21/2/08

Justicia poética

Paul Potts vive en Londres. Tiene una vida gris, constante y rutinaria. Es un ser introvertido, extremadamente tímido, de los que transpiran en cualquier interacción humana. Paul trabaja en una compañía que vende celulares, a quince cuadras de su casa. El trabajo es odioso, repetitivo, mecánico. Hablar con la gente, eso que tanto odia, escuchar sus constantes quejas, el tubo colgado con furia del otro lado, la interrupción, quien sabe, de una siesta, de un encuentro romántico, de cualquier cosa más interesante que la venta de un teléfono celular. A Paul Potts su vida lo angustia, es objeto de burlas en el trabajo, donde su jefe, Larry, se divierte haciendo bromas con su sobrepeso. Larry ha inventado casi un apodo nuevo por día para Paul. Éste desea, todos los días, convertirse en un maniático de esos que cada tanto se desquician y matan a todos sus compañeros de trabajo. Pero Potts se sabe cobarde.

Es probable que ése sea el único momento en el que Potts se siente feliz. Cuando recorre las quince cuadras que los separan de su casa, compra alguna revista con la que se masturbará luego, y algo de comer. Entonces llega a casa y admira su colección de discos de ópera y música clásica. Escoge uno y las voces de la ópera inundan la casa de angustia. El cuadro es tan patético como poético: Paul Potts, sus medias grises agujereadas, su camiseta blanca, un cubo de pollo frito y una ópera de fondo. Cada tanto, vocifera para sí una de las tantas partes de esa ópera que, como casi todas, conoce de memoria. Paul Potts sabe que puede cantar, pero también sabe que jamás podría hacerlo delante de otra persona. A veces se sorprende con los niveles a los que llega su voz. Pero sabe que él mismo no es un gran jurado, a pesar de su baja autoestima.

Piensa en las veces que su padre volvía borracho a golpear a su madre, y él se interponía recibiendo el castigo por ella. Piensa en las veces que, harto de los golpes, cerraba los ojos bien fuerte para simular estar durmiendo, y sin embargo oía los gritos de su madre. Recuerda los momentos en los que su padre, un ebrio maquinista del ferrocarril, insultaba a su madre por haber tenido un hijo gordo, inútil e imbécil. Y en la rabia que le llenaba los ojos de lágrimas, y en la impotencia que le obligaba a apretar los puños y aferrarse bien fuerte a la almohada. Entonces Paul Potts se duerme en el sillón, mientras sigue pensando en lo miserable de su vida.

Y esa noche sueña con Patty, la chica rubia del colegio, la que conquistaba el corazón de todos, pero en especial de los fracasados y perdedores como Potts. Paul no hacía deportes por su gran tamaño físico, ni era popular por ser el gordo ebrio de la preparatoria: no, Paul Potts se prometió no beber jamás luego de que su madre fuese muerta casi a golpes por su padre. Luego recuerda cuando Patty lo invitó a un lugar más tranquilo luego de una fiesta, y cuando ya estaban casi desnudos, cuatro o cinco tipos del equipo de fútbol salieron detrás de unos arbustos y le sacaron fotos. Al otro día, toda la escuela se reía de Paul Potts. Y la rabia seguía acumulándose.

Entonces Potts piensa que debe cambiar su vida. Y ve en la televisión un comercial de esos reality shows en los que los participantes deben cantar frente a un jurado. Pero él jamás podría hacerlo. Llega a su trabajo y entra en la página de internet del concurso: se anota, para dar el primer paso de un camino que, sabe, no va a recorrer. Luego, ese mismo día, su jefe Larry termina con la paciencia de Potts, y éste lo amenaza de muerte. Entonces los psiquiatras de la empresa deciden que hay que despedir a Paul, y ahora se quedó sin empleo, y con una vida cada día más horrenda.

Y llega el día del concurso, y Paul transpira como si estuviera hablando con una mujer. Sale a caminar, para mentirle a su cuerpo, para no decirle que se dirigen al concurso. Rodea el edificio varias veces, se miente, se dice que va a mirar a los otros participantes. Entonces Paul recoge su número, transpira su traje nuevo y se para en la fila. Cuando llega su turno, las piernas le tiemblan. Lo van a rechazar, se van a reir en su propia cara, y van a editar su parte para que el país entero se ría de él. Entonces sube, solo, a esa especie de escenario. En el teatro están los otros participantes, y el jurado parece inquisidor. Paul Potts pierde la mirada en el horizonte, y luego enfoca la vista en el jurado. Paul Potts ve en la cara de los jurados a su jefe Larry que acaba de despedirlo; y va a cantar para Patty, su primer amor imposible; cantará, también, en la cara de su padre ebrio y golpeador, que ahora se refleja en uno de los jurados que parece subestimar a todos los participantes. Hay risas entre el jurado cuando Potts dice que va a cantar ópera. Entonces Paul Potts acumula toda su rabia en la garganta, y canta así...


2 comentarios:

Fidelino dijo...

Muy bueno este Paul Potts tiene buena voz jejejejej.
Me gusta mucho el blog no llegue a leerlo todo, pero esta bueno despues lo leo todo.
Te agrego al link de mi blog, me gusto mucho...

Tomás dijo...

Gracias por el comentario y por agregarme al tuyo, saludos (la leída será devuelta)