Decimoquinto cuento de "El amor en tiempos del kirchnerismo".
Los niños de Néstor.
La verdad es que ninguno de la leyenda de “Los niños de Néstor” es, efectivamente, un niño. Todos tienen entre 35 y 40 años. Pero la leyenda tomó vida propia, unos diez años después de que se dejó de hablar del kirchnerismo como cosa real. Y no había ninguna autoridad popular, un sentido comun, que la cuestionara semánticamente. Los estudiosos suponen que el apelativo se debe a cierta similitud con los niños de la guerra civil española enviados a la Unión Soviética para ser protegidos por el padre comunista. Si el concepto general tiene aristas que se rozan, los parecidos no son tantos.
Porque los niños de Néstor, además de no ser niños, tampoco fueron enviados compulsivamente a otro país. Los niños de Néstor, al menos la mayoría, residen en su propio país, aunque han hecho voluntariamente una migración interna a localidades bonaerenses. Se dice que el mayor porcentaje de niños de Néstor está ubicado en Rauch, y las razones se desconocen. Pero las historias se repiten de igual manera en Azul, Mar de Ajó, Coronel Suárez, Sierra de la Ventana y pueblos bonaerenses cuya cantidad de letras supera a su número de calles. Algunos, incluso, sostienen que hay niños de Néstor sueltos en pequeños poblados de la hermana república del Uruguay. Lo que reina en todos esos pueblos, en definitiva, es nada más y nada menos que la tranquilidad. He aquí, un esbozo de causalidad.
Los niños de Néstor, hoy con aspecto de ancianos a sus cuarenta y pico, tenían entre 25 y 35 años cuando el kirchnerismo gobernó este país. Fueron todos, efectivamente, funcionarios del Estado. De ese Estado, particularmente. Ocuparon cargos públicos, fueron secretarios privados y prenseros, armaron presupuestos, fueron insultados y felicitados igual de arbitrariamente, cobraron sumas ínfimas y sumas exhorbitantes por igual desempeño, recibieron llamados extraños a cualquier hora y llevaron adelante programas insólitos. Los niños de Néstor maduraron, así, en la gestión.
A la mayoría, ese tipo de madurez le sirvió, y mucho, como un aprendizaje feroz. Como una especie de entrenamiento marine para la gestión de un estado del tercer mundo, como una maestría que, en verdad, cursaron con el cuerpo. Pero no todos salieron ilesos de semejante experiencia: los niños de Néstor quedaron fulminados, agotaron sus motores antes de empezar lo que debió haber sido su propia carrera. Los años posteriores a la derrota electoral del kirchnerismo dejaron a estos jovenes deambulando por la Capital Federal sin ningún destino fijo. Algunos intentaron mutar en lo que las circunstancias exigían, pero quienes habían puesto quinta, rompieron la caja de cambios cuando fueron a segunda. Los niños de Néstor fundieron su vida a los 35 años.
El auto-exilio comienza siempre con el encierro en la vida privada. Los niños de Néstor no tenían vida privada donde ir a refugiarse. Habían olvidado sembrar cimientos de posibles amistades por la locura cotidiana de la gestión, no vieron pasar ante sus ojos las mujeres de sus vidas por la ceguera de un expediente que quedaba trabado, noches perdidas por la libido concentrada en la des-erotizante política pública, mujeres hermosas convertidas en espectros de lo que pudieron haber sido. Placeres cotidianos como el cine, la lectura y las comidas, reemplazadas por la brevedad de un sanguche y los miles de diarios. Los niños de Néstor no sabían ir a tomar un café. Conocían el proceso, pero no entendían el sentido de ir a tomar un café si no había algo que negociar, no podían ver del otro lado de la mesa un compañero de divagues antes que un sujeto al que había que sacarle algo. Los niños de Néstor estaban mal socializados o, peor, socializados en, por y para la burocracia. Por eso, porque no conocían las normas de la vida social fuera del estado, eligieron el exilio hecho y derecho: migraron a pequeños pueblos del interior. Individualmente, sin ser parte de ningún plan colectivo, sin orden ni proyectos de conspiraciones futuras.
