12/6/09

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Por un momento fue feo. Cuando la pelea parecía ser Capital-Interior, allá, en el remoto 2008, uno era un infiltrado en todos los bandos: era del Interior, acá en Capital, y toda charla exigía la aclaración de que uno no tiene campo. Fue, durante el 2008, una carta de presentación. Como si, en realidad, la mayoría de la gente del Interior tuviera campo, como si no hubiera adentro del Interior -je- oficinistas tan trajeados como acá, y panaderos tan harinados, o borrachos tan desaliñados. Como si todo no se reprodujera un poco, en otras escalas, con otros ritmos, acaso.

Y también se era porteño en el Interior, aunque el domicilio acusara provincianismo. Porque la aversión a los trámites y a las empresas de telefonía me tironean para la provincia, como diosas que me cantan -tanta referencia a la Odisea, últimamente- y que piden se me desate, por favor, del Obelisco. Que sostengo el mismo teléfono y el mismo domicilio legal que aquella vez que vine, por primera vez acá, a Capital, a quedarme definitivamente sin, nunca, quedarme definitivamente. Uno era porteño en el Interior, decía, y por si fuera poco, parecía defender los intereses que, falsamente, se habían planteado como Interior-Capital.

Hoy, en cambio, porque el cambio empieza, dice el Colo, un día, hoy es un buen día para ser provinciano, y de la Provincia de Buenos Aires, específicamente. Y tener domicilio en ese distrito loco donde las listas del PRO que olían a duhaldismo se cayeron a pedacitos: la Séptima, se llama. Hoy me levanté, y a quién carajo le importa, contento de que en ese papelito forrado de verde diga que mi domicilio es el de allá, el de la calle Alsina. Me pareció que estaba bien. Y no sólo porque tengo a quien votar, aunque no lo voy a decir, ¿sabés?, porque el voto, antes que nada, es seKreto. Me pareció que estaba bien que la democracia me regale, una vez cada dos años, un viajecito obligatorio al lugar del que no me fui. Que también me regale, esa noche de sábado, un asado necesario con amigos, que me cierre todos los bares y los dispendios de bebidas, para que nos obligue el sábado temprano a hacer las compras en lo de los chinitos que venden tan barato, para llevar a enfriar todo y para no tener nada más que hacer, en la vida, que comer ese asado. Que me regale, cada dos años, la oportunidad de pensar que el que inventó la veda etílica debió ser muy republicano, y contradecirme, al mismo tiempo, y pensar también que el que inventó cerrar los bares el sábado antes de la elección debió ser un peronista que tenía muchos amigos a quienes debía convencer esa noche, y la música alta de los bares conspiraba contra su propósito. Y que ambas cosas son ciertas, un poco, y también son mentira, mucho.

Que me gusta el voto obligatorio, digo. ¿Sabés por qué? Porque hay algunos, y creo que son muchos, que nos gusta toda esta parafernalia. Y la ley obliga a los otros a ser solidarios con nosotros, con los que estas cosas, por burocráticas y tontas que parezcan, todavía nos emocionan (estaba pensando, el otro día, que la única fuente de esperanza, a veces, está también en el DNI: que el mismo yo, con veinte años más, sería un boludo, igual que ahora, pero escéptico, se las sabría todas y diría que en este Gobierno son todos chorros, y cómo odiaría este yo que soy ahora a ese otro yo futuro, gordo, soberbio y pelotudo, que si inventaran el Delorian, el de Volver al futuro, me viajaría 20 años para adelante y me cagaría a trompadas). Decía, entonces, que hay leyes, como la obligatoriedad del voto, que obligan a los otros a ser solidarios con nosotros, a fingir un cierto entusiasmo por las elecciones, para que esa parte del todo, nosotros, también tengamos un día cada dos años para sentirnos entusiasmados por algo. Como un Truman Show, como si ese día, ese 28 de junio, todos se pusieran de acuerdo y finjan civismo y ganas de debatir para darnos un alegrón a nosotros, a los que todavía tenemos tiempo y ganas para creer que de a poco también se puede.

No me acuerdo por qué empecé a escribir. Y no me acuerdo qué tenía ganas de decir. Supongo que eso que dije. Que les quería a agradecer, a ustedes, que van a votar sin ganas pero que van; a vos, que, como dice la propaganda del Colo, te parece un garrón tener que ir a ser autoridad de mesa; te quiero agradecer a vos, que en todos los otros asados te vas a escabiar al patio si se ponen a hablar de política, por quedarte en la mesa ese sábado anterior de las elecciones y hacernos el aguante.

5 comentarios:

Mendieta dijo...

Ufff. Cuántas cosas. Llevo más acá, en Capital, que allá. Pero sigo de paso.
Ya llegué a esos 20 más, y sigo siendo el mismo pelotudo, aunque con más cuero y mas mañas.
No tema: cuando llegue se va a gustar si logra traicionarse un poco cada tanto. Que eso es crecer.

matilda dijo...

voto seKreto

se revive la fiesta

mi viejo y eu votando en la misma escuela. la misma ansiedad, alegría, tanteo a conocidos. y el brillo cómplice posterior en lo'jojo

Ester Lina dijo...

Ganan los K. Y los que no ganan, acusan el fraude. Ya pasó en 2007. Por eso, yo me anoté para ser fiscal... y voy a mirar con 4 ojos, para que no haya ni una sola irregularidad en la mesa que me toque... Me pierdo el asadito del domingo, pero gano en favor de la democracia, la que nos costó tanto conseguir, y que ahora unos cuantos manosean...
Saludos

Augusto Rivarola dijo...

Linda redacción, que se yo, no pude determinar que ideologia tenes pero esta lindo el escrito.
éxitos.

Anónimo dijo...

Qué lindo número el del título... es como un número muy hogareño, un número con identidad y vida propia. Supongo que escribo un poco tarde, pero como me cerraron la facultad y el trabajo vuelvo a viejos hábitos. El post merecía un comentario.
Saludos Pibe.
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