12/3/08

Los zapatos del cartonero

Imaginate que tenés más de treinta y cinco años. Que trabajabas en un frigorífico que cerró hace quince años, que te quedaste en la calle con una mujer y cuatro hijos. Que nadie te volvió a contratar porque toda tu vida habías trabajado en ese frigorífico que te sacó de la escuela a los dieciséis años, que se lo vendieron a unos alemanes, y que esos alemanes se lo vendieron a unos franceses y ahora ahí hay un supermercado enorme -donde vos, por supuesto, no podés comprar nada-. Ahora no podés seguir pagando el alquiler, y te tenés que mudar a un terrenito en el Gran Buenos Aires que compraste con la indemnización, más algo que te dio tu suegro.

Cuando llegaste al terrenito había dos o tres familias cerca tuyo, pero cuando terminaste de construir la casa, ya se había convertido en una villa entera. Y cuando empezó a llamarse villa las cosas se te pusieron más difíciles, porque a cada entrevista que ibas tenías que poner tu domicilio, y vos lo escribías dignamente, pero cuando te lo preguntaban te miraban con esa cara, sí, con esa cara de "nosotros te llamamos". Y vos que te preguntabas adónde me van a llamar, si no tengo teléfono, y te lo preguntabas por dentro, porque la humillación de los tipos de traje ni siquiera te permite contestarles, mirarlos a la cara.

Entonces la cosa no da para más, aunque tenés un carrito con el que salís a cortar el pasto por la zona. Pero a la gente también le empieza a ir mal, y ahora escuchás que tu vecino sale todos los días a la mañana para Capital, en un tren que permite llevar carritos para juntar cartones y botellas y lo que sea, y venderlos en un galpón, donde unos camiones te llevan por un peso. Imaginate que te da vergüenza preguntarle a tu vecino, pero un domingo mientras escuchabas el partido, él pasa por la ventana y vos lo llamás y se quedan charlando, un rato. Y el lunes a la mañana, salís en el tren con tu amigo, y volvés a la Capital, y no volvías desde que te echaron del frigorífico, y la cosa está cambiada. Te miran de otra manera, ahora, los que se atreven a mirarte. Porque la mayoría te saca la vista cuando los mirás.

Imaginate que juntar cartones no te alcanza para demasiado pero, a duras penas, tus hijos tienen un plato de comida, y todavía pueden ir a la escuela. Lo demás se consigue con el plan de tu mujer, y hay un centro comunitario en la villa, a vos te gusta participar, a vos, que siempre le tuviste como miedo a la política. Y en ese centro te juntas con tus vecinos, y terminas la secundaria, y arreglan los problemas de ustedes entre ustedes, y a vos te parece que está pasando algo importante ahí. Imaginate que las cosas empiezan a cambiar.

Ahora te propongo esta imagen: el hijo caprichoso del papá millonario. Papá le compra un club de fútbol para que se divierta, pero el nene caprichoso se aburre del club que le compraron, y mira una ciudad, la ciudad donde vos trabajás, y le pide a papá que le compre esa ciudad. Entonces el nene millonario juega con la ciudad, y resulta que no le gusta que vos estés en su ciudad porque, dice, le estás robando la basura -sí, eso dice increíblemente-, le ensuciás el espacio público, dice, a vos, que hacés todo lo que hacés porque de otra manera tus hijos no comen. Entonces el juego del nene caprichoso se convierte para vos en un juego de vida o muerte.

Imaginate que un día el tren que llevaba tu carrito queda suspendido, y ahora ya las cuentas no te dan, porque si tenés que pagar el boleto, no te queda un peso para traer a casa. Entonces con tus compañeros, con todos los que compartías el tren de ida y vuelta, deciden quedarse en Capital a acampar pacíficamente. Imaginate que tenés que convivir con la mirada que intenta denigrarte de los vecinos de una zona de clase alta. Ahora pensá que como la gente bien de ese barrio no soporta ver que su riqueza tiene que ver con tu pobreza, el nene millonario ordena que te saquen del lugar, y que te saquen a palos. Imaginate que te suben a una camioneta pegándote en la cabeza, a vos, un policía que no debe ganar mucho más que vos, y que te grita negro de mierda, él, para creerse algo más.

