Cuento número 19 de "El amor en tiempos del kirchnerismo".
La fidelidad como construcción.
Desgrabación de la ponencia del del Doctor Michelangello Pichetto, titulada "La fidelidad como construcción", en el marco de la Charla Debate "Desafíos para el amor en el Bicentenario", :
"Compañeros y compañeras:
(...) Vengo, quizás, a discutir la idea que han expuesto los expositores que me anteceden. Ellos han afirmado que la fidelidad es una idea anti-natural, y critican desde la izquierda esa limitación en el accionar amoroso: proponen cierta idea de liberalización de las costumbres sexuales y amorosas. No vengo a refutar esa idea de fidelidad como limitación, sino a reivindicarla como un valor positivo y necesario para la vida en sociedad.
Adhiero a la noción de que la fidelidad es, antes que nada, una construcción humana. Va de suyo que las personas nacen con una serie de impulsos naturales, y me reconozco en la línea evitista-freudiana: donde hay un impulso hay una necesidad de satisfacerlo. Decía que la construcción de la fidelidad en las parejas es una necesidad para la vida en sociedad. De ahí surge la posibilidad de un sistema ordenado de herencia de la propiedad y, nos guste más o menos, la propiedad privada es el fundamento de nuestra sociedad. Esto nos plantea el desafío de construir un orden que regule el acceso a esa propiedad. No quiero con esto quitar el encanto o el romanticismo de las discusiones que me precedieron, sino más bien poner el acento en la cuestión de cómo brindar el marco necesario para que ese romanticismo pueda ser llevado efectivamente a la práctica. Me gustan los poemas y las canciones, pero nuestra tarea como dirigentes es construir el amor realmente existente.
(...)
Y en esa línea sostengo que la fidelidad es un valor necesario para el cumplimiento de dichas expectativas. Es por ello, sin embargo, que debemos ser críticos del actual desarrollo de la implementación de la noción de fidelidad. No quiero moralizar el debate, pero también adhiero a la idea hobbesiana de que la naturaleza del hombre es mala. Es mala en el sentido de que no naturalmente cumple con las reglas establecidas en sociedad, y que individualmente tiende a corromper esos marcos que se da a sí mismo para el correcto desarrollo de la vida social.
Compartido el diagnóstico hobbesiano de que el hombre es un ser esencialmente corrupto, me permito disentir, en cambio, con el remedio. Ahí me vuelvo un gramsciano. Asegura Hobbes que la solución a dicha corrupción es la creación de un Leviathán, un monstruo psicópata que sea capaz de romperle el marote al primero que se haga el piola. Esta idea, compañeros y compañeras, no sólo es falsa sino que es ineficaz. La construcción de una verdadera hegemonía exige algo más que coerción: exige consenso, una palabrita que ha sido bastardeada pero que en su acepción gramsciana implica la construcción de una subjetividad en la sociedad civil por medios consensuales.
(...)
Permítanme el ejercicio teórico de tomar estos conceptos de la política para ser aplicados a las relaciones amorosas. Fracasará quien intente construir una pareja fiel en base a la coerción, como fracasa cualquier gobierno totalitario cuya única relación con la sociedad civil se establece por medios coactivos. La referencia para un ciudadano respecto de su Estado no puede ser, nunca, solamente la policía: necesita ver la escuela, el trabajador social, el partido, la cultura, los símbolos. De la misma manera, la continuidad de una pareja no puede estar dada exclusivamente por la coacción contra la infidelidad, puesto que es la cara menos amable del amor.
Y aquí vinculo las dos cosas que venía diciendo. La fidelidad es una limitación necesaria de la vida amorosa en sociedad, cuyo cumplimiento no ofrece ningún incentivo positivo por ser cumplido. El Estado, a cambio de no apoderarnos de la propiedad privada ajena, nos permite la libertad; pero, al mismo tiempo, nos permite disfrutar de la propiedad propia, valga la redundancia. Pero este concepto no es trasladable a las relaciones sentimentales: no hay incentivos positivos por cumplir el mandamiento de la fidelidad. No sólo que se exige un comportamiento anti-natural, que es necesario, sino que su cumplimiento no otorga beneficios. Cuando exigimos a cada uno de los ciudadanos que no asesine a quien lo fastidia, lo que hacemos es garantizar que el que se ve molestado por nuestra existencia no nos asesine al mismo tiempo. El desafío es construir el incentivo para el cumplimiento del valor de lo fidedigno. Porque es falso que el cumplimiento de la fidelidad propia garantiza automáticamente la fidelidad ajena.
