30/9/10

El Alem

Cuento N° 22 de "El amor en tiempos del kirchnerismo".



Sentí infinita veneración, infinita lástima.
El Aleph.

El Alem.

Cuando las tropas de Urquiza llegaron hasta las puertas de su pulpería, Leandro Antonio Alen intuía el desenlace fatal. Miró por última vez a su hijo Leandro Nicéforo, ordenó a su mujer, Tomasa Ponce, que se encerraran en la habitación del fondo y salió a encontrarse con la muerte. Un mazorquero, pensó Leandro, no debe resistir: eso daría razón a los salvajes. Desobedeciendo las órdenes de Leandro, Tomasa acompañó al detenido hasta Plaza Montserrat, donde sería ahorcado.
Entonces comprendió que sólo le quedaban por experimentar las variaciones de una misma desgracia. Tras un pasar relativamente cómodo, con su esposo pulpero y miembro de La Mazorca, la caída de Rosas en Caseros coincidiría -y causalmente -con la caída de los Alen.

Refiere la sabiduría popular el carácter cruel de los niños. Nadie pudo comprobarlo tanto como don Leandro Nicéforo Alen, quien debió cambiar su apellido - reemplazando la n por la m- para terminar con las referencias al destino de su padre. Leandro N. Alem fue el nombre definitivo, aquél que enterró el estigma de “el hijo del ahorcado”. Nacía, entonces, una leyenda radical a la que acompañé durante los años finales de su vida.

Sería demasiado arriesgado -peor: inconducente -exponer aquí mis pergaminos, aquellos que me ubicaron junto a don Leandro los últimos meses de su vida. Ese azaroso período de tiempo que, con su decisión definitiva, adquirió características trascendentales. No es mi deseo contribuir a la niebla de conjeturas que rodearon el suicidio de don Leandro. La depresión que lo hundía diariamente era tan política como personal. Ningún hombre decide morir por la política, como ningún hombre muere por un amor, si no hay, previamente, alguna concepción referida a la futilidad de la vida. Renegar de la vida: he ahí lo que el universo debe subrayar ante cada suicidio, más que el amor por María o el odio por don Hipólito (o la redundante carta final de don Leandro: suicidarse antes que negociar y llamar a que se rompa antes que a doblarse. Observen allí todas las tautologías posibles). La causa de un suicidio es, apenas, una nota al pie. El acto ya es, por sí, todo.

El 1° de julio de 18** llegamos en el mismo coche al Club del Progreso, aunque don Leandro me pidió que entrase antes que él. Tiempo después supuse que debió haber aprovechado esos segundos para revisar el arma. La cena transcurrió sin eventos que merezcan ser referenciados, especialmente si cometemos la torpeza de balancearlos con lo que ocurriría minutos posteriores. Me preocupé cuando don Leandro decidió abandonar tempranamente la mesa, y me ofrecí a acompañarlo. Con la mitad de mi cigarro encendido, insistió para que me quedase. Supuse que se encontraba molesto entre tanto humo (don Leandro había dejado de fumar por recomendación médica) y que mañana temprano realizaría comentarios mordaces sobre los comensales que lo acompañaban.

El andar de una serie de coches silenció el ruido que pudo haber provocado la pistola. Puede decirse, entonces, que fue el triste destino el que me ubicó caminando para ese lado y no hacia otro, saliendo antes que cualquier cliente de El Club del Progreso, y no después. El humo que podría haber sido la fría niebla, el zapato que trababa la puerta del coche, la pistola bajo el asiento, la sangre. La muerte de don Leandro que ahogó el grito que hubiese deseado. Mezquino, pensé en las especulaciones, y pensé en mi vida profesional, en cómo quizás debería cambiarme yo también el nombre -aunque si algo no me ataba a él, eso era mi nombre, tan polaco. Pero seguidamente volví a don Leandro, a quien acomodé en su asiento para confirmar que ya no respiraba.

Con el fin de las desgracias de don Leandro, comienza la historia de las mías.

Apoyé su humanidad contra la mía y lo solté contra el asiento, cuando mi mirada cruzó su ojo derecho, ahora vacío. Pero entonces esa esfera circunstancialmente abiótica arrojó una serie de imágenes que no voy a olvidar jamás. Como una ínfima pantalla de cine que contenía todas las dimensiones posibles de un mismo objeto, de un fenómeno o de un personaje, así el globo ocular de don Leandro mostraba una sucesión en apariencia anárquica de imágenes. Todas las cosas tenían, a su manera, relación con el radicalismo. Pensé en el tormento de Leandro, en una vida atravesada por la circunstancia divina de tener que ver, todo el tiempo, todos los pasados, todos los presentes y todos los futuros del radicalismo. Y entonces comprendí que en el ojo de don Leandro estaba todo el radicalismo visto desde todos los puntos del universo. El Alem.

