Este blog, como todos, fue mutando. Hubo tiempos en los que la política no ocupaba todo lo que acá se escribía. Hasta que encontré la vuelta a lo que quería que este blog fuera -una especie de borrador de ideas sueltas sobre los sucesos políticos que nos interpelan a decir algo -este espacio era una mezcla de algunos escritos que tenía por ahí. Yendo al archivo se encuentra de todo: desde cosas que no entiendo por qué las escribí, hasta
recuerdos de cuando mis viejos se iban y me quedaba la casa sola.
Revisando ese archivo que nunca había leído, encontre esto (y aunque me parezco un imbécil por auto citarme, cito)
Judas es mi apóstol favorito porque representa el altruismo, el sacrificio por una idea: Judas fue el más cristiano de los apóstoles, el más convencido, y en ese convencimiento enfermo comprendió la necesidad de convertir a su dios en un mártir. Para que existan los mártires deben existir los traidores, porque, sí, Jesús hubiera sido encontrado y muerto de todos modos, pero entonces la Historia no hubiera tenido la moraleja que tuvo. La responsabilidad hubiese recaído sobre los romanos, y la culpabilidad sobre un todo siempre se disuelve (por eso es tan inútil la idea de que todo lo que pasa es un problema de la sociedad entera). Entonces Judas decidió encarnar la traición él mismo, hacerla figura viviente, representarla. Dio su vida para que otros entiendan que alguien mató a Jesús, pero que ese acto era la Humanidad entera. Lo de Judas no fue un mensaje religioso -y por eso me atrae- sino moral: Judas es la representación de la Humildad llevada al extremo, el sacrificio de la vida propia en aras de mejorar la Humanidad entera.
Sí, el tema es obvio: Cobos. Pasé por todas las etapas. Cinco minutos después del voto, después de cuatro horas seguidas de debate, lo único que quería era que el tipo renuncie antes de salir del Senado. Era ver a Carrió hablando de Dios, a Buzzi llamando compañero a Miguens, y daba tristeza. Solamente me salía -todavía me sale- la palabra traidor. Con un poco más de tranquilidad, horas después, nos fuimos dando cuenta que no había que crear un mártir. Que el Gobierno no podía darle más jugo a los multimedios (mucho menos si es cierto que se va por la ley de Radiodifusión) y la nueva derecha (a la que, incluso, se la estaría dotando de la cara visible lavada que le falta). Que, decía Mendieta, con Cobos adentro después de esto, va a ser difícil que se sigan escuchando las gansadas de autoritarismo-fascismo para calificar al Gobierno. No conozco fascismos donde el vice vote en contra de su Ejecutivo. Más: no conozco gobiernos así.
Pero sigo escuchando explicaciones. En la tribuna, en la sobre mesa, en el bar, sostengo que Cobos es un traidor. Y tengo con qué. Nadie votó las convicciones de Cobos, ni su carácter de "hombre de familia" (¿?). Está ahí en representación del Ejecutivo y no cumplió su rol institucional. También, coincido con la idea de que la política es una cuestión de formas. Que, si Borocotó hubiese esperado unos meses, hubiese desparramado unas cuasi-lágrimas y hubiese apelado a la dificultad de dicha decisión, hoy "borocotear" no sería un verbo, y el tipo sería un legislador más que se pasó de un partido a otro. Sin tanta indignación, y hasta con aplausos, como los que recibió Don Julio.
Ahora hay una nueva versión dando vueltas, que no me convence, pero que me gusta como fantasía literaria casi. Dicen por ahí -repito: no juzgo la idea, no la acepto ni la descarto, la uso para jugar un rato, para sacarme el gusto a bronca que me quedó -que Cobos jugó para el Gobierno, que sacó un problema de encima de un modo tal que no repercutiera en la autoridad de Cristina. Hay una trampa por detrás de la idea: el falso supuesto de que el Gobierno sabía que la 125 era inaprobable, pero que no podía tirarse para atrás sin perder el capital político que había apostado durante cuatro meses. La versión, de todas maneras, hace agua por todos lados. Primero, que no se puede calcular y fingir semejante empate. Segundo, encuentro otras maneras menos dramáticas de ir para atrás sin que quede tan feo. Y, tercero, a diferencia de Judas, se sabía que Cobos iba a ser considerado traidor por una parte, pero enarbolado como líder por otra en crecimiento.
Hace un par de años encontraron el Evangelios de Judas. La idea central del manuscrito es una reivindicación de Judas, al estilo de un ensayo de Borges ("Tres versiones de Judas"): Judas, en realidad, cumplió los deseos de Jesús. El Mesías necesitaba que alguien lo entregue para ser más Mesías, para que quede claro que él no estaba para éstas cosas tan mundanas. El Viejo Testamento era poco claro: había que reafirmar la idea de que todos somos pecadores, y Papá Grande mandó al Hijo a que lo matemos. Pasaron 33 años y nadie se hizo cargo, hasta que vino Judas y cumplió el Plan de Culpabilización Divino. Ahora sí quedaba clarito que era necesario construir Iglesias y sentirnos mal desde el día uno. Ser bueno no alcanzaba porque, quieras o no, todos habíamos sido un poco de Judas ("Todos somos Judas" dirían los panfletos en las 4X4 de la época).
No hubiese estado mal. Como estrategia política, Maquiavelo puro, hubiese sido intachable. Incluso, más viable que la de Jesús. Porque, en todo caso, para Judas no hubo, jamás, un desagravio. Judas no tuvo ni tiempo para decir que actuó con el corazón, con sus convicciones, que era un hombre de familia. Para Judas sí fue el día más difícil de su vida, y horas después lo demostró, terminándolo. Judas no es Cobos. La traición de Judas tenía un propósito más amplio, de encarnación de La Traición. Y para reforzar la idea, Judas se suicidó fingiendo una culpabilidad que, en realidad, no le correspondía.
Cobos, al segundo de traicionar, salió a festejar y a capitalizar políticamente la traición. Judas, en cambio, se llamó al silencio eterno para que no se descubriera la verdadera maniobra política. Judas, en el fondo, era un orgánico del cristianismo.