15/7/12

Tema de Zoya Anatolyevna Kosmodemyanskaya



Zoya Anatolyevna Kosmodemyanskaya fue una joven rusa que encontró su destino a los dieciocho años en Petrischevo, una pequeña aldea rusa que pertenece al óblast de Moscú, ocupada entonces por el ejército nazi. Los registros indican que Zoya integró la Unidad Nª 9903 de los partisanos y que esa unidad realizaba tareas de sabotaje y demolición. El 21 de noviembre de 1941, Zoya ingresó a la aldea con la misión de quemar unos edificios ubicados al Este, donde se albergaban los fascistas y sus caballos. Cumplido el objetivo, la joven partisana escapó a los bosques linderos. Allí fue capturada por otra tropa fascista, luego de que un miembro de su unidad la delatara. A una noche de torturas, donde sólo develó su nombre de guerra (Tanya), le sucedió su ahorcamiento. Una fotografía registra el instante en que la joven soviética es conducida por tropas alemanas al cadalso. Lleva el pelo corto, el uniforme partisano que, apenas desabrochado, deja ver una remera blanca y un cartel colocado encima que reza: “incendiaria de hogares”. 


Fue la primera mujer en recibir la medalla de Héroe de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Se escribieron decenas de artículos periodísticos y libros al respecto. Entre ellos figura el de su madre, que relató su historia y la de su otro hijo, el Teniente Mayor Alexander, de los Cuerpos de Carros Blindados, muerto en abril de 1945 en territorio alemán. Esculturas con la figura de Zoya adornan el cementerio moscovita de Novedivichi y el frente de la Catedral de Tambov (esta última figura, creada por el gran escultor del realismo socialista, Matvei Genrikhovich Manizer). Fábricas, escuelas y koljoses llevan el nombre de la joven héroe. Dos asteroides, el Zoya 1793 y el Kosmodemyanskaya 2072, la rememoran.


La figura de Zoya fue cuestionada tras la caída de la Unión Soviética, cuando la introspección se volvió la tarea de todo un país herido. En 1991, el periodista Aleksandr Zhovtis afirmó que la ocupación alemana no llegó jamás a Patrischevo y que la joven había sido víctima de los propios aldeanos, molestos con el incendio de sus propiedades. A partir de entonces se sucedieron artículos a favor y en contra de su figura. Se arguyó que Zoya padecía alguna clase de esquizofrenia y que los sabotajes contra la ocupación alemán fueron, en verdad, ataques contra pobladores rusos de la aldea. La discusión llegó a los tribunales y los registros de ello resultan inaccesibles. Acaso esas pesquisas no arrojen otros resultados sino los tan dispares aquí expuestos. Difícilmente un tribunal dirima el sentido histórico de los hechos.


Estos acontecimientos se me revelaron un verano de 19** en la estancia de unos tíos de mi madre, en San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires. A la transmisión oral de esta historia, por parte de uno de los antiguos peones que cuidaban la huerta, he agregado la consulta de algunos documentos históricos que le otorgan más verosimilitud que veracidad. No he contado con el valor suficiente, sin embargo, para contrastar la tercera de las hipótesis que el mismo peón, ese atardecer, se animó a esbozar. El relato que mi memoria permite reconstruir de aquella calurosa tarde bonaerense es este.


