De mi mayor consideración:
Estimadísimo señor de barbas blancas y trajes rojos. Solía creer en usted. Sé que alguna vez fue una creencia escandinava o finlandesa; que cargaba con los colores azul y amarillo, y repartía regalos a los niños. Y luego, estimadísimo Papa Noel, usted transó. Discúlpeme que sea tan duro con usted. Usted se vendió a la Coca Cola, al símbolo decadente del imperialismo yanqui, si se me permite la expresión. Cuando me contaron la mentira de que usted es, en realidad, todos nuestros padres, pude ver la realidad: se esconde tras ropajes supuestamente parentales para no decir la verdad: que usted transó, señor Papa Noel. Y ahora se llama Santa Claus: y ahora aparece diciéndonos que la Coca Cola une a la familia en las fiestas navideñas. Pues sépalo: me ha decepcionado. En el fondo lo comprendo: debe haber sido complicado vigilar el comportamiento de tantos niños; juzgar a cada uno de ellos; decidir si determinadas condiciones materiales de existencia en realidad no justifican determinados malos comportamientos. Es demasiado peso para un solo hombre. Pero, ¿sabé qué, señor?. No podré disculparlo. Es usted la representación de que venderle una utopía al sistema no es un gran pecado. Y lo es: es, casi, el peor de los pecados. Es entregarle la fantasía de tantos niños –como aquél que fui- a un régimen que busca mercantilizar hasta los sueños. Ahora usted ha delegado en los padres la responsabilidad del regalo, y se esconde en el Polo Norte buscando consuelo. Ese consuelo no llegará jamás: venderse de esa manera descarada, renunciar a una utopía, conformarse con tan poco. De esas cosas no se vuelve. Estimadísimo Papa Noel: no espero su respuesta. Espero que comprenda que ha destruido la inocencia de tantos niños: destruyendo su ilusión de que usted fuera un anti-sistema, un altruista que regalara en tiempos en que se vende. Espero que comprenda.
PD: si puede, tráigame una bici roja.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario