Horacio Andrés Ameli es un jugador de fútbol al que apodan "Coco", un central rústico que pasó por River y San Lorenzo entre otros equipos. Era uno más del montón: y no llega a estas consideraciones por sus virtudes futbolísticas. Era un defensor más o menos reconocido, y jugaba nada menos que en River cuando saltó a la fama por otro tipo de actitudes. Formaba una dupla central con otro defensor llamado Eduardo Tuzzio, que casualmente también venía de San Lorenzo y ahora estaba en River. El Coco Ameli un día fue a comer una pizza a lo de Eduardo.
(Timbre)
- Sí, ¿quién es? -dijo la dulce voz femenina
- Ah, hola señora, soy Horacio un compañero de Eduardo, me había dicho que venga para acá...
- Ah, sí, Horacio, pasá pasá, fijate si está abierto...
Horacio empujó la puerta y ésta abrió. Subió por el ascensor siete pisos y dudó si Eduardo vivía en el A o en el B. Una mujer con un delantal blanco con dibujos de choclos abrió la puerta del B mientras se restregaba las manos con un repasador.
- ¿Horacio? -preguntó.
Era la primera vez que el Coco veía a la mujer de su compañero. Siempre habían hablado de salir a comer los cuatro, cada uno con su pareja. Esta vez el Coco fue solo, porque su mujer había tenido un día largo y manifestaba dolores de cabeza. Tímido, Horacio se sonrojó y saludó a la mujer con un beso en el cachete. Amagó a romper el silencio incómodo, pero la mujer adivinó sus intenciones:
- Eduardo fue a buscar la pizza -le dijo, y a continuación le ofreció un vaso de cerveza. Horacio aceptó.
Mientras tanto, Eduardo reclamaba que la gente que entraba después que él se llevaba su pedido antes. El dueño de la pizzería era un hincha fanático de Boca que se acercaba a la cocina cada diez minutos y le decía a sus empleados que demoraran la pizza de Eduardo Tuzzio hasta la hora del cierre. Esto no era lo peor que le ocurriría a Eduardo esa noche.
En el departamento, Horacio emprendía la inhumana tarea de mantener una conversación con una completa desconocida. Ya había intentado con el clima, las noticias sobre robos que escupía el televisor, y la tardanza de Eduardo. De a poco, se fueron inclinando al tema del fútbol, pero no al juego en sí.
- Es que tanto tiempo concentrados, yo no sé por qué Eduardo no se puede venir a dormir acá, ¿usted no puede hablar con el técnico? -le dijo ella con la inocencia de quien desconoce los códigos del fútbol
- Es complicado, señora -explicaba Horacio- pero si lo piensa bien son tres días de concentración nomás, después lo tiene todos los otros días para usted
- Sí, cuando no juegan la Copa, cuando no viene cansado del entrenamiento, cuando el profe no le dice que no haga "ejercicios" para que no le moleste la pierna -afirmó la señora provocando una tensión en el ambiente que ya no se cortaría con nada (y que se cortó con una sola cosa). Horacio tragó saliva como nunca había tragado: la primera rueda había tocado la banquina, y de ahí en más todo era un viaje directo al barranco. Cuando la pizza llegó, Horacio y la mujer de su amigo ya se conocían íntimamente.
La semana fue dura, Horacio iba a entrenar al borde del llanto. Hay situaciones en donde el camino ha sido tan atravesado que ninguna elección es la correcta: cualquier viraje lleva al desastre, volver hacia atrás es imposible, y quedarse quieto es humanamente insoportable. A las pocas semanas, un encuentro furtivo, ahora menos espontáneo y con más planificación, dejó algunas huellas que evidenciaron la herejía -paradójicamente: lo espontáneo a veces es más invisible. El Coco fue descubierto por su amigo, y pronto lo supieron sus compañeros, luego el club y más tarde la prensa. Horacio Andrés Ameli había traicionado y cargaría con esa cruz por siempre.
Fue increíble la unanimidad en el repudio general. Nadie dudó un segundo de lo que ocurrió, aún quienes no lo saben. Periodistas, colegas, el público en general, los cánticos de las hinchadas rivales: para todos era claro lo que había ocurrido. Y lo más terrible fue la determinación: la certeza de que todo lo que había que hacer era repudiar la actitud de Ameli, sin averiguar causas, sin ir más allá. Nunca vivió la Historia, si hasta Judas tiene sus defensores, un caso en el que la Humanidad entera se organizara para castigar a un solo Hombre. El Coco Ameli fue vendido al poco tiempo a un club de Santa Fe, donde jugó apenas unos meses y allí también fue repudiado. Volvió a River, donde jamás fue tenido en cuenta de nuevo. Ameli fue, incluso, desterrado. Porque decidió, a la inversa que Sócrates, abandonar a una polis que lo condenaba: y así, sin beber el veneno que se le ofrecía, marchó hacia el Sur del país -tierra de pata de lanas descubiertos- donde se supone que administra un complejo turístico. Alguna vez volvió a salir en los periódicos fruto de una pelea en una estación de servicio donde, de seguro, algún playero aburrido de la ruta debió recordarle sus momentos de gloria y su caída estrepitosa en el fondo del barril de la escoria social. En la celda donde fue demorado, Horacio Andrés Ameli hizo un balance de su vida y decidió que las cosas no podían haber sido de otra manera. Que a todo éxtasis le deviene su agonía, que el mundo funciona así y que Jesús fue traicionado y endiosado por el sacrificio verdadero de Judas. Saliendo de la comisaría de una ruta perdida en el Sur, Horacio Ameli piensa en eso, y un viento seco le corta la lágrima que se derrama sobre su mejilla.
Primavera 2024 (88)
Hace 15 horas.
9 comentarios:
Muy bueno! Atrapante relato.
¡Gracias Anónimo!
Che y que es de la vida del Coco donde esta jugando ahora?
Bueno, haciendo algunas investigaciones, el Coco está en el Sur de veras, todavía pertenece a River pero ya no juega profesionalmente al fútbol.
y alguna vez jugo???
che no sos el COCO no ???
No, creo que no.
Todos cometemoss errores y peor en este mundo dond la carne es debil, aguante coco
CUALQUIERA LA HISTORIA, la mujer de tuzzio habia sido una ex novia del coco que el mismo horacio ameli le habia presentado ese dato cambia todo..
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