Zoya Anatolyevna Kosmodemyanskaya es capturada por las tropas fascistas en el camino hacia Petrischevo, junto a casi toda su unidad. Días después logra escapar y volver a los bosques, donde se reúne con el resto de sus compañeros. Zoya ha sido vejada, torturada durante varios días y las secuelas son, en principio, visibles físicamente. La vida en el bosque se torna abrumadora. A la escasez y el frío, se le suma la constante sospecha de estar viviendo entre delatores. Tras la primera emboscada, los miembros de la unidad huyeron hacia direcciones diferentes y regresaron, luego, al punto de partida. Cada uno de ellos desconoce las peripecias del resto y entonces todos son potenciales delatores. El 21 de noviembre, Zoya abandona el grupo e incursiona en Petrischevo donde, supone – por algo que creyó oir durante una sesión de tortura –, se encuentra la patrulla de nazis que la secuestró. Incendia algunas casas en las que observa movimiento por las noches. Hace lo mismo con un establo, pues intuye que inhabilitando los caballos los nazis no podrán escapar. La confusión, como relata la segunda de las hipótesis, aquella que niega la presencia alemana en el lugar, queda en evidencia. Los campesinos, sin embargo, equivocan su diagnóstico. Han escuchado el paso cercano de una patrulla alemana y los suponen responsables de los sabotajes. Una fría noche de noviembre instalan una guardia frente a una de las pocas casas que quedaron sin atacar y esperan a lo largo de tres días. Entonces dan con Zoya, a quien capturan en pleno acto de sabotaje. La sorpresa y el pánico cunde en el pueblo: han tomado de rehén a un soldado de la Patria. Algunos abogan por liberarla pero la mayoría sostiene que, de tomar conocimiento el Kremlin, la aldea entera sufrirá las consecuencias de la equivocación. Zoya permanece impasible a las deliberaciones. 


Un hombre de apellido Lébedev propone matar a la joven soldado y ocultar el cuerpo. La sala de deliberaciones, que no era sino la casa de alguno de ellos, se inunda de un silencio muy similar a la complicidad. Atada de pies y manos a una vieja cocina de hierro, Zoya levanta la cabeza por primera vez y ensaya una propuesta. Dice que ha cometido un error y que espera el sincero perdón de los que han sido afectados. Sabe que no saldrá de allí con vida y exige a los aldeanos que tengan el coraje soviético de hacer lo que corresponde. Pero implora que su castigo no perjudique a la patria. En escasos segundos, Lébedev ensaya un plan majestuoso. Mencionó los últimos pasos de Julio César antes de caer apuñalado en el Senado, habló de los barriles de pólvora sin encender cuando la aprehensión de Guy Fawkes, disertó sobre los disparos cayendo sobre Lincoln en la antesala del teatro. Sobre una tarima improvisada, esbozó una introducción al carácter circular de la Historia. Disfrazados de tropas fascistas, los pobladores de la aldea condujeron a Zoya al cadalso. Uno de los ancianos de la aldea, con un poco de conocimiento del idioma alemán, dibujó el cartel que inmortalizaría la figura de Zoya. Si esta hipótesis fuese correcta, el cartel cumpliría la función de ser la única verdad de todo aquél escenario. Frente al silbido tentador de las imposturas, aquél cartel era el mástil para atar el hecho a cierta veracidad, la única pista, la carta robada de Poe.


Esta versión de los hechos exige demasiadas casualidades, enormes complicidades y unos silencios que debieron acompañar a los pobladores hasta su tumba. El peón de la estancia sostuvo que esta tercer hipótesis era tan literariamente perfecta como a todas luces falsa. Adujo algunas razones políticas para su creación y esbozó unas reflexiones sobre la relación entre un pueblo y su pasado, en las que no vale la pena aquí ahondar. Dijo que el peor pecado de esta versión de la historia era la posibilidad, por cierto manifiesta, de que se vulnere la memoria de una heroína en pos de una elucubración cuyo mayor beneficio era, cuanto mucho, estético. 


Y, sobre todo: esta hipótesis coincide, línea por línea aunque con obvias adecuaciones espacio-temporales, con el relato de Borges sobre la muerte de Fergus Kilpatrick en “Tema del traidor y del héroe”. Allí Zoya es Fergus, el joven Lébedev es James Nolan y el peón de la estancia de mi madre es el narrador, Ryan. Uno de esos personajes me inquietó por años y paradójicamente no fue Zoya sino Lébedev. En su existencia o no estaba la resolución de esta historia y fue luego de un tiempo de intentar dar con su nombre que me convencí que la tercera de las hipótesis era ciertamente falsa. Apenas un juego literario de un peón de estancia con ínfulas. 


