Angustia es el nudo en la garganta cuando escuchás la Misa de réquiem de Mozart: probablemente, el disco más rockero de la música clásica.
Paradójicamente, yo tengo el mejor de mis recuerdos con ese disco. Mi viejo se lo regaló a mi vieja cuando ella estaba enferma: mi viejo tiene el menor de los sentidos del tacto, y a mi vieja le daba mucha risa eso. Un talibán de la música clásica, mi viejo piensa que sólo la música clásica es música, y todo lo demás es ruido. Y que un disco de réquiem, de entierro, de muerte, sostiene la misma belleza que un canto a la vida; que la música, aún la de la muerte, puede ser tan maravillosa, bien compuesta y ejecutada, como cualquier elogio de la felicidad. A mí esa idea me gusta.
No sé mucho de música clásica y eso es aliviante, porque me saca de muchos prejucios, me permite escuchar a tipos que para los melómanos son incompatibles. Tal vez el réquiem de Mozart sea el disco que más veces haya oído. Es un disco sobre la muerte, tal vez, y es angustiante escucharlo: pero la angustia tiene demasiada mala prensa, y yo creo que, en el fondo, es inspiradora y necesaria. Que las mejores cosas se han escrito, dicho, pintado, esculpido con una sensación de angustia. Y quizás la angustia ante la muerte sea la peor, la que nunca se alumbra con la esperanza, y a veces cuando uno escucha ese disco de Mozart piensa en todo eso al mismo tiempo, y la angustia del compositor -aún peor: la angustia de un joven compositor- se vuelve tan evidente que conmueve.
La Misa de Réquiem de Mozart me habla siempre. Es raro. Es como esos cuadros que mueven los ojos para donde vos vayas, y te miran desde donde los mires. Me trae recuerdos, sí, pero también habla de ahora. Y te torna cualquier situación angustiosa, en un poco más trágica: hace de la penumbra una oscuridad absoluta. Mozart sabía que escribía para angustiar, y tal vez sacrificó su vida, vivió rápido, murió jóven, para darle a su música ese sentido de lo trágico que semejante biografía sólo podía darle. Quien escribe sobre la muerte sabe, siempre, que está tocando a otros seres humanos en un lugar que preferimos evitar para poder seguir creyéndonos el sentido de vivir. Mozart invitó a la humanidad a preguntarse sobre la muerte de la manera más increíble que yo escuché en toda mi vida, a mirarla a los ojos y descubrir una belleza que enceguece, que aturde y espanta, pero que atrae.
Esto no es una crítica musical, porque jamás podría hacerla. Pero sí digo que es un disco que hay que escucharlo con angustia, no para superarla sino para sentirla: para que la angustia queme por dentro. Hay que escucharlo cuando todo sale mal, esos días que nada tiene sentido, los momentos donde todo se está arruinando, y vos ves cómo tenías la felicidad ahí, a una estirada del brazo, y por no estirarte se corre cada vez más, se aleja, se la lleva una corriente imposible de navegar, furiosa, inalterable. Yo creo que frente al tedio de la vida cotidiana, ante el hartazgo de la repetición, la angustia es un sentimiento que te devuelve a la vida, que te hace sentir vivo, aún destruyéndote. Porque cuando la angustia llega, aunque este sea un elogio de ella, no hay posibilidad de disfrutarla: es todo sufrimiento, y es en ese sufrimiento donde nos sentimos tan humanos. Pero ese sentimiento de humanidad no alivia las quemaduras que nos produjo la angustia: no la alivia porque la angustia siempre vuelve, porque la característica de ese nudo en la garganta es que no permite disfrutar nunca de la felicidad. La angustia es como la muerte: es porque ambas existen por lo que no todo es felicidad, por lo que cualquier momento de felicidad es transitorio, y la vida es mucho más interesante así. La felicidad permanente es un absurdo que yo no quisiera vivir, porque no hay felicidad verdadera, la breve y efímera, si no hay posibilidad, mañana, de que todo termine.
Primavera 2024 (55)
Hace 12 horas.