18/11/10

Álvaro

Cuento N° 25 de "El amor en tiempos del kirchnerismo".


Álvaro.

Era la tercera vez que la veía pasar, y se puede decir que fue amor a tercera vista. Pero, ¿cómo hacer?, ¿cómo hacer para que la frase no sea trillada, para que no sea tan de película?, ¿cuántas veces le habrían prometido a ella un poco de amor eterno? Cientos, miles. Y, sobre todo, ¿cómo hacerlo con el ruido de la música, cómo sonar convincente con música electrónica de fondo? Ah, el romanticismo, pensó, también es una contextualización. Es fácil ser Shakespeare cuando no se inventó el éxtasis, ni el Facebook, ni los mensajes de texto. Sobre todo, ¿cómo vencer la timidez, cómo superar la barrera del temor al rídiculo? Quizás así, pensó. Quizás tomándola del brazo como hizo. Ella se sorprendió, quizo sacárselo de encima, inventó unas amigas a las que estaba buscando, pero él ya estaba decidido.

- Por favor -le dijo- es un minuto.

- No, disculpá, pero no bailo -intentó ser cortés, ella

- No, no quiero bailar. Y me angustia pensar que, en las primeras cinco palabras de nuestras vidas, ya te mentí. No quiero un minuto, necesito tal vez tres. Necesito tres minutos para contarte una historia.

Se quedó parada, sin entender. Le habían dicho cosas esa noche, pero ninguna como esa.

- Necesito contarte una historia. No quiero que me digas nada, ni que pienses que soy un loco. No voy a tratar de darte un beso, no te voy a pedir plata ni quiero nada de vos, más que esto. Necesito que te imagines a un coronel que se llama Álvaro. Álvaro Barros.

Fue la primera vez que ella supuso que el tipo estaba bajo los efectos de alguna sustancia.

- Necesito que pienses que estás en un lugar desierto de la pampa húmeda, sí, sí, no me mires así, yo se que parece una locura, pero estás hace 143 años en un lugar de la pampa húmeda, en el centro geográfico de la Provincia de Buenos Aires. ¿No te lo querés imaginar? Hubo un tipo que no se lo imaginó, que vino en un barco y lo vio con sus propios ojos. El tipo no lo podía creer. Una noche, mirá lo que le pasó, estaba indignado porque decía que le iban a dar de comer una “ternera sin acabar de formarse”, lo escribió después, en un libro. Pero no, se estaba por comer un puma, y no sabía, ¡un puma! Se estaba por comer un puma y va y dice “es carne blanca y tierna, y se parece a la ternera”. Estaba llegando a este lugar que te digo que te imagines, Tapalguen se llamaba todavía, y el tipo describe “una llanura perfectamente plana y sembrada, hasta donde alcanza la vista, de toldos o chozas en forma de horno, de los indios. Aquí residen las familias de los indios aliados que combaten en las filas del ejército de Rosas”...

- Che, todo bien, sos simpático, pero mirá yo...

- Pará, pará, no te vayas, ¿sabés quién era el tipo? Charles Darwin, que estuvo en ese lugar. En ese lugar al que llegó 30 años después el coronel Álvaro Barros, con el nombre de jefe de Frontera Sur. Pensá que llegás, y hablás con el cacique de la zona. Un indio, ¿entendés?, pero no cualquier indio, un indio que ya echó al ejército de los blancos en 1855, en una batalla en Blanca Chica, una lagunita linda, donde yo pesqué algunos pejerreyes cuando era chico, con amigos, con asados. Pero no te voy a hablar de mí, no, esperá, no te vayas, pensá que vos, el Coronel Álvaro Barros, lográs la paz con el cacique. Hasta lo escribís en una carta, ¿sabés? Escribís esto: que sos de la opinión que a los indios amigos debés concederle la propiedad de las tierras que ocupaban, para obligarlos a poblar y vivir en sosiego.

Ella, por primera vez, se interesó. Qué momento ese. Hay que ver la cara del pibe cuando ella lo mira, de una buena vez por todas, el ruido de fondo, las luces que se prenden y apagan tan rápido, los vasos con tragos de colores que interrumpen el relato por momentos.

- Y entonces vos, Álvaro, conseguís el reconocimiento oficial. Fundaste un pueblo. Un pueblo que se llama Olavarría. ¿Sabés por qué? Porque había otro tipo, un militar también. No, no, no me gustan los militares, no sé, pero esos eran otra cosa. Este tipo, Olavarría, era del Ejército de los Andes... de los de San Martín, de los que estuvieron en Chacabuco, en Cancha Rayada, en Maipú, de los que fueron a Perú. Y cuando San Martín renuncia, este tipo, Olavarría, se va con Simón Bolívar, ¿me escuchaste? Como jugar en el Barcelona y en el Real Madrid....
- No me gusta el fútbol

- Bueno, ¿qué te gusta?

- Soy periodista.

- Entonces imaginate que escribís en el New York Times y en el Washington Post el mismo año. Te vas con Bolívar, después de haber peleado con San Martín, y después de Ayacucho, Bolívar te condecora. ¡Te está condecorando Bolívar, flaca! Y te volvés, pero querés más, y sos jefe de regimiento para la Guerra del Brasil, y peleás Ituzaingó. Volvés de nuevo...

