4/12/07

Tomar La Bastilla


La cárcel va a ser eso de lo que dentro de cien o doscientos años, las futuras generaciones se nos van a cagar de risa. Así como a nosotros nos parece una imbecilidad que hace dos o tres siglos la gente pensara que dios investía a un tipo con la categoría de rey, y ese tipo era su enviado personal en la Tierra, dentro de cien años los habitantes del futuro se morirán de la risa.

- Alumno Gómez, ¿qué hacían en el siglo XX y XXI con quienes violaban la ley?

- Los metían en un edificio en mal estado, los encerraban en unas jaulas de hierro, los alimentaban mal, dejaban que se contagien enfermedades de la época –como el SIDA –los humillaban...

- Bien, Gómez, ¿y quiénes iban presos?

- Iban presos los pobres, señorita, los metían presos por una figura legal que se llamaba “prisión preventiva” y que servía para encarcelar los pobres que sobraban del proceso de producción. Los ricos, en cambio, podían dar parte de su fortuna al Estado, o simplemente demostrar buena predisposición frente a la justicia, consiguiendo la amistad de un juez, y así nunca iban presos.

- Vaya, Gómez, tiene un ocho.

Creo que para entender algunas cosas hay que intentar subir la abstracción cada vez más lejos: como alejar la lupa en el Google Earth. A primera vista, con la lupa bien cerquita, un preso es simplemente un delincuente por el sólo hecho de estar preso. La ubicación geográfica, la posición arbitraria de un lado u otro de unas rejas, convierte a una persona en normal o no, en enferma casi, un incapaz de aceptar unas reglas que se suponen naturales, o que son reglas por suponerse naturales, o que son naturales –digo –porque eso hacen las reglas. Subir la lupa, entonces: darse cuenta que la diferencia entre quien está de un lado u otro de la reja está preso –nunca mejor dicho –de la arbitrariedad de un sistema. Que quien hoy roba a un rico es considerado un delincuente, pero que hubieron sociedades, y personas, que pensaron que eran los ricos quienes, a su vez, habían robado a los otros para ser eso: ricos. Y que la victoria de un sistema, el capitalismo por caso, es un argumento demasiado endeble como para quitar a una persona la libertad. Alejar la lupa, ver todo en abstracto, para darse cuenta de la contingencia: que es una casualidad –nada más –que los que hoy caminan libres no estuvieron ayer o no estarán mañana del otro lado de las rejas.

Alejando más la lupa: un sujeto nace. Se le imponen –vía aparato ideológico llamado escuela, familia, sociedad –una serie de reglas. Que la propiedad privada debe ser respetada a toda costa, que la nación y la patria significan alguna cosa, que él es parte de esa cosa, y que esas reglas no pueden ser, nunca, cuestionadas. Que, incluso, a distintas condiciones materiales de vida, las reglas deben ser respetadas por igual. Me pregunto, les preguntaría el sujeto: ¿acaso no deberían esas reglas asegurar la supervivencia de la persona? Digo, les diría el sujeto, que si la aceptación de las reglas supone poner en riesgo la supervivencia, entonces las reglas carecen de sentido, son un fin en sí mismas. La propiedad valorada por encima de la vida: una regla esencial del sistema. Entonces el sujeto decide que es mejor robar que morirse, y termina preso. O simplemente termina preso por vivir en un lugar y no en otro, por robar de una manera y no de otra, por no robar pero aparentar que roba, por usar unas prendas de vestir que la policía, tan lombrosiana, asocia directamente con la delincuencia (por otra arbitrariedad, supongamos).

Las reglas no son bien impuestas, alguien las incumple y termina castigado: preso, en condiciones infrahumanas. Las falencias de una sociedad que no es capaz de explicar su sentido de ser: la paradoja de valorar sus reglas por encima de la vida la vuelve incoherente, y así, necesita unos barrotes de fierro para explicarse. Al tiempo un supuesto motín, a veces una venganza de los guardiacárcel, una pelea entre ellos mismos, termina con la vida de algunos. Y los medios, siempre, titulan que quienes murieron fueron presos y no gente. Y no hay marchas con velas blancas en las manos. Y no hay llantos de familiares de las víctimas. Y la indignación no es tanta como la de Cromagnon, la de la Amia, la de los muertos por secuestros. Y debería, pienso, ser la muerte que más nos debería conmover y enfurecer: digo, porque son los primeros sujetos a cargo del Estado. Es el Estado el que decide encerrarlos, mantenerlos bajo su tutela, y los mata. Todas las otras muertes ocurren bajo su jurisdicción: pero las muertes en la cárcel son su responsabilidad directa, él es quien decide la ubicación de un montón de tipos en ese lugar y momento.

No debe haber sido casualidad que la Revolución Francesa haya empezado con la toma de La Bastilla, una cárcel. Las victorias sobre los símbolos son, en la revolución, más importantes que las victorias militares. Nunca la arbitrariedad estuvo mejor representada que en una cárcel de un gobierno monárquico y absolutista. La secularización, la legitimidad democrática, no tardó en suplantar un tipo de cárcel por otra, similar y diferente: más burocrática pero menos apelable, igual de arbitraria pero más abstracta y racional. No, las casualidades de la Revolución no existen, y destruir caprichos es una de sus tareas: quizás es hora de volver a tomar La Bastilla.


6 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pegame y decime Sheena dijo...

Muy bien muchacho, usted escribió en la paloma algoparecido hace un par de años si no me equivoco. Noto una influencia muy foucoultiana en su texto, aunqeu te digo que yo le haría un comentario Durkheniano, hay mucho de pasional, venganza, en nuestro sistema carcelario, ni hablar si uno lo contrapone con los medios.

Tomás dijo...

Gracias por el comentario.

Y el primer comentario yo no lo borré, está borrado por su autor. Digo, para que no me anden diciendo.

Anónimo dijo...

Shhhh nena!... la verdadera identidad de Ramón paligra

Anónimo dijo...

no se porque pero cuando lei el texto se me vino a la cabeza un sketch de el Chabo del ocho donde dos chabones, que no recuerdo los nombres, querían "caer" presos para poder ir a una prisión en Acapulco y asi ir de vacación

(...)O simplemente termina preso por vivir en un lugar y no en otro(...)

Anónimo dijo...

los de alumno Gómez no lo cambiarías por grunewald?