10/10/08

La noche fundacional del Che

Seguimos con el Che. Seguimos afirmando que esto es, otra vez, un reduccionismo. Esta vez, acaso también literario y poético.

Tal vez en el corazón
le tocó un Santo bendito
a un gaucho, que pegó el grito
y dijo: -¡Cruz no consiente
que se cometa el delito
de matar a un valiente!

Me gusta del Che, también, aquella noche fundacional. El Che está en México, deambulando. Acaba de escapar de Guatemala, donde el imperialismo voltea a Jacobo Arbenz. El Che sigue buscando, negando la objetividad que le venía dada: el médico y jugador de rugbier, que por traidor a su destino sigue enojando, deambula por México a veces como periodista, otras como fotógrafo. Todavía construye una segunda subjetividad propia: la primera, tal vez, es la de un viajero. Pero el viajero, supongo, es una precondición de todo lo demás. Se viaja, cuando se viaja así sin rumbo, buscando algo que se quiere ser.

La carta de despedida del Che a Fidel comienza con esa noche: "me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia". El Che cita aquélla noche, fundacional, en la que empieza a construirse ese otro que quiso ser. A la hora de su muerte, lo primero que recuerda es el comienzo. La noche en lo de María Antonia, quizás el Che todavía es el médico porteño, el jugador de rugby. Debe estar lleno de médicos porteños que viajaron por Latinoamérica y no fueron el Che, que volvieron a abrazar la primera objetividad. Alberto Granados, su compañero de aventuras, quizás es un ejemplo. Dice, el Che, sobre esa noche:

Charlé con Fidel toda una noche, y al amanecer, ya era el médico de su futura expedición...Fidel me impresionó como un hombre extraordinario. Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía. Tenía una fe excepcional en que una vez que saliera hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez llegado iba a pelear. Y que peleando iba a ganar.

La noche siempre es testigo de los encuentros fundantes. Se encuentran, de noche, Martín Fierro y Tadeo Isidoro Cruz, y la analogía no puede parecer más perfecta. Fidel es el desterrado de su patria, el ilegal, el hombre fuera del sistema: Martín Fierro. Tadeo Isidoro Cruz, entonces, es el hombre que todavía combate dentro del sistema pero que lo quema por dentro un fuego de rebeldía que sólo debe encaminar. Y es el encuentro con el otro, con Fierro pero también con Fidel, el que expulsa esa rebeldía interna y la vuelve carne, la moldea, la encamina, acaso permite descubrirla en los ojos del Otro. Es el encuentro en la noche fundacional y la empatía con el personaje marginal, alejado del sistema, el que da comienzo a la construcción de otra subjetividad: la de Cruz, la del Che. Dice Borges:

(...) mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro.

El Che arroja en México los uniformes, el quepis del sistema, y se calza la boina: el Che charla toda una noche con Fidel y decide que no va a permitir que se mate un valiente.

Yo conocía bien su historia
y la tenía muy presente:
sabía que Cruz, bravamente,
yendo con una partida,
había jugado la vida
por defender a un valiente

Hay un gesto que termina por definirlo. Además de la noche fundacional, de la construcción del nuevo Ernesto Guevara, del nacimiento del Che. El despojo. El Che apuesta su vida en ese despojo. Muere quitándose los elementos de la vieja subjetividad, del jugador de rugby que todavía se le machaca, como si esa condición pre-fabricada que se le impuso todavía siguiese siendo parte del Che. Quien así lo cree, desconoce la noche del Che en México. No entiende quien fue Cruz y, acaso, por la calle, le gritaría “milico”. No entiende, quien insiste en el origen de clase media de Guevara, que aquella noche el Che dejó de lado modismos, costumbres y actitudes de pertenencia social: se quitó el quepis y colocó en su cabeza una boina (acaso haya sido más tarde, sí; simbólicamente, fue esa noche).

Cruz se dispuso a morir
peliando y me convidó.
"Aguantemos", dije yo,
"El fuego hasta que nos queme".
Menos los peligros teme
quien más veces lo venció.

2 comentarios:

Charlie Boyle dijo...

Permítame citarme de acá

388
En este punto el cantor
buscó un porrón pa consuelo,
echó un trago como un cielo,
dando fin a su argumento;
y de un golpe el instrumento
lo hizo astillas contra el suelo.

389
Ruempo, dijo, la guitarra,
pa no volverme a tentar;
ninguno la ha de tocar,
por siguro tengaló;
pues naides ha de cantar
cuando este gaucho cantó.


Martínez Estrada cree que durante el lapso que transcurre entre la publicación del primer libro y la escritura del segundo (1872-1879) algo en Hernández ha cambiado, ya sea por vanidad, por transigencia o por presión. El crítico encuentra que el lenguaje utilizado en el segundo libro es complaciente con el poder, conciliador, y demasiado contemporizador. Es discutible esta postura, ya que es una consecuencia natural en un hombre político como Hernández que luego de haber provocado una reacción movilizadora tan importante como la que obtuvo con el público lector del primer libro, con el segundo es hora de tenderle una planchada al pobre Fierro para reconciliarlo con los suyos y al fin repatriarlo.

Martínez Estrada ensaya todo un corpus sobre el segundo libro, su necesidad de ser, el cambio del discurso de Hernández: del cantor y activo denunciador del primer libro al relator descriptivo del segundo. Lo acusa de haber dejado su propio estilo denunciador y reivindicador en desmedro de la obra. Creemos como Martínez Estrada, cosa que él mismo vislumbra con el epílogo de la segunda edición realizada diez años después de la primera, que algo se juega en la frontera. Y esto es verdad, con los estudios de frontera y del desierto en la literatura como el trabajo citado de Marisa Moyano, muy posteriores a las críticas de Martínez Estrada, se develan los fines últimos de los intelectuales fundadores de nuestras letras. La frontera era necesaria para demarcar el límite difuso de las inclusiones y, las exclusiones y a partir de ellos constituir una identidad nacional.

Hernández por el final del primer (verso 389)libro somete a Martín Fierro al autoexilio y en el segundo le es preciso repatriarlo de alguna forma. La denuncia es hacia la sociedad “civilizada” que lo ha marginado, pero a su vez, y esto es lo que molesta a Martínez Estrada, el gaucho debe hacer algunas concesiones para poder volver a su núcleo de civilización, la sociedad cristiana. Esta “Muerte y transfiguración de Martín Fierro” que cambia definitivamente al gaucho y es justamente lo que posibilita repatriarlo. Es el espanto que le provoca el episodio de “la cautiva”, es el vacío que le provoca la muerte de Cruz, es su absoluta soledad, la soledad de la nada del desierto – también en el sentido de desvinculación- lo que promueve la pérdida de sentido y su consecuente transigencia.


En muchos relato de las letras, así como de la vida real es necesario romper la la guitarra para que nadie cante ni yo ni el otro.
Es lo qu hebe de bonafide dice cuando se refiere a que sus hijos la parieron a ella
Un barazo

Tomás dijo...

Muy bueno Charlie.