12/3/11

Hay un prensa que muere


Cuento N° 28 de "El amor en tiempos del kirchnerismo".



Hay un prensa que muere


En Corrientes y 9 de Julio hay un prensa, sentado en una ambulancia, a punto de morir. Junto a él, otros dos prensas fingen una preocupación, mientras fijan un ojo en alguno de los dos teléfonos que acarrean. Empuña, cada uno, un tercer télefono: se han repartido equitativamente uno de los dos teléfonos que hasta hace minutos controlaba el prensa convaleciente. El prensa que está a punto de morir. Al contrario de lo que parece, el segundo teléfono de un prensa, el Laboral (así, con mayúsculas), es una ampliación de su derecho a la intimidad. Esa es, al menos, la idea original: el segundo teléfono permite separar los números y mensajes de la vida privada, de todo aquello que se vincula a su mundo laboral: otros prensas, otros periodistas, otros ministros, otros ceremoniales y protocolos.

El prensa que está por morir mantiene, profesionalmente, el silencio. Ha sido entrenado para cumplir con esa tarea. El médico exige, en una camilla improvisada en los márgenes de ese acto, una tranquilidad para la cual el prensa no ha nacido. El terrible calor lo sacó del partido y siente cómo el peso de la responsabilidad lo estruja contra el suelo. Ante las directivas del doctor, no puede sino pensar en que, en ese instante, el Ministro está solo. Lo comunica a los otros dos prensas que se solidarizaron con él. “El Ministro está solo”. Ambos mueven la cabeza, lo obligan a concentrarse en su salud aunque saben, en el fondo, la terrible angustia del pecado que un prensa jamás debe cometer. Dejar al Ministro solo.

Los prensas, que no son periodistas sino asesores de prensa de los funcionarios, jamás nombran al Ministro por su nombre. Ante terceros, enuncian el cargo: el Ministro. Más relajados, ante sus pares, los otros prensas, vierten la sensación de una cierta lejanía. Los denominan por sus apellidos, a secas. Quitando títulos y honores. Los prensas mantienen, así, una relación profesional. Evitan el nacimiento de vínculos afectivos. Como la relación médico-paciente o la más mística del cura con el confesado, los prensas juran unas lealtades absolutas. Aunque no sean, luego, sujetos de la mesa chica del funcionario. El prensa que está a punto de morir es la agenda del Ministro. Y es los momentos de mayor intimidad. El prensa es las decisiones trascedentales y las más pequeñas. Su poder, escaso, es la cotidianeidad. La palabra justa, el momento adecuado.

El prensa y el Ministro desarrollan un lenguaje de señas. Es una práctica común en esta clase de relaciones. Pueden comunicarse sin hablar, mirándose, como una pareja de millones de años que, con sólo mirar la hornalla, manifiestan su intención de preparar mate. No es un lenguaje casual. Más: no es un lenguaje, en verdad, que haya nacido fruto de la casualidad, sino una consecuencia lógica de la esencia del oficio. El prensa habita el mundo de las sombras. La trastienda de lo real. Es, más que un titiritero, un escenógrafo. Vive para hacer creer que no vive. Su tarea es que los sucesos que rodean al Ministro parezcan haber ocurrido por voluntad del mismo. Que esa botella de agua esté ahí, que ese periodista consiga o no alguna nota, que los eventos a los que el Ministro asiste figuren en los diarios de mayor tirada del país. El prensa es la pata operativa de la omnipotencia artificial que debe acompañar al funcionario estatal. Evitándole contactos intrascendentes, como el check-in en un aeropuerto, el prensa es el aceite que lubrica un engranaje que vuelve superior al Ministro. Que lo pone en el lugar legítimo que debe tener, allí en lo alto de la jerarquía vertical del Estado moderno. El prensa es el andamio que las cámaras ignoran, concentradas en el escenario. Desde ese parque de las sombras, el prensa desarrolla una economía austera de las palabras, que reemplaza con ademanes y gestos. El prensa toca su muñeca, corporiza un reloj inexistente, cuando quiere anunciarle al Ministro que se avecina otra reunión. El Ministro levanta las cejas cuando quiere preguntar si aquél tema, el principal, está resuelto. Entonces el prensa baja levemente sus ojos para tranquilizarlo, o finge un breve gesto de preocupación si el Ministro debe abandonar lo que sea que esté haciendo para ocuparse de aquello. El prensa aprende, con el paso del tiempo, a evitar levantar la voz. Son los prensas, por obligación, ventrílocuos conceptuales.

