14/11/12

Cena en lo de los Laclau


Cena en lo de los Laclau

Libre interpretación de la pieza 
humorística "El primo de Laclau".



El avistaje de famosos es una actividad que cultivamos principalmente aquellos que desde la provincias del interior del país arribamos a la Capital Federal para continuar nuestros estudios universitarios. Mi desempeño en esa tarea había sido hasta el momento más bien mediocre. Contabilizaba en mi haber a la Tota Fabbri, rústico central del fútbol argentino, en la plaza frente a la Facultad de Medicina esperando el 29 (yo, la Tota pasó en un auto); el Colo de Cebollitas, bajando de un auto de marca importada a la entrada de un boliche de Palermo; la chancle más chica de las chancles de Grande Pa, en un cine de la calle Lavalle, aunque en ese caso las opiniones estuvieron divididas y pudo no haber sido; y un sobrino de Spinetta, a quien agrego en esta lista por haber cursado una materia de la universidad con él. Merece la pena aclararse que esta relación no me llevó jamás ni cerca de la casa de Luis Alberto, mucho menos a un camarín post-recital y la única vez que lo fui a ver, en la cancha de Vélez, pagué mi entrada para ubicarme lejísimos, como cualquier hijo de vecino que lejos está de cursar con el primo del artista. 

Digo esto porque debe ser tomado a modo de atenuante para los hechos venideros. Lo que debe destacarse es que mi contacto con personas famosas, es decir, sujetos que salieron en la televisión de manera prolongada en el tiempo, era más bien escaso y de ahí el nerviosismo. Conocí a Pablo en un boliche de una calle cuyo nombre prefiero no recordar. Él estaba con su grupo de amigos mirando para donde estábamos nosotras, yo estaba con Rocío y Belén, solamente, el resto ya se había ido a dormir. Los hechos se sucedieron hasta quedar cerca, hablar un rato, escaparme en la oscuridad del boliche, volver a encontrarnos en una estación de servicio desayunando, irnos juntos, salir tres meses y llegar hasta hoy, el día de la presentación formal ante la familia. No fue el primer novio que tuve pero sí el primer porteño y eso me obligó a la fundante decisión de pasar mi primera Navidad fuera de mi ciudad natal. Quedarse en Capital para las fiestas: un pequeño paso para la Humanidad y uno enorme para una mujer. No era sólo quedarse acá: era la primera cena con la familia de Pablo. Y no era sólo la primera cena con la familia de Pablo: era mi primera cena en casa de un famoso.

Porque sí, Pablo se llama Pablo Laclau y es el sobrino del politólogo Ernesto Laclau quien, como yo, estaba en Capital Federal para las fiestas y pasaría Navidad con ellos, los Laclau, y naturalmente conmigo. La tensión a medida que iba llegando el día tendía a crecer. Una tarde entera gasté en practicar caras de naturalidad adelante del espejo para cuando me presentaran a Ernesto. Mediaba por entonces la carrera, justamente, de Ciencia Política de la UBA, sabía quién era el hombre en términos académicos, pero también me avasallaba su carácter mediático. La gente de la televisión, que estuvo alguna vez en televisión, tiene un no sé qué, una forma de pararse ante la vida, un don que te lo debe dar, calculo yo, haberte parado frente a un aparato como una cámara, esa habilidad sobrehumana de hablarle a un artefacto como si hubiera un tipo ahí realmente. 

La escena de presentación fue menos traumática de lo que me esperaba y la velada transcurría mucho más amable y relajada que mis fantasmas. Había algo, un sentimiento muy cercano al morbo del que frena para ver un accidente, que ansiaba algo que no sucedía. Así como quienes estuvieron en la tele adquieren un aura especial, así quienes escribieron libros y los publicaron también están untados de un espíritu doctoral, de un mantra de sabiduría que al hombre en cuestión, debo decirlo, no le notaba. Uno imagina que quien escribe un libro es alguien con algunas certezas, que un libro publicado es un arma cargada de respuestas. Y, sin embargo, parecía mucho más asertivo un sujeto que se hacía llamar el primo Alejo, que dominaba la conversación desde la punta de la escena, que mechaba historias familiares con comentarios políticos, de religión y de fútbol, esos tabúes de la cena navideña. Y el bueno de Ernesto, lo suficientemente cerca mío como para que lo contemple como a un dios caído, asentía, reía de vez en cuando y se zambullía en otros menesteres tan nobles como el vitel tonel. Debo decir que hasta un poco me desilusionó la figura de Pablo, que acompañaba con detalles alguna anécdota del primo Alejo y no más. Otros se enfocaban en los niños que correteaban alrededor de la mesa, una pareja de tíos realizaba una transacción automovilístico-financiera y dos señoras viudas elogiaban la vajilla como sólo las pueden elogiar dos señoras viudas, es decir, denigrándola. La escena era mucho más relajada de lo que pensaba, sí, pero también era mucho menos cercano a ese olimpo que los diferenciaba de nosotros