Se los reconoce desde lejos, porque habitan los bares de esos tranquilos pueblos. Sus señas particulares son sencillas de advertir. Todos ellos fuman compulsivamente, de manera desagradable. Con los años comienzan a parecerse a sus coterráneos bonaerenses; sin embargo, conservan características que los diferencian, que les dan, sin premeditación alguna, una identidad. Los niños de Néstor no vuelven a leer el diario nunca más. Cuando logran buenas migas con el dueño del bar, incluso, le piden si no puede poner el partido en la televisión. A los niños de Néstor, el fútbol los tiene sin cuidado (pues, en el momento de la vida en que uno decide encarar una adultez fanáticamente futbolística, ellos se encontraban gestionando); sin embargo, exigen en los bares ver un partido de fútbol antes que cualquier novedad sobre la situación del país. Rehúyen todo tipo de discusión política, de las cuales están absolutamente asqueados. A tal punto este cansancio, que evitan discusiones mundanas por temor a que puedan derivar en cuestiones políticas (y se los reconoce, entonces, por dar la razón en batallas dialécticas prácticamente ganadas: los niños de Néstor pueden conceder que hace frío con 38 a la sombra, si eso les evita discutir). En esos pueblos donde la accountability funciona en la horizontalidad de un concejal en un bar, los niños de Néstor se incomodan ante la presencia excesiva de trajes y celulares, abonan su cuenta de inmediato y se largan. Se los ve sentados en las hermosas plazas bonaerenses, en gesto de purificación. Respirando ese aire que tantas veces les fue ajeno, contando la cantidad de pájaros sin orden aparente, rememorando pesadamente los momentos donde esos lugares eran, para ellos, apenas distritos electorales. Como si las números de las urnas, un día, se hubiesen vuelto personas: eso que antes era un voto, ahora era una maestra haciendo cruzar a los niños al escaso zoológico de la localidad.
La Universidad de Altos Estudios en Psicología de Estocolmo intentó llevar adelante una investigación sobre la veracidad de la leyenda, sin arribar a ningún resultado. De alguna manera, el saldo era contradictorio: la renuencia a contestar preguntas de muchos sujetos que compartían la población objeto de estudio (a saber, sujetos físicamente demacrados, con serios problemas de tabaquismo, bordeando los cuarenta y cinco años de edad y con un rechazo explícito por las cuestiones políticas) no hacía sino confirmar la existencia de los mismos. El estudio era, en definitiva, una imposibilidad ontológica. Sin embargo, antes de irse, los científicos suecos llegaron a una conclusión absolutamente teórica, y quizás doblemente imposible de ser empíricamente comprobable.
Existe una sub-especie de niños de Néstor que transita por el mundo con la mirada vacía, carente de cualquier impulso, sentimiento, deseo o proyección. Algunos ni alcanzaron a llegar a los cuarenta y tienen, no sólo el aspecto, sino las expectativas de vida de una persona de noventa. Sus vidas están perdidas, fueron agotadas, absorbidas y desechadas después de pasar meses, y algunos meras semanas, trabajando en la Casa Rosada. La vertiginosidad de algunos momentos les impidió gozar de cualquier rutina posterior. Perdieron mujeres a causa de insomnios voluntarios, hipotecados fueron sus hogares, cortados los servicios básicos, por sus incapacidades de manejar avances tecnológicos en los que nunca pudieron volver a confiar. La normalidad les parecía un tedio, y sólo el tedio podía salvarlos. Por eso, emigraron hasta encontrarlo.
Deambulan, desde entonces, por bares y plazas bonaerenses, abstraídos de esta vida terrenal, Los Niños de Néstor.
Primavera 2024 (61)
Hace 19 horas.
4 comentarios:
A lo mejor por causas distintas a las que formarán a los Niños de Néstor, pero puedo dar fe que existen, hoy, los niños de Fernando (o de Raúl?). Los que no tienen guita para pagar la cuota social del PRO.
Fuera de joda, tiene poco que ver con el cuento, pero el aliancismo no tuvo un Tomás que previera, ni relate, lo que les pasó a muchos jóvenes dirigentes de Franja (por ejemplo) cuando cayó De La Rúa.
Muy bueno como siempre.
Abrazo.
Preste atención porque muchos de la actual "línea" son los niños de Chacho, que cual muertos en vida, deambulan por los pasillos de la administración nacional simulando gestionar. Cuarentones, en silencio y con culpa, limpiándose el sudor con viejas franelitas de Graciela presidente, esperan alguna vez volver a ser algo más que restos de una década pasada.
Conmovedores pero sin sentido.
Muy bueno como siempre, Tomás
Espectacular.
Amigo, nos encontraremos entonces, en la plaza, a las 5 Pm.
Abrazo.
¿Aplica para las niñas de Cristina?
¿He aquí mi futuro?
:S
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