19/3/08

El ranking de los apóstoles

Las religiones no me gustan: salvo el paganismo, creo que las demás pecan de tener dioses demasiado celosos. Y en su exclusividad están sus extremismos. Pero si algo rescato del catolicisimo, es el Nuevo Testamento, un librito entretenido por momentos, una especie de Señor de los Anillos que, lamentablemente, se convirtió en dogma. Si hubiésemos considerado a la Biblia como un libro de aventuras, probablemente sería algo mucho más agradable de leer: pero tuvieron que usarlo para justificar cosas como la Inquisición, y entonces cualquier lectura ya no es tan inocente.


Y me gustan las historias de los apóstoles. De toda la Biblia, quizás, son los personajes que más simpáticos me caen, junto al dios vengativo y tan humano del Antiguo Testamento. Me da la sensación de que ser apóstol es puro producto de las circunstancias (ser uno de los Doce Apóstoles,digo), que ninguno de ésos doce pudo haber sido lo que fue de no haber nacido en el lugar y en el momento indicado, que cada apóstol es una prueba viviente de que nacemos determinados por algo llamado azar.


Aquí va el ranking de mis tres apóstoles favoritos, con sus respectivas razones.


Judas Iscariote: el único apóstol dado de baja de la lista, reemplazado por un tal Matías -que ni siquiera tuvo contacto con Jesús. Es decir, la Iglesia decidió incluir a un sujeto que no cumple con las condiciones básicas de ser apóstol: haber conocido a Jesús y ser testigos de su resurrección. Quizás Judas tampoco haya sido testigo, pues algunos dicen que se suicidó en el momento posterior a cobrar las treinta monedas de oro por entregar a Jesús. Judas es mi apóstol favorito porque representa el altruismo, el sacrificio por una idea: Judas fue el más cristiano de los apóstoles, el más convencido, y en ese convencimiento enfermo comprendió la necesidad de convertir a su dios en un mártir. Para que existan los mártires deben existir los traidores, porque, sí, Jesús hubiera sido encontrado y muerto de todos modos, pero entonces la Historia no hubiera tenido la moraleja que tuvo. La responsabilidad hubiese recaído sobre los romanos, y la culpabilidad sobre un todo siempre se disuelve (por eso es tan inútil la idea de que todo lo que pasa es un problema de la sociedad entera). Entonces Judas decidió encarnar la traición él mismo, hacerla figura viviente, representarla. Dio su vida para que otros entiendan que alguien mató a Jesús, pero que ese acto era la Humanidad entera. Lo de Judas no fue un mensaje religioso -y por eso me atrae- sino moral: Judas es la representación de la Humildad llevada al extremo, el sacrificio de la vida propia en aras de mejorar la Humanidad entera.


Tomás: quienes me conozcan podrán decir que mi objetividad queda anulada cuando comparto nombre con este apóstol. Pero mi admiración por éste apóstol no tiene que ver con su nombre. Es, posiblemente, uno de los menos conocidos, y, sin embargo, creo que su intervención en el Nuevo Testamento ha dejado una enseñanza que perdura hasta el día de hoy, y es la base de las ciencias y del método científico. El apóstol Tomás es, en mi humilde opinión, el padre de las ciencias. No se lo nombra, no tuvo un lugar destacado en la Última Cena, y posiblemente no haya intervenido en ella. Tomás no habla en el Nuevo Testamento hasta que alguien viene a contarle que Jesús ha resucitado. Y Tomás es un empírico: necesita ver, tocar. Entonces lanza la frase más maravillosa de la Biblia: "si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré". Tomás está diciendo, en el libro más espiritual de todas las librerías, que no cree. Es una apuesta seria: está diciendo que necesita ver las marcas de los clavos, meter los dedos...¡está diciendo que quiere investigar! Se le está comunicando que un tipo resucitó, y que por eso es el Mesías, y que la Historia va a cambiar, y que él es parte de eso. Pero por un momento piensa, deja su aprecio por Jesús de lado, y acude a la Razón. Tomás es el primero que acude a la Razón en todo el cuento. Y entonces no cree, porque ya pensó. Ocho días después, Jesús se le presenta y Tomás mete los dedos en los agujeros de los clavos y, ahora sí, con las pruebas científicas, cree. Tomás necesita la comprobación, es un científico. Entonces Jesús le recrimina: “dichosos aquellos que pueden creer sin ver”. Y Tomás, por dentro, piensa que Jesús tiene razón, pero que algunas personas no nacen con la capacidad de la fe, y necesitan hundir los dedos en las marcas de los clavos. Tomás es el primer agnóstico de los apóstoles.


