Se supone que la muerte de un viejo de mierda me tiene que alegrar –nos tiene que alegrar. Y, en algún punto supersticioso, lo hace. Se dibuja una sonrisa en la cara de todos los que vemos cómo, al final, el viejo se murió. Me pregunto qué me alegra de que un asesino, genocida, ladrón, mentiroso, cínico, muera en libertad. Si, en verdad, no debería entristecerme la idea de que un tipo mató, robó, mintió todo lo que quiso, y murió, sin que la Justicia le toque un pelo. Un torturador no se reivindica suicidándose, pero algo es algo, escribía Mario Bennedetti. Y sigo sin creerlo: sigo pensando que toda muerte de un genocida en libertad es un símbolo del fracaso de la justicia. Es la conformidad de encomendarnos a una supuesta justicia divina que lo castigará por el resto de la Eternidad. Es una cómoda superstición que nos ayuda a pensar que se murió por genocida, y no por viejo.
Primavera 2024 (88)
Hace 14 horas.
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