(...)
Lo que aquí vengo a proponer, es un cambio en la concepción de la fidelidad. Martín Caparrós critica la idea de honestismo en política, por la cual un dirigente intenta capitalizar políticamente su base de honestidad. Y asevera que eso no es discutir políticamente: que la honestidad es el grado cero de la política. Yo estoy en algo de acuerdo con esa idea, pero en otra parte disiento. Si un valor no puede ser reivindicado por el sujeto portante, entonces no hay incentivos para comprometerse con ese valor. Si uno no puede recibir el mínimo beneficio de, al menos, jactarse ante su pareja del grado de compromiso que acepta al renunciar a desear y concretar acciones del tipo amoroso nada más y nada menos que con el resto de la población, entonces se exige de una naturaleza humana corrompida y diabólica, una actitud altruista que, compañeros y compañeras, es más anti-natural que la fidelidad misma. Me dirán que es una concepción muy liberal, muy rational-choice, de la naturaleza humana y yo les diré: sí. Y luego les agregaré que, a diferencia de los liberales, también supongo que el sujeto puede actuar por incentivos que no necesariamente tienen que ser materiales.
No quisiera politizar este debate, porque hemos venido a este Congreso a discutir el amor, pero no puedo dejar de expresar mi tesis principal que se vincula con mi experiencia en la vida política: la fidelidad, cual la disciplina partidaria en un recinto legislativo, se construye a base de reparto de incentivos. Exigirle a un legislador que vote contra sus propios intereses a cambio de ningún incentivo es igual de irracional que exigir que un valor como la fidelidad se fundamente de manera exclusiva en la bondad de los seres humanos. Decía que propongo empezar a cambiar, no el concepto en sí de la fidelidad, el cual es necesario y fundacional de la vida en sociedad, sino más bien su instrumentalización. Ser fiel debe tener una contrapartida, un incentivo positivo pero no necesariamente material, que lo vuelva compatible con la naturaleza corrompida de lo humano. La fidelidad debe volver a ser una jactancia, se debe construir en base a la posibilidad de ser reivindicada al interior de la pareja. Debe ser posible que hombres y mujeres, porque no se trata para nada de un argumento de género, lleguen al hogar y relaten con orgullo la cantidad de oportunidades amorosas externas que han rechazado, y dicha conducta deberá ser pasible de un resarcimiento de caracter sentimental: una comida, un beso, una caricia.
Compañeras y compañeros, este es el desafío que nos toca a cada uno como militantes de este espacio, para la construcción de un orden que va desde las leyes hasta la vida diaria de cada uno de nosotros. "Mi amor, no sabés con quién no estuve", deberá ser una frase que no desemboque en peleas y discusiones sino, por el contrario, en grandes demostraciones de afecto, que nos permitan amalgamar nuestro carácter corrompido con nuestra necesidad de cariño. Trabajemos de ahora en más para que reine en nuestro pueblo el amor y la fidelidad.
Muchas gracias, compañeros y compañeras".
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Brillante!!!!!!
Maravilloso.
Pues para mí sí peca de muy rational-choice. Digo, así como aplica la realpolitik en la cuestión de la fidelidad, que vaya un poco más allá e imagine cómo impactaría en la angustia de los individuos de una pareja que el otro permanentemente le informe acerca de lo que genera él o ella en la sexualidad del Otro. Te quiero ver ahí.
Como Pichetto, concuerdo solo en parte con esta proclama anti honestismo que hace Caparrós, pero menos bien me parece convertir a la honestidad en una entelequia, un fin en sí y para sí. Es una bomba perfecta de angustia y obsesión.
Pero qué se yo, capaz no entiendo un carajo, yo solamente me analizo. Abrazo.
Publicar un comentario