Calzate los zapatos del cartonero, su carro, su vida, las humillaciones que sufrió, y calzate también su dignidad, y contestáme algunas cosas. Explicame por qué no incendiarías toda la ciudad, por qué no te organizarías con tus compañeros para destruir todo lo que te está arruinando la vida, no sólo a vos sino a tus hijos. Contestáme, vos, que te quejás de los piquetes, si tendrías la cordura suficiente para, solamente, cortar una calle reclamando lo que es tuyo, y no saldrías armado a reventar a tiros al hijo de puta de traje que no te da trabajo porque vivís en una villa, o al forro del vecino que te mira asqueado cuando vos juntas las cosas que ellos tiran a la basura, o al hijo del papá millonario que juega con tu vida porque su jueguito de fútbol ya le aburrió. Explicame, vos, con los zapatos del cartonero puestos, si a veces la violencia no parece que tiene un gustito muy parecido al de la justicia.

6 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Creo que hay que mirar las cosas desde otro punto de vista. Nadie es víctima de la sociedad, sino de sus propios actos. Todos sabemos qué es lo que queremos para nosotros mismos y para nuestros hijos. Está bien, la sociedad de hoy en día no es como la de antes, actualmente no podés salir a buscar un trabajo sin un título secundario. Pero cada uno elige lo que quiere, como este hombre eligió en su momento trabajar en vez de terminar sus estudios. Y, en caso de que la sociedad se vuelva más competitiva y comiencen a pedir el título hasta para limpiar un baño, la solución no es salir a recolectar cartones y a cortar las calles atentando contra el derecho de la libre circulación, y encima reclamando dinero que no les corresponde, (léase "Plan trabajar") sino haciendo algo para adaptarse al cambio, por ejemplo, tratar de terminar sus estudios. Es cierto, muchas veces la sociedad no le da posibilidad a esta gente, pero esta misma gente es quien en su mayoría no está interesada en progresar, por lo que hay desinterés de ambas partes. Si ellos piensan que su única salida en esta vida va a ser vender cartones, van a hacerlo por el resto de sus vidas, así como sus hijos, a quienes crían con las mismas expectativas.

Y para terminar, una frase que dice: "No importa lo que la vida te haga, sino lo que vos hagas con lo que la vida te hace"

Tomás dijo...

Está bien, es una forma de ver las cosas, una forma que no comparto para nada. Hay estructuras que nos determinan, nadie es totalmente libre para decidir, mucho menos en este sistema. Tratar de terminar los estudios, a pesar de que muchos lo intentan aunque no salga en TN, a veces no es una opción cuando necesitás laburar quince horas para que tus hijos tengan un plato de comida, o menos que eso. El derecho de alguien a comer es superior al de cualquiera a transitar, y creéme que ese dinero del Plan Trabajar es casi lo único que sostiene a muchas familias, y todavía muchos hacen contraprestaciones. Me pregunto cuántos de nosotros laburaría seis horas por día por 150$ mensuales.
Yo no creo que no quieran progresar, yo creo que es mucho más cómodo pensarlo así para no hacernos cargo, y también creo que un ejército de desocupados es una forma genial del capitalismo para tirar los salarios para abajo.

Anónimo dijo...

¿con que capacidad puede alguien terminar la escuela si no tiene para comer?
¿como alguien puede preferir comprar un manual de matemática si su hijo anda descalzo?

Tomás dijo...

No sólo que nadie puede terminar la escuela sino tiene para comer, sino que se hace muy difícil terminar la escuela si todo el tiempo de tu vida está plenamente dedicada a intentar tener para comer.