4/11/12

Los mil y un 7D



Cuenta la leyenda – pero Alláh es más sabio, más prudente, más benéfico – que hubo en el tiempo una empresa entre las empresas, en la punta austral de la América del Sur. Era la dueña de los papeles sobre los que leían los hombres, de las tintas de los poetas, de los micrófonos de los cantores, de las voces, sí; pero era la dueña, también, de los carros por los que viajaban los poemas a los pueblos aledaños, de las coplas, las noticias del reino, su distribución y llegada a nosotros, la plebe. A veces cada seis, otras cada cuatro, cambiaban nuestros gobiernos; la empresa seguía, allí, inerme. Cada vez más grande, más fuerte y más total. 

Cada uno de los nuevos gobiernos tenía como primera tarea visitar la empresa, hincar la rodilla y poner a disposición ese puesto, que era menor. Se le ocurrió entonces a una mujer, que fue una vez poseedora de ese puesto secundario hasta entonces, una idea. Consistía en redimir al país de ese asolador atosigamiento. Así como no hay mejor escondite para un árbol que un frondoso bosque, así la idea de esta mujer era crear una norma que permitiera no menos de estas empresa sino, por el contrario, más. La empresa se mantuvo, sin embargo, incólume, a sabiendas del carácter efímero de estas intenciones. Personajes no menores habían intentado lo mismo, y habían fracasado similar. 

Resultó distinto, esta vez, hasta el punto de alterar los ánimos en la empresa. Todos sabían quién era la empresa, pero nadie la mencionaba. La empresa existía, pero no existía la empresa. No era parte del idioma, de las charlas de mercado, de las mesas de los bares y las posadas donde se alojaban los viajeros. La norma no la nombraba, directamente, pero sí sus efectos y la empresa reaccionó, desnudándose. Dictaminó infamias y las repartió por sus canales, que acaso ya no eran los mismos, puesto que lo que antes era del orden de lo natural ahora tenía un nombre, una identidad y una historia. Tuvo entonces la mujer otra idea: dispuso un día, que llegaría pronto, para que esa ley comenzara a existir verdaderamente y no tan sólo a modo de enunciado. Hasta la llegada de ese día aumentaron las infamias y la empresa, que antes no existía, que antes no se nombraba, ahora se volvía total y avasalladora. El día siete del último mes del año, que era la fecha límite, se acercaba y la empresa, como quien lucha por salir de un pantano, se hundía mientras más se esforzaba por no hacerlo. Sus empleados, que antes discurrían entre púlpitos impolutos desde donde predicaban sobre las morales y las buenas costumbres, ahora defendían la empresa como el mercader más pueril falsea la frescura de su pescado. Se repartían papeles exhortando a la población a levantrase por la empresa, la que otrora no sabía sino disimularse. Se explicaba que, de no existir esa empresa cuyo gran mérito durante años había sido no existir, las cosas serían de otra manera, y que esa manera sería peor. 

El día siete del último mes del año llegó, bajo un sol fulgurante, y las tropas defensoras, alineadas en las inmediaciones de la empresa, temblaban ante lo único que temen los hombres valientes y que es nada menos que la incertidumbre. Así como peores son los castigos cuyas penas se desconocen, como la eternidad en el Infierno, así los guardias del castillo de la empresa sentían la incomodidad acorde pasaban las horas. Pero se hizo el día y se hizo la noche y esa predicción de la empresa, que otrora sonaba amenaza, se hacía realidad. Es decir que suceder, en su acepción de acontecer un hecho extraordinario, no sucedía nada. 

Fue ocho y luego nueve, y llegaron las navidades cuando ese gobierno al que le restaban otros años estableció un nuevo plazo que alborotó nuevamente la empresa. Otra vez los empleados en su defensa, las requisitorias de justicia divina, las apelaciones a otros reinos y otras divinidades, esa sensación extraña de quienes por primera vez notaban que, detrás de sus consumos, existía algo, un alguien, que noche tras noche bregaba por conservarlos. Y llegó ese nuevo día y otra vez los guardias en sus puertas, la tensión que precedía a la tormenta, el silencio abrumador, la incertidumbre. Y pasó ese día y el siguiente, y la empresa se sintió entonces más poderosa suponiendo una victoria que en verdad no había tenido lugar. Porque al tercer día ese gobierno, al que ahora le quedaban menos años pero aún le quedaban, estableció un nuevo plazo, perjurando que ese día, sí, la nueva regla regiría los destinos de ese paraje perdido del Sur. Ese día llegó, sin embargo, y tampoco ocurrió demasiado. Pero ahí estuvieron: los gritos preventivos, los guardias, las infamias repartidas, el alborotamiento a la población por una amenaza cada vez más confusa. 

Los métodos de resistencia fueron cada vez más burdos y le ganaron espacio, demasiado espacio, a lo que otrora la empresa había sabido mejor hacer, que era no existir. Sus canciones comenzaron a hablar sobre sí, la poesía dejó espacio a la declaración, sus hojas plagadas de temores que le interesaban más al emisario que al receptor, la tinta derramada en construir unas trincheras a todas luces baladíes. 

A esa mujer, que no destruyó la empresa y acaso no haya motivos para que ello suceda, la leyenda la recuerda como Scheherazade y la suponen existiendo una sola vez en la antesala de Las mil y una noches. Pero Alláh es más sabio, más prudente, más benéfico.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El error de apreciación de la realidad más grande que cometió la mafia del supergrupo económico, así como también la mayoría de sus acólitos, periodistas, economistas y títeres políticos diversos, fue el de confiar en su propia creación, su realidad virtual. Y el golpe de gracia que los sacó absolutamente de quicio fue la REELECCION DE CRISTINA FERNANDEZ con guarismos abrumadores.
Escribieron y hablaron tanto acerca del "fin del ciclo K", que terminaron por creerlo.

Afortunadamente, hoy faltan sólo 32 días para el 7D.

Saludos
Tilo, 71 años

Totin dijo...

El recluta librepensador con mucho tiempo subsidiado en sus manos sigue con la frasecita del Dr Thompson, padre santo del desprecio a los politicos y sus advenedizos, de encabezado. Perdonalos Hunter, la ignorancia militante es asi de snob, de name-dropper y de boluda. Pero ya falta menos...