a ser un poco más feliz le voy a decir al diablo que la vida tiene sentido sabe diablo tiene sentido para ver pasar los cadáveres de tus enemigos señor diablo usted no querría ver pasar el cadáver de dios acaso señor diablo y el tipo me va a decir que tengo razón
soy feliz revolcándome en esa miseria vivo el odio como una fiesta una orgía de risas irónicas un banquete de pequeñas humillaciones
el problema es subirse al caballo de la autoridad moral el problema es perder las riendas el problema es que te creíste que las tenías el problema es que el caballo fue para el lado equivocado y el problema es que yo estaba en ese establo mirando como te desnucabas