25/1/12

Noches de Walpurgis en Mar de las Pampas




Los hay militantes y los hay independientes. Los hay políticos y los hay deportivos, y los hay que quisieron ser políticos y terminaron en deportivos, qué va a ser, c´est la vie, dijo un paisano en la ducha. Los hay de izquierda, los hay de derecha, los hay contemplativos, los hay ortodoxos, pero todos, todos los periodistas, trabajan. Salvo en vacaciones, claro, cuando descansa el periodismo y ofrece un espectáculo digno de leerse, un refugio de cultura y estética, un páramo alejado donde la venta de humo y el barroquismo conviven bajo el canto de las alondras y calman la natural fogosidad de esas ultrahormonales edades, cuando es el búho, su llanto, quien gobierna los devenires, y entonces es la noche.

Análisis que sustenten sus dichos en la ortodoxia del marxismo dirán que en verdad lo material determina la conciencia, y que el periodismo poético, que surge de las vísceras de tamaños escritores, no son sino el resultado de la exigencia, acaso mucho más terrenal y financiera, de simular un trabajo escondiendo, ¡ea!, tras el baldecito, el tejo, las paletas de padel y el sanguche de milanesa que hermana la arena al pan rallado, lo que en verdad es una vacación. Quienes así obran niegan la autonomía relativa de la subjetividad del artista por sobre la jaula kafkiana de lo material y acaso cuenten, en cambio, con la asistencia de la razón. Mas esa victoria pertenece a las huestes de Pirro si por obtenerla pierden con ello la posibilidad de disfrutar de la belleza pura de la barbárica invasión barroca sobre el territorio llano, otrora gobernado por la reducción hasta el absurdo de la simpleza hemingweyiana.

Un periodismo poético y estival, cargado de adjetivaciones y barroquismo, barnizado de eufemismos y descomposiciones de conceptos, un combate a la simpleza que nos permita dificultar la emisión del mensaje hasta volverlo intolerable, cuestionar la idea de comunicación como tal, enjuagarla de posmodernismo, llevar el snobismo hasta los límites en los que Andy Warhol tomando perfume del ombligo de Yoko Ono en la terraza del Pompidou jamás hubieran imaginado. De la mano de rasos soldados como Rolando Hanglin, pero a las órdenes del mariscal Sirvén y su manifiesto que deja al dadaísmo casi como una ciencia natural, empírica y verificable, aprovechemos el verano para bañarnos en las aguas del periodismo poético, para que florezcan, maoístas ellas, mil crónicas como estas que vengo a presentarles:

Noches de Walpurgis en Mar de las Pampas.


MAR DE LAS PAMPAS - Son los vástagos infradotados de la chernobilica explosión del consumo, en cuyo árbol genealógico se observa, encima, la trasera ventolina que empella la economía, hijo a su vez del voraz apetito de los orientales y sabios porcinos de la China. Revolotean sobre la arena, descalzos sus pies en contacto con un pedazo de goma hueca rayada de trece centímetros de diametro, a la que llaman con el nostálgico nombre de Pulpo. Sus voces aúllan unos gritos estertóreos, mitad por los efectos indeseados de la pronta llegada al dantesco estadio de la pubertad, mitad por el temprano consumo de cigarrillos durante las orgiásticas fogatas con las que inundan la atlántica costa por las noches. Levantan arena con sus pasares desordenados, ampulosos, exagerados, sus cuerpos aún incontrolados, anárquicos, emiten sudoraciones que bañan el balón en disputa, se impregna sobre él un conjunto de partículas de roca que, cuando alguno chumba, pica y enrojece pieles. Las familias occidentales, católicas, apostólicas, romanas, huyen despavoridas ante semejante invasión del espacio que, de público, apenas conserva la nominación. Ha sido conquistada por un inefable “picado playero”.

Gritan, quién sabe qué, el idioma de la era del celular y los neologismos crearon un código incomprensible en el que acaso ni siquiera cueste la pena indagar. No sólo dicen mal sino que dicen poco. Reivindican, quizás de manera inconsciente, a quienes fueran exterminados por los conquistadores españoles algún tiempo atrás, en la isla del Sol llamada América, aquellos que descendieron de esas mismas costas, telón de fondo de los improvisados e irrespetuosos deportistas. Actúan, sencillamente, como indígenas que pueblan un territorio virgen, se entregan al placer sencillo, cavernícola, de empujar un balón sin utilizar, al menos, las manos, dotes que Dios les otorgó aunque lo desconozcan.

Los padres de los púberes barrenan con el telgopor del combo salario más aguinaldo la marea consumista y los abandonan en la playa, rejunte de arena devenido en guardería que tienta a denominar bakuniana si no fuera porque la autoridad y la jerarquía sí existen. Constituyen las costas argentinas unas dictaduras controladas por una junta adolescente que, desde la mañana a la noche, irrumpen en malón y atentan contra el descanso del resto de los temerosos vacacionantes. Estallidos de hormonas contenidas durante un año escolar del que difícilmente hayan extraído alguna enseñanza más que el inicio en el consumo de narcóticos de diversa forma y color.

Por las noches, el – al menos sano – ejercicio inspirado en el olímpico dios Hermes deja paso al borgiano, en el sentido del barrilete y runfleta Papa Alejandro VI y no del no vidente escritor argentino, reinado de Dionisio y se suceden sobre los granitos de arena escenas de sexualidad desenfrenada, intercambio de fluidos personales a cielo abierto y centenares de otras escenas que, de haberlas mirado, habríanme provocado la necesidad de, como Edipo, arrancarme los ojos con la espada con la que se suicidará luego Yocasta o con su broche de oro, depende uno adhiera a la versión de Séneca o de Sófocles, respectivamente.

Todas las noches, los sucesos que acontecen sobre las improvisadas y fastidiosas canchas de arena que los mismos sujetos utilizan durante el día, el otrora tranquilo y relajante sitio de Mar de las Pampas permite rememorar la tradición vikinga de las Noches de Walpurgis, aquella que, separando el paso del invierno a la primavera, invocaba a Belenos, dios del fuego, prendiendo hogueras para renovar con el humo a los pueblos y sus habitantes. La dictadura adolescente de Mar de las Pampas, atenta a la resignificación que el cristianismo hiciera de aquella pagana celebración, festeja rutinariamente el cumpleaños de Satanás con sendas hogueras, bebestibles en proporciones bíblicas y psicofármacos que abren a golpes de ariete las puertas de la percepción.

A la mañana siguiente, los desesperanzados turistas aprovechan los escasos minutos de tranquilidad cuando las bestias salvajes descansan. Luego los ven venir, a lo lejos, y la negrura de los contornos de sus sombras asemejan la llegada del cuervo que, con su nefasto cantar, augura la desgracia. El ciclo, como decía Mufasa, se renueva y los vándalos impunes comienzan un nuevo partido de fútbol. El mismo del día anterior, el mismo del resto de la Eternidad, el mismo que terminará, con la caída del sol y la huida de la alondra, en una orgiástica puesta en escena, apenas disimulada por el espartano esfuerzo de la avergonzada oscuridad de la noche.

3 comentarios:

Isil dijo...

jajaj te zarpas

Andrea dijo...

Impecable.. sobre todo que nos hayas echo leer a Rolando... jajaaa

Andrea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.