Le perdonaría miles de errores a cualquier dirigente: no le perdonaría, quizás, que esos errores sean hijos de su carácter impulsivo. A mí el impulsivo, el cliché de participante de “Gran Hermano”, que “es re frontal y dice siempre lo que piensa” me parece un reverendo pelotudo. Yo tengo un perro que es impulsivo, también, mete el hocico en el inodoro el muy boludo de puro impulso, y no me parece que sea una característica digna de destacarse. Un tipo que no dice sino todo aquello que piensa ha renunciado a ser un humano y habría que tratarlo como tal, a golpes de diario en el hocico. Mucho peor si es alguien que se supone debe conducir a otros, por anárquica que sea esa conducción.
Pero deshumanizar tanto también debe ser un problema. Los tipos que están ahí, todo el día, decidiendo por tantos otros, siendo tantos otros, deben tener sus momentos de humanidad.
A mí la patada -en la entrepierna- que Evo le encajó a un tipo del equipo de sus ex-aliados del Movimiento Sin Miedo, me parece extraordinario. Dos, tres, miles de rodillazos.
Que te peguen una patada en un partido de fútbol amateur es una forma de renuncia explícita a la Convención de Ginebra. Todos los derechos humanos quedan suspendidos en ese pequeño reducto de pasto artificial. La primera patada fuera de lugar es el Estado de excepción schmitteano: de ahí en adelante,
todo es decisión. El que pega primero lo sabe. El que recibe, idea mecanismos inmediatos que activan un plan de respuesta bélica desproporcionada. Un empujón contra una pared, en canchita de fútbol 5, puede pagarse con tentativa de fractura expuesta sobre el rival. Es así. El fragor del fútbol amateur -que es superior al fragor del fútbol profesional, porque allí donde éste comercializa salarios, el amateur pone en juego pequeñas dignidades -permite hasta juzgar intenciones. “Me fuiste mal”, dice uno y otro responde que ni lo tocó, y las dos cosas son ciertas. Como un golpe de estado fallido, que no se juzga golpe porque no tuvo éxito. Eso es ir con la plancha, por ejemplo: se puniza el intento con la misma violencia con la que se puniza su concreción. La democracia es que no se pueda ir a trabar levantando los tapones. Las canillas son las instituciones de los seres humanos; las canilleras, sus leyes. Soy, digamos, de los que reivindican esa exageración, y de los que defienden ese código futbolístico que irracionalmente permite tomar una Coca cuando termina el partido con el mismo tipo al que hace treinta segundos intentaste empujar hasta quebrarle el cráneo contra el palo en algún córner.
Algún purista dirá que una patada en la entrepierna es la ruptura de alguna regla menor. Yo diré al respecto que comparto la noción de cierta economía geográfico-anatómica de la violencia, pero también relativizaré el alcance de ciertas racionalidades. El fútbol amateur iguala ahí donde limpia historias previas. Apuesto mi vida si hiciera falta, a que la brutal venganza de Evo no se debió sino a una ruptura anterior y más funesta que el planchazo que recibió en la espalda: la de haber recibido un insulto que refiere a su condición presidencial. Hay un insulto muy común y efectivo en el fútbol -sobre todo amateur -que hiperbólicamente refiere a cierta hombría del jugador: “cornudo”. Ahora bien, dicho insulto se reparte a diestra y siniestra con un solo límite fundamental. Nunca se le dice cornudo al cornudo de verdad. Y no por cierta reticencia moral, no por esa forma de la compasión que es el ocultamiento, sino porque el fútbol cinco es unidimensional: es sólo presente, es el momento de su suceder. El afuera no existe y las únicas referencias al pasado son aquellas que sucedieron bajo las mismas circunstancias: otros fútboles cincos.
A Evo han de haberle dicho traidor. O corrupto. O algo por el estilo. Entonces rompieron el encantamiento. Cualquiera que haya jugado al fútbol cinco sabe que cuando uno corre una pelota no es un estudiante, ni un contador, ni un presidente de un país, ni el novio de una, ni un empleado público. Todo jugador de fútbol amateur es un uruguayo del Maracanazo, y es Pelé, y es la Naranja Mecánica, y es el Negro Enrique y a veces hasta es el Diego. Entonces quien refiere a lo otro, a la existencia verdadera, termina con un hechizo. Y esa ruptura se paga a veces con un rodillazo en la entrepierna. Es materialmente desproporcionado. Pero es simbólicamente justo.
Y tal vez en los siete anillos que constituyen el infierno del fútbol amateur, sólo haya un escalón más bajo que ese. El del canalla que politiza el rodillazo, como si este fuese la expresión de alguna otra cosa. No hay punición en la tierra, no hay rodillazo en la entrepierna que baste para atormentar a quien así actúe. Ojalá los dioses aymaras, en cónclave pluricultural con el monopólico dios católico, condenen a estos sátrapas moralistas al castigo divino más cruel que puedan imaginar. A jugar, por qué no, un partido eterno desbalanceado por la falta de uno. Con la novia de otro mirando desde la tribuna, y el imbécil saludándola a cada gol. Ojala ese traidor de la raza humana, que es todos los traidores, que es Judas, sea condenado a una eternidad jugando con la ropa entera de un algún equipo. Y
vincha.
Te banco,
Evo.
9 comentarios:
Espectacular, Tomás.
Unas cositas (si se me permite):
¿Cuál es la primera patada en el futbol? Nunca hay primera patada. O nunca hay primera agresión. Siempre hubo algo anterior que motivó la reacción. Porque toda agresión en futbol es una reacción a algo.
Comenté semejante boludez como excusa de hacer un chivo.
Me ponés en el blogroll: http://yendoamenos.blogspot.com/
Gracias. Abrazo.
Ahí estás, ahí estás en el blogroll.
Es cierto lo que decís. Debe existir una Primera Patada fundamental, fundacional, primigenia. La Caída del Hombre.
Excelente Tomás.
Yo pido un Zidane de Oro para Evo.
La primer patada de cada jugador debería ser perdonada, digo, para hacer más interesante el juego.
Saludos!
esta muy bien tomas lo que decís, yo pensaba en el mismo sentido, que distinto hubiese sido que en lugar de un certero rodillazo en los huevos le hubiese metido un planchazo o una patada de atrás como le hicieron a él. Eso hubiese sido por lo menos objetable por que en el fútbol nunca hay motivos para lesionar al otro, si para corregir su inadecuada conducta como hizo Evo.
Excelente Tomás!!
Los habitue del Futbol 5 como yo, me senti my identificado con el relato.
Vamos Evo!!
Excelente, imaginate que yo casi me tatuó a Zidane (es una metáfra eh) después del cabezazo, solo ahí entendí que este argelino devenido en francés era un crack de verdad, el gran jugador de los últimos tiempos, porque ningún futbolero puede jactarse de no reaccionar nunca, no, eso es ser pecho frío, hasta el más habilidoso debe pegar con mala leche ante tanto maltrato previo. Eso es carácter, respeto, pasión. Saludos.
Felicitaciones, muy interesante el post, espero que sigas actualizandolo!
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