Fascinado y morboso, enfoqué en el ojo de don Leandro y vi un saco sobre una silla del Jardín Florida, vi una boina blanca arrojada al cielo del Frontón de Buenos Aires, vi una bala despedazando a un revolucionario (era 1890) y vi esa misma bala rozar a otro (ya era 1893), vi rupturas en los comités, vi amenazas de duelo y vi concreciones. Vi al propio don Leandro ser conducido a la cárcel, vi su liberación, vi el abrazo apesadumbrado que le dio a su sobrino, vi todas las resignaciones posibles, vi cuartos oscuros, vi universitarios, vi el viento secando la sangre de un fusilado de la Patagonia, vi conspiraciones en el Senado, vi interventores de provincias parando en la ruta para estirar las piernas, vi menguar algunas ansias, vi caer al mundo, vi a un hombre, que era todos los hombres, encerrarse en el palacio presidencial, vi tanques acercarse. Entonces una angustia me invadió el alma, y comprendí que ya no podría dejar de mirar. Y vi más boinas blancas, vi insignias militares, vi muchedumbres, me encegueció ver la intransigencia en su totalidad, vi derrotas, vi cárceles. Vi bombas caer desde el cielo, vi nuevas traiciones, vi todas las madrugadas y vi a los despiertos, vi exilios, vi la prohibición, vi un mensajero subiendo a un avión con una carta. Vi la contradicción, vi lapiceras que viajaron desde Norteamérica a firmar contratos, vi la Provincia de Buenos Aires, vi imposibilidades, vi más militares. Vi proscripción, vi la parsimonia, la incapacidad y vi una secretaria abandonar su puesto para dejárselo a un señor de bigotes. Vi muchedumbres esperar un avión, vi tumultos, vi la muerte, vi a un viejo adversario despedir a un gran amigo, y vi desde todos los ángulos posibles del universo la forma terrenal que adquiere la decadencia total. Vi la sangre. Nos vi volver, vi los pétalos de una primavera, vi esposar las manos ensangrentadas de unos generales, vi desde el cielo pintar con betún nuevas armas que se levantaron, vi explosiones, vi la miseria como no la había visto nunca, vi enormes almacenes saqueados por muchedumbres, vi más imposibilidades, vi al orfebre de un bastón que se entregaba. Vi nuevas decadencias, vi un paseo por una quinta, vi finales ajenos y nuestros. Vi nuevas parsimonias y me angustié pensando que El Alem era circular, vi que los puntos del universo eran otros y vi que la historia era la misma y continuada. Vi nuevas debacles, vi nuestra disolución, vi un caballo embistiendo una anciana, vi la lágrima de un oriental en el piso de su enorme almacén, vi nuevas explosiones. Nos vi morir, vi declarar sentencias, vi ojos que nos juzgaron, vi pedir que sea la historia la que nos juzgue, vi gritarnos, vi un renacimiento. Entonces vi a la historia, y vi a don Leandro, vi desde todos los puntos El Alem, vi mi cara viendo El Alem, y vi mi angustia y las caras de los que recién llegaban hasta Leandro. Y lloré.

Lloré porque mis ojos habían visto ese secreto en los ojos de don Leandro, ese secreto cuyo nombre desconocen los hombres, porque ninguno ha mirado, ninguno más que yo, y ninguno más que don Leandro. El inconcebible radicalismo desde todos los puntos posibles del universo. El Alem. Y entonces comprendí.

6 comentarios:

Cine Braille dijo...

"El Universo, que otros llaman la elección interna...". Standing ovation.

Guilly dijo...

de lo mejor que se puede leer en blogs, sin dudas.

Daniela Godoy dijo...

Impresionante, muy bueno!

Ladislao dijo...

Simplemente excelente.

Manukardo dijo...

Es muy bueno el relato, y atractiva la redacción, pero es FANTÁSTICA La descripción que refleja el ojo de Don Leandro...
No se quien dijo algo mas o menos así "Un radical es alguien con los pies plantados firmemente en el aire"
Bien Tomás!!

Manukardo dijo...

Es muy bueno el relato, y atractiva la redacción, pero es FANTÁSTICA La descripción que refleja el ojo de Don Leandro...
No se quien dijo algo mas o menos así "Un radical es alguien con los pies plantados firmemente en el aire"
Bien Tomás!!