- Mirá, me tengo que ir, mis amigas se están yendo...

Y el pibe agradeció al Cielo que ella no tuviera de esas amigas apropiadoras, de esas amigas que alguna vez sufrimos todos, las secuestradoras corporativas que no dejan a ninguna en el camino de la batalla nocturna.

- Y te retirás de la vida militar. Estás un poco con Lavalle, pero el rosismo te mata, viste, querés estar tranquilo, porque te casaste, tenés pibes, el ejército te da un campito en Mercedes.

Ella, entre asustada y algo intrigada, busca la cartera y le ofrece su número de celular.

- No quiero tu celular, ya te dije, necesito que ahora pienses en Villegas, el tipo que le puso de nombre Olavarría al primer fortín que se levantó ahí, entre Trenque Lauquen, ¿conocés Trenque Lauquen?, entre Trenque Lauquen e Italó, al Oeste de la Zanja de Alsina, ah, si tuviera tiempo para la historia de la Zanja de Alsina, pero no, escuchame. Vos sos Villegas y querés recuperar el nombre del Coronel Olavarría, y a tu fortín le ponés así. Y es alrededor de ese fortín que vos, Álvaro Barros (por primera vez le toca el hombro), fundas el pueblo. Pero en el ´68 la pudrís, porque tuviste tres años tremendos, ¿te acordás? Llegaste, arreglaste con el cacique, fundaste un pueblo y... tres años despuéstu ministro de Guerra te traiciona, el hijo de puta del Dr. Gainza, te traiciona, y te reemplazan. Te fuiste. Pasan la comandancia a Blanca Grande, otra laguna, que tiene un arroyito al costado, se sacan chatas y dientudos, más linda, pero te dejan tu pueblo sin comandancia, y entonces empezás a depender de Azul, del Juez de Paz de Azul. Ahí empezó la pica con Azul, ¿sabías vos? Olavarría y Azul, no se pueden ni ver...

- Como Springfield y Shelbyville -acota ella.

- ¡Exacto! -se entusiasmó, por la primera respuesta positiva - pero entonces estás vos, ahí, en el pueblo, y ya tenemos diez manzanas de gente, y vamos a pedirle a la gobernación que queremos nuestro propio partido. Porque encima llegó el tren, ¡llegó nuestro tren!, pasa por ahí, y construimos la primera Iglesia, y la Sociedad Rural, la Sociedad de Damas y Caridad, que eran lo más parecido a una Hospital, el Banco Provincia. Después nombramos autoridades.

Ella se dio vuelta, y él pensó que la había perdido. Pero, en verdad, ella había perdido definitivamente a sus amigas, y una forma rápida de escapar. Cuando él tomó nota, fue como si un segundo aire de inspiración le viniese del Cielo, y nombró a las autoridades como los viejos nombran las delanteras de equipos de fútbol de los ´50:

- Canavero, Celestino Muñoz, Leal y Cortéz. Hasta la primera estancia se había formado, que se llamaba, mirá qué casualidad, “La Cristina”, todavía existe. Entonces teníamos todo, y fuimos a ver al gobernador, Carlos Casares, le dijimos: queremos ser un partido. Y ganamos, no más depender de Azul, nada. Somos un partido, y Olavarría es cabecera. A principios de siglo, encima, vienen y nos nombran ciudad. ¿Sabés lo que es ser una ciudad? Es todo, es todo dejar de ser un pueblo, y que el gobierno te nombre: ciudad.

La pausa pudo haber servido para que ella se fugara, fingiera una última búsqueda de sus amigas, y emprendiera la marcha de dos cuadras que la separaban de una remisería. Dio unos pasos para atrás, pero cuando tuvo la oportunidad de escapar definitivamente, se volvió, quizás algo intrigada:

- Disculpame...¿alguna vez te levantaste una mina contando esta historia? Digo, no tiene final, pasó hace mil años, no tiene nada que ver con este lugar, y ni siquiera es muy heroica...

- No

- ¿Y por qué pensás que ahora...

- Porque ahora no quiero nada y porque es la primera vez que la cuento. Porque pasado mañana se cumplen 143 años de que el tipo este, Álvaro, fundó el pueblo, y porque de esas tolderías con las que empezó este cuento, de ese cacique negociador, de esas diez manzanas, de ese coronel que estableció la paz con los indios, ahora hay una ciudad de cientos de miles de personas que se van a juntar el domingo en un parque a agradecerle a ese tipo. Y yo tengo la llave de mi auto en la mano y el deseo estúpido, irracional y caprichoso, de que ese domingo estés vos ahí. Me llamo Álvaro y ojalá que en quince minutos, después de que busques tu cartera, estés en la esquina de este boliche, que no me deja escuchar nada, lista para hacer tres horitas de viaje hasta allá.

La besó en la mejilla, y salió.

2 comentarios:

Jorge dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
eudora fletcher dijo...

¿asi que en olavarría se dice ituzaingó?

yo soy de azul, viste. pasé por azul yendo a tandil y tomé partido.
tenés las armas para convencerme de lo contrario.
por las dudas, te doy un tip: empieza con F y termina con ernetbranca.

manejalo TomiOlava.

saludos de calahzul.