21/3/11

Los tres días que estremecieron al mundo



Imagen de @agusgui.

Los tres días que estremecieron al mundo

John Reed. Enviado Especial de BCD.

Andalgalá – Un tsunami, millones de muertos, y la inminencia de una explosión nuclear. Las revueltas árabes y la subsiguiente invasión a Libia por parte de la OTAN. El fin del mundo arrecia a la Humanidad y los ojos de la Historia se posan allí. Ajenos a esta historia de desastre y muerte, el devenir de los seres humanos comenzaba a cambiar su suerte para bien. En un pueblito alejado, alguien no cerró el candado, y el flujo de la revolución hizo su ingreso triunfal. Como un barco decidido a (proyecto)surfear las olas de la tragedia. A prender una luz de Justicia entre tanta desidia.

Fue un domingo como cualquier otro en Andalgalá, un pequeño pueblo a casi 250 kilómetros de la capital de Catamarca. Ese territorio, otrora habitado por diaguitas y calchaquíes, habíase decidido a transformar la historia y lo haría por la vía de las urnas. Amaneció el domingo cálido, en contraste con aquél ruso invierno que vio tomado su Palacio. Esta vez la revolución sería diferente. Sin fallas, sin muertos, con el consenso de un pueblo. Un pueblo que se encontraba en el café, frente a la plaza, dispuesto a pintar su aldea. Para, recién luego, pintar el mundo de otro color. Verde. Fue una sorpresa para todos. El candidato de una fuerza menor, pero combativa y revolucionaria, ganaba las elecciones: Alejandro Páez. Los líderes nacionales de la fuerza viajaron hasta la humilde Andalgalá. Vieron el cartel de la historia iluminarse por primera vez y hacia allí fueron, victoriosos, a instalar la revolución democrática, limpia y mundial.

Fueron tres días que cambiaron el mundo. Decididos a transformarlo todo, el candidato Páez se acercó ese lunes a la intendencia, a negociar el traspaso ordenado del mando. Entonces el recelo del partido Proyecto Sur comenzaría a desatarse. No se había llegado hasta ahí, hasta esa victoria irrefrenable, para negociar con los poderes concentrados. Con ninguno de ellos. Nada que tenga poder, que transpire poder, que irradie poder, debería acercarse a la pureza revolucionaria. El candidato fue reprendido por primera vez. Fue esa noche, en una cena sin comida en un gran galpón recuperado por una cooperativa. A la que auditaron, primero, para ver si había cometido el ilícito de ganar -Dios me libre- dinero. Donde Claudio fue el encargado de pedir la cena y se vio trunca la ingesta de alimentos: la revolución no encontró ningún pequeño productor de asado de tira. El debate sobre comprar o no unos patys en el supermercado chino se estiró hasta la madrugada. La decisión, si bien no unánime, fue rotunda. Las autoridades nacionales decidieron que aún no está claro el carácter imperial o no de la actual China, y que hasta entonces “se verá”. Lo importante es alejarse del poder, aunque sea preventivamente.

Los siguientes días no fueron menos tortuosos. La intención de Páez de mantener una charla con la Minera Alumbrera fue rápidamente repudiada por las autoridades nacionales de Proyecto Sur. En el plenario, que continuaba en ese galpón recuperado, se decidió que Páez debía expropiar la Minera. Paéz refutó que habría que ver, que quizás cuando asuma, y la respuesta fue rotunda. Sin posibilidad de réplica. Había que expropiar la Minera Alumbrera de manera urgente. Ese día. Páez intentó explicar que aún no era intendente, y fue desoído. Solanas comenzó a descreer de su compromiso con la revolución. Cómo podía ser que alguien dudara tanto de lo que estaba bien. Por eso fue casa por casa, a formar un comando de expropiación. A la hora de la siesta, con una temperatura cercana a los 40°, la moral revolucionaria parecía recaer. El sistema, o el sueldo mínimo de 5 gambas de la minera, o la calor (vaya uno a saber), parecían carcomer, a tan solo dos días, la transformación del mundo. Solanas no se rendiría tan fácil. Era momento de radicalizar el proceso.

El martes a la noche, las huestes de Solanas interrumpieron las transferencia de dinero a los bancos para pagar los sueldos municipales. Aseguraron, las autoridades, que dicho dinero estaba manchado con la corrupción del poder. Algunos de ellos fueron detenidos por las fuerzas policiales, lo que motivó la denuncia de Proyecto Sur y la necesidad de avanzar en un sistema en el cual, en vez de policía, la gente fuera buena y progresista por sí misma, sin necesidad de nadie que vele por sus vidas y propiedad privada. Propiedad privada que no sería abolida, paremos la bocha, pero sí que se reduciría hasta convertir a Andalgalá en un paraíso de pequeños y medianos productores de todo. “Seamos medianos, lo demás no importa nada” fue el grito de guerra que empuñaron quienes eran subidos a los patrulleros. Aquellos que no fueron detenidos, recibieron cascotes y golpizas de los propios y reaccionarios empleados municipales incapaces de acceder a sus viles y materiales sueldos.

El miércoles a la mañana la revolución caminaba rumbo al abismo. Páez decidía abandonar Proyecto Sur. Pero tres días de transformación habían cambiado al mundo para siempre. Ese domingo a la noche, ese lunes y ese martes, un pequeño pueblo de Catamarca le demostraba al mundo que se puede pelear contra todos los intereses concentrados al mismo tiempo, sin ceder, sin ensuciarse la planta de los pies con barro. Se puede pintar la aldea y pintar el mundo, dijeron los andalgaleños, esos tres días. Algunos dirán, con malicia, que tres días son poco. Que no hay ninguna transformación cierta en tres días de pureza, o que esa pureza son también las imposibilidades. Yo les diré que necesitó Cristo apenas tres días nada menos que para resucitar. Yo les diré que fui testigo, en Andalgalá, de la resurrección de un sueño breve. Se podrá decir sobre eso lo que se quiera. Se podrá debatir sobre los alcances de estos fugaces electroshocks revolucionarios. Pero no se podrá decir, jamás, que alguno de ellos ha abandonado sus banderas. La tarea de gobernar, de gestionar y administrar una ciudad, no pueden ser puestas por encima de los ideales. Si los ideales no sirven para la gestión, peor para la gestión. La verdadera transformación estará entonces en fracasar, cada cierto período de tiempo, en la administración de lo público. En acceder a una gobernación cada tanto y elevar tanto el piso de las expectativas que se haga imposible acceder mínimamente a él. Así ninguna transformación material podrá ser realizada. Pero el mundo tendrá pequeños lugares donde darse un baño de pureza. Cada tanto. Unos tres días.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

.. seamos medianos, lo demas no importa nada ...
:))))

Ada e ido

Unknown dijo...

(Y)