Imaginemos por un momento que Alfredo De Ángeli anuncia que viene a Olavarría. Alfredo pide una audiencia con el Gobierno, y el Gobierno se la niega. Alfredo llega a Olavarría y se reúne con un grupo de productores. Afuera, un grupo de militantes oficialistas protesta contra la presencia de De Ángeli. Las cosas se exacerban, y los cánticos son cada vez más agresivos. Al rato, varios manifestantes aparecen portando huevos. Cuando salen los productores reunidos con el líder de la FAA-Gualeguaychú, los manifestantes oficialistas arrojan huevos sin discriminación contra cualquiera de los productores, contra el auto que transporta a De Ángeli y contra cualquiera que, productor o no, hubiese estado ahí. Imaginemos los titulares. Intolerancia, totalitarismo, falta de libertad, anti-democráticos. Las fotos de cada uno de los militantes circulando en cadena nacional por TN, con la música acorde al momento de terror estatal. Imaginemos la cantidad de móviles de televisión que hubiesen llegado a la ciudad. Los días y días que Olavarría hubiese sido tapa de los diarios. Los análisis políticos de Morales Solá, Grondona, Lanata&Cía, hablando de Olavarría como la bisagra: el momento de violencia que convirtió a un simple líder bonachón en un mártir político capaz de disputarle el poder al Gobierno. Imaginemos la posterior alianza con Duhalde. Las veces que hubiéramos escuchado que la lucha ya no era por las retenciones sino por la libertad, contra un gobierno autoritario. Las insoportables entrevistas a Carrió donde compararía los huevazos a De Ángeli con la quema de Hitler al Reichstag.
Menos mal que lo que ocurrió fue todo lo contrario, y los que agredieron a los funcionarios electos democráticamente fueron los del campo. Imaginen, sino.
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