Si tuviera que apostar mis fichas, diría que la ideología del siglo XXI va a ser el cambio climático. Aunque difícil de adjetivar -yo apuesto porque se llamará Climatismo-, el cambio climático tiene todas las características: sus defensores abogan por su inevitabilidad, sus detractores lo acusan de carecer de pruebas científicas y, sobre todo, supone un devenir cuasi-determinado para la Humanidad. Lo extraño, lo que va a permitir a miles de intelectuales del mundo escribir sus libros, es que va a ser una especie de ideología en sentido negativo. Es decir, todas las ideologías del siglo XX eran más bien propositivas: apuntaban a la necesidad de construir determinado modelo para llegar a un punto de plenitud social (la dictadura del proletariado, supongamos, para llegar al comunismo, la sociedad sin clases). El cambio climático es la apuesta por la negativa, la necesidad de destruir un modelo -como sea que se llame éste modelo- para lograr la supervivencia. Es, tal vez, una pre-ideología, una condición de posibilidad, quizás, para otras ideologías -nuevas o viejas. Quizás, y aquí mi apuesta se vuelve más segura, sobre la noción de cambio climático se puedan construir diversas corrientes: climatismo ortodoxo -que tenga como único objetivo evitar el cambio climático-, climatismo social -como idea de reformar el sistema desde adentro para evitar el colapso humano, y hasta el infaltable climatismo revolucionario -que construya el socialismo sobre la base de la destrucción del capitalismo por saturación de los recursos naturales: un socialismo de lo poco que quedará por consumir.
Cuando Marx escribió el Manifiesto Comunista, no fueron demasiados los que advirtieron que se estaba escribiendo parte de la historia futura, una parte grande, trágica pero casi inevitable (le estaban dando voz a las mayorías, y eso genera cosas, en general, inevitables). Ahora, en algún lugar recóndito, alguien está observando los desastres ambientales y recopilando datos, información, escribiendo un panfleto que coquetea con la poesía. En un pueblo castigado por las inundaciones asiáticas, en una aldea conquistada por la hambruna de África, o en una cosecha fallida por la sequía en América Latina, un joven revolucionario está escribiendo las bases de las revoluciones futuras. Y yo no digo que será una ideología correcta o no: podrá terminar en una utopía de paz universal o en un genocidio aberrante, porque ante tanto determinismo ideológico, en última instancia es la libertad del hombre para actuar lo que vuelve a los determinismos una excusa para asesinar, o una luz en el final del camino que sirve para seguir avanzando. Esa es mi predicción para este siglo.
Primavera 2024 (88)
Hace 12 horas.