15/12/11
El Grosso, conversaciones irreverentes con Pablo Marchetti
16/10/11
Kirchnerismo para armar
10/10/11
Diez polémicos dibujos animados
28/9/11
La cocina del post
12/9/11
26/8/11
Links IV
16/8/11
Un muchacho
11/8/11
9/8/11
Links III
2/8/11
Coronel Putin
14/7/11
Links II
12/7/11
Links
27/6/11
La metamorfosis
24/6/11
El Ninja, conversaciones irreverentes con El Hincha Encapuchado
16/6/11
6/6/11
Continuidad de los péndulos
26/5/11
20/5/11
Con la cabeza de Sartori o con Sartori a la cabeza
Dicen, los diarios, que cambiar la ley electoral ha sido la primera reivindicación clara y contundente. Entonces ya hay una linda diferencia con el 2001. Una diferencia que es valiosa. Una diferencia que me permite arrojar que, si este es el objetivo que termina prevaleciendo (por encima de “democracia real”, de “nuestro futuro”, de “la revolución de las redes sociales”), no sé si estamos en presencia de una revolución, pero sí estamos frente a un suceso mucho más rico, complejo y posiblemente más beneficioso para España.
17/5/11
Quién escribirá el Ulises de nuestra época
1. Toda interpretación sobre un aparato mediático – aún la de otros aparatos mediáticos sobre el resto de ellos – está sostenida en la idea de que la influencia del mensaje es total sobre el receptor. El público no es una construcción sino un hecho dado, una masa sobre la cual se emiten mensajes que llegan plenos. La evolución de Laswell hasta acá, la idea de que quizás hay líderes de opinión más cercanos, pertenecientes a un reducto más íntimo y familiar, es también estéril. Ni siquiera la bien construida idea de “la espiral del silencio” logra romper del todo con la noción de una matriz comunicacional que baja, sobre unos dispersos punteros de la opinión, determinados mensajes. El paternalismo cobra entonces la forma de la condena al mensaje.
2. Es decir, hasta ahora, ninguna teoría que intente explicar la influencia de los medios de comunicación en la formación de la opinión pública logró ganarle la batalla cultural a la potente idea de la aguja hipodérmica de Laswell. Los medios emiten un mensaje y el receptor, una uniformidad, lo recibe sin mediaciones. La evolución de las ciencias de la comunicación no logró franquear el umbral de sus propias discusiones internas.
3. La victoria laswelliana consiste en endiosar al mensaje como un canto de sirena capaz de atrapar y quitar de la realidad a cualquiera que lo escuche. El primer kirchnerismo intentó con estrategias varias, y ciertamente mucho éxito, evadir ese hechizo. Lo tapó con otros cantos, sino más fuertes, al menos lo suficientemente molestos como para paliar la potencia de los primeros. Fue, incluso, más burdo. Llegó a zamparse en las orejas unos kilos de cera para atravesar todas esas islas sin caer en las mágicas garras de ninguna. Es una forma de la pureza tan efectiva como solitaria.
4. Puede ser que haya, entonces, otro momento, un segundo kirchnerismo, una segunda forma, (¿mejor?, no sé; más placentera: seguro) de ser kirchnerista. Una forma más homérica. Un kirchnerismo a la Ulises, que permita usar el clima cultural de la época como correa para atarse a un mástil y dejarse transitar por las orillas de esas islas peligrosas, sin el temor a volverse permeable a los encantos de las sirenas. El kirchnerismo es un colectivo, entonces, valioso allí en sus multiplicidades. Los que queremos, a riesgo de volvernos locos, escuchar los cantos de las sirenas tenemos muchos compañeros dispuestos a llenarse los oídos de cera para que nosotros, un ratito, naveguemos por aquellos, otros, terribles, mares. A la vuelta nos tocará a nosotros zamparnos de cera, y mirar para otro lado cuando un compañero nos pida a gritos que lo dejemos libre de dar rienda suelta a sus más bajos instintos.
5. Vendrán, esas canciones, en formato de reality shows. Veremos compañeros que hasta hacía un rato parecían seres sensatos, discutiendo, desbocados, sobre las idas y vueltas de Cristian U. Vendrán los maléficos hechizos en la forma de un talentoso, agradable, total y absoluto conductor bolivariense. Se escudarán, con algo más de pudor, esos cantos demoníacos en ficciones como El Puntero. Y atados al mástil del kirchnerismo, habrá quienes decidan (mos) navegar por esos mares. Porque sólo atados al mástil de época se puede evitar la locura y apreciar a las ninfas.
6. Habremos ganado entonces, me parece, digo, atado en este humilde mástil que nos regaló la época. Habremos ganado en la construcción de algunas buenas subjetividades. Habremos ganado en la posibilidad de extraer de algo, que por esencia conducía a la locura, un poco de belleza, tal vez un goce artístico o, tan simple y necesario, algunos minutos de entretenimiento. Y entonces, contrariu sensu, ese mástil de la propia subjetividad, de la propia individualidad, será cada vez más grueso y resistente a medida que atraviese más islas, más cantos de sirenas, más tentaciones gozadas sin consecuencias. Porque será la propia racionalidad la que cada vez debata mejor con el impulso dionisíaco.
7. Un kantiano dirá que llegará el día en que entonces la conciencia cumpla los dieciocho, adquiera la mayoría de edad, y entonces ese mástil ya no sea necesario siquiera para visitar a las temibles ninfas homéricas. Un peruca refutará que ese mástil, que es cada uno de los compañeros de ruta, no se termina de construir nunca. Esta última postura es por cierto más efectiva. Pero la idea es definitvamente hobbesiana, en la ironía de que las cadenas nos harán libres. Nos evitarán la esclavitud del goce pleno.
8. Negamos la vigencia de Laswell. Negamos la inyección de valores de los medios hacia los receptores. Nos atamos al mástil de nuestra época y vamos hacia allá a mirar El Puntero, Gran Hermano y Tinelli. Sólo así redimimos al mundo.