Pedro: me gusta éste apóstol porque si la primera piedra sobre la que fue construida la Iglesia es así de endeble (Pedro: “fragmento de piedra”, derivación del griego), entonces será cuestión de saber dónde tocar para que la Iglesia, alguna vez, se derrumbe. Me gusta la hipocresía de Pedro, y creo que es una paradoja: la institución moral de Occidente está fundada sobre un tipo que negó tres veces a su líder, luego de que su líder, incluso, se lo advirtiera -y le diera precisiones acerca de la hora en que lo haría. Pedro, entonces, es la necesidad de la Iglesia de darse un baño de humildad, de reconocerse como falible. Es la hipocresía moral de los que intentan juzgarnos desde un púlpito. Porque, incluso, es doblemente paradójico que la negación de Pedro aparezca, obviamente, en el Libro de Juan, porque nadie escribe sobre sus propias traiciones. Si Juan hubiese negado a Jesús, esa negación hubiese aparecido en el Libro de Pedro: nos construimos nuestras virtudes en relación a las bajezas morales de nuestros hermanos. Todavía más: Pedro estuvo en el proceso de selección para el reemplazo de Judas. Es increíble, el tipo lo negó a Jesús tres veces, fiel a un instinto de salvación que yo aplaudo -convengamos que hoy es fácil, pero en el momento apostar por un judío palestino como Mesías no era una estrategia conveniente- y después se da el lujo de juzgar a quien no hizo otra cosa que negarlo, negar su carácter divino tal vez, por unas treinta monedas. Para Judas treinta monedas valían más que las promesas de salvación de un hippie de pelo largo; para Pedro su vida valía más que martirizarse junto al hijo de su dios. La diferencia entre ambos fue que Judas dio una muestra de humildad, y se suicidó convencido de un error. Pedro fundó una Iglesia sobre la base de la hipocresía y la sostuvo hasta el final de su vida, con la soberbia de quienes son incapaces de reconocer su carácter falible.

6 comentarios:

Horacio dijo...

el más ignoto creo que es judas tadeo, porque queda eclipsado por el gran protagonismo de su tocayo

Tomás dijo...

Sí, nada peor que llamarse igual que el peor de los traidores.

Averigué un par de cosas:

- en el evangelio de Judas que apareció ahora en el 2001 más o menos, Jesús le dice a Judas: "superarás a todos, ya que sacrificarás la carne que me cubre";
- en los mataderos, llaman Judas a la cabra que guía a los demás animales a la muerte;
- en Alemania, está prohibido llamarse Judas;
- en la Iglesia Colgante del viejo Cairo todas las columnas son blancas, menos una: la que representa a Judas.

¡Gracias Horacio por tu primer comentario!

Horacio dijo...

jajaj, este comentario que hiciste con esos agregados es re "compartiendo boludeces"

Tomás dijo...

Jajajaja. Es que la vida es una sucesión de influencias.

FACUNDO, el que no se hequiboca. dijo...

Me gusto mucho el post, pero mucho, eh?.
Alguna vez leí por ahí que Judas esperaba una verdadera revolución contra los romanos. Sabiendo que Jesús era hijo de Dios, lo delató para que esa revolución fuera sangrienta y Jesús hicera una masacre con los romanos. Pero bueh, diferencia de métodos entre discípulo y maestro. Para el caso, no hubiera estado mal la metodología de Judas :)
Abrazo.

Tomás dijo...

Es una buena forma de iniciar una revolución: entregar el bueno a los enemigos. Quién sabe, por ahí el forro de Firmenich quiso hacer lo mismo con el Padre Mugica (no, mentira, Firmenich sigue siendo un garca hijo de puta entregador de las bases).