El prensa que está a punto de morir le exige al médico que lo exima de algunos análisis. Que los hará en otro momento. Repasa su agenda, que es la del Ministro, y sabe que miente. La tarea del prensa es tan agotadora como ineficaz. No por él a quien debemos considerar, dentro de los parámetros, un buen prensa. Pero la tarea del prensa es ontológicamente ineficaz. Es una tarea imposible. Y lo es en tanto y en cuanto todo funcionario público desconoce y por ende subestima los engranajes del mundo de la prensa. El Ministro siempre supone que se pudo haber hecho un poquito más. Si su presencia se refleja en todos los grandes medios, siente que el prensa ha descuidado a los más pequeños. Si es al revés, el Ministro refunfuña contra la falta de visibilidad. Ocurre entonces que la tarea del prensa es al mismo tiempo tan necesaria como inútil. Como un castigo divino de algún Dios cruel y futbolero, el prensa ha sido condenado a vivir en la tragedia de un arquero cotidiano. Su tarea exige esfuerzo monumentales, responsabilidades totales, morder el pasto y poner en juego hasta su integridad física. Todo por un reconocimiento que no llega nunca. Todo puesto en suerte todos los días, todo el tiempo, a toda hora. Cualquier error vuelve el reloj a cero. El prensa hace borrón y cuenta nueva cada veinte minutos. Sus victorias no son acumulables. Le permiten, apenas, surfear una coyuntura extremadamente mínima. No hay en su labor noción de futuro ni de pasado. Es una tarea pura y exclusivamente del aquí. Del ahora.

En el presente la perspectiva de la muerte no existe. Para el prensa la idea de la muerte no es un tema que exija ningún tipo de reflexión. Mucho menos cuando una tragedia más actual, más certera, le invade todos los pensamientos. El Ministro sigue solo. Desde lejos, visualiza que el acto continúa, y eso es una buena noticia. La ventaja del palco que lo contiene de los periodistas. Hasta allí no podrán llegar, jamás, las fieras. El prensa vuelve a pedirle al médico que lo libere. Sabe que algunos minutos lo separan del fin de su carrera. No recuerda historias de prensas que hayan abandonado su tarea en medio de un acto. No despegarse del Ministro nunca. Lo aprendió en su primer día de trabajo, cuando otros prensas se rieron de él. Ese día que se sentó, en la mesa de los prensas, de espaldas a su propio Ministro. Los demás rieron, notaron rápidamente su condición de novato y le explicaron. Que el contacto visual no se pierde jamás. Como un francotirador con su víctima. El prensa debe vivir en términos relativos hasta para comer. Siempre en la silla opuesta a la ubicación geográfica de su Ministro. Donde continuará el lenguaje de señas desde distancias más largas.

Sin asumir que está a punto de morir, quizás todavía no lo sabe (y la negación entonces es ignorancia), el prensa repasa brevemente su vida. Sus imágenes son oscuras. Ha habitado, por siempre, las sombras. Escucha negociaciones telefónicas. Recuerda el día que logró levantar de un diario aquella nota funesta a cambio de una decisión que él jamás debió haber tomado. Quiso la fortuna que esa decisión haya coincidido con los deseos del Ministro. Recuerda improvisaciones de último momento, conversaciones superficiales con el Ministro, decisiones trascendentales, suspensiones urgentes. Sus primeros días, los errores de novato, los almuerzos con otros prensas. Pero un prensa no recuerda como recuerda un héroe de película a punto de morir. No lo emociona, ni una lágrima, su vida pasada. Todos esos recuerdos compilados imaginariamente no sirven sino para aumentar el peso de la tragedia que está a punto de ocurrir. Recuerdos que atosigan un presente, más que significarlo. Todo aquello que pudo haber sido bueno, o regular e incluso malo, será destruído cuando, en los próximos minutos, el Ministro baje del palco y no vea a su prensa. Y el caos se adueñe de la situación. Los periodistas lo rodearán y él contestará preguntas que no debía. Se resignará a la mundana tarea de buscar a su prensa con la mirada, y no lo encontrará. El Ministro demostrará su lado más humano y débil. Y eso será una tragedia.

Esas fieras le nombrarán sucesos que han acontecido durante las dos últimas horas, y el Ministro no sabrá que responder. Porque el prensa que está a punto de morir, lleva en su mano izquierda una carpeta azul con dos hojas. El clipping, como le llaman. Las últimas noticias que el Ministro repasará mientras el prensa se las cuenta, antes de abordar a los periodistas. Nada de eso está a punto de ocurrir. Por el contrario, los micrófonos lo atosigarán y se confundirá. Desmentirá tal vez a compañeros de su propio gobierno. La responsabilidad del prensa en su decadencia será atroz. Un prensa no garantiza ningún éxito. Pero sí, puede evitar grandes sucesos trágicos como el que está por ocurrir. Como un dique ambulatorio, una represa que sigue a su río a todas partes. Su inexistencia provocará el desborde. Es a todo lo que aspira un prensa.

Como este prensa, que está a punto de morir en una ambulancia estacionada. Donde un médico toma nota de la situación y le advierte que deben partir de manera urgente. El prensa asegura que se encuentra bien, y que debe volver. Alcanzarle el clipping. Ve un tumulto cerca del palco, y la angustia termina de cerrarle la garganta. Ahora el prensa hace un esfuerzo inútil por levantarse y correr hacia el palco. Y cae a los dos pasos. Levanta la mirada y se dirige hacia el único prensa que quedó a su lado. El otro debió ir a buscar a su Secretario, que ya bajó del palco. Le pide al prensa restante que le alcance al Ministro ese clipping. Que le explique algo, una cosa que el otro prensa no alcanza a comprender. Con el último suspiro, se debate entre enfatizar esa demanda o pensar que el otro prensa jamás abandonará su propio funcionario para asistirlo a él. Por más muerte que se disponga a encarar, sabe que no es extorsión emotiva suficiente para exigirle que abandone su tarea esencial. En el fondo, descubre que la tarea del prensa es individual. Que ese corporativismo que se refleja en almuerzos de prensas, donde cada uno se sienta de forma tal de poder observar a su Ministro, en realidad es falso y sucumbe ante la potencia de sus labores individuales.

El prensa a punto de morir estira su mano y pone en el otro el clipping de prensa. Logra arrastrarse contra la rueda de la ambulancia, hasta poder observar que su prensa amigo tomó la dirección contrario, incumpliendo con lo que el moribundo prensa le había solicitado. Entonces por primera vez en toda la tarde sonrió.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

A Laura Echezarreta , Ivan Pavlovsky y Paula Schuster. In memoriam.

Mendieta dijo...

Hijo de puta. Te odio.

javier ubeda dijo...

MUY buen post.

Ex Prensa dijo...

Un prensa debe ser efectivo hasta en su convalecencia, ya que su verdadero anhelo es evitar cualquier desborde. Su ineficacia se podría haber evitado entregando, al instante, la información en un clipping digital. Para eso existen las blackberrys. Señor prensa: aggiornese. Sino jamás llegará a ser prensa de un Aníbal Fernández, tal vez el sueño de todo prensa... (más allá de eso, excelente post)

Anónimo dijo...

"El Ministro está solo", esa sola frase es una genialidad y marca un adentro y un afuera, si no sos un prensa nunca lo entenderás.
Lala Ríos