Pero si Lébedev existía, ¿fue él quien diseñó el escenario, el cartel en alemán, los uniformes, el ahorcamiento? Sabemos que en la muerte de Kilpatrick, la planificación recayó sobre Nolan y que éste, urgido por el tiempo, no pudo inventar sino copiar la trama de Shakespeare, el Macbeth, el  Julio César. ¿Por qué ese campesino ruso habría de urdir un plan que involucraba a Fawkes, a Shakespeare o a Lincoln?


Me atormentaba esta idea: que Lébedev hubiera dado con ese plan era posible: es decir, estaban las condiciones necesarias para que aquello sucediera. Pero, en cambio, no existían las condiciones suficientes, especialmente, porque faltaba la causalidad. Para que Lébedev existiera, debían existir registros de sus lecturas, antecedentes de ese vínculo con la literatura, para no hacer de este relato una apuesta por la confianza en el narrador sino una invitación a la comprobación empírica de unos sucesos. Sabemos que Nolan diseñó velozmente el plan que terminó con la muerte de Fergus Kilpatrick, pero no lo sabemos porque lo relata Borges, sino porque lo prueba Borges, allí donde descubre que James Alexander Nolan tradujo al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. No es una comprobación científica, pero lo es al menos en términos literarios. Aquella traducción es la condición suficiente para que ambas muertes se vinculen, sean la misma.


No hay nada, en cambio, que vincule así a Lébedev con el destino de Zoya. Nada que lo ponga en aquél espacio ni en aquél tiempo. Nada que lo suponga un personaje necesario en el relato, nada que nos permita describirlo como el único capaz, en toda la aldea, de urdir semejante plan. Sin ese personaje, la historia resulta, ahora sí, absolutamente falsa.


Hace algunos días, recibí en mi casa un sobre de papel madera con un libro dentro. No era sino otra biografía de Zoya, enviada por un amigo de la familia con quien conversamos alguna tarde sobre el destino de la joven partisana. Decía, en la dedicatoria: “En las tragedias de Shakespeare, la muerte de los héroes siempre está acompañada por el triunfo de una alta causa moral”. 


La frase, descubrí luego, era de la propia Zoya, de quien la biografía aseguraba “era una buena estudiante, y su asignatura favorita era la literatura, pasión heredada de su padre librero”. Entonces, comprendí. 




15 comentarios:

Anónimo dijo...

y????????????????????? qué entendiste??????????

Guilly dijo...

muy bueno che

Eduardo Real dijo...

Excelente historia. Les dejo tres temas(1) de Alla Pugacheva como regalo soviet (ouch!) dos... eliminaron "En mi calle" por cuestiones de copyright. Si lo encuentran en la red ("По улице моей"), chiflen.

(1) http://centroizquierda.blogspot.com.ar/2010/06/joyitas-de-internet.html

Anónimo dijo...

lo del "antiguo peon que cuidaba la huerta" torna inverosimil una historia que, en lo demás, resulta plausible.

Udi dijo...

Hay otra hipótesis, la explicación es sencilla, pero las derivaciones son monstruosas. En Enero de 1923 una luz espectral sobresaltó quién sería nueve meses después la madre de Zoya. Picada por la curiosidad, salió - apenas vestida - a la puerta de su cabaña, que no "dacha", y observó una llama refulgiendo sobre la nieve. Dentro de ésta lo que parecía un arbusto ardiendo le habló: "María (el nombre no figura en los registros, pero lo conjeturo) - dijo - concebirás un hijo, Anatoly lo querrá y educará como suyo, pero su padre es D"s, Nuestro Señor, Rey del Universo. A él le estarán reservadas grandes hazañas y la redención de su pueblo. La Gloria será su destino y tu pueblo te cubrirá de dones y honores por haberle traído al mundo"
En 1948, en un Gulag siberiano, María apostrofaba al Creador:
"Me dijiste que tendría un hijo, no una hija. Que lo vería cubierto de gloria y que redimiría a mi pueblo. La mataron, pobrecita, y a mí los comunistas me enviaron a este infierno. ¿Porqué, porqué?"
"Bueno, cualquiera tien un mal día" se escuchó desde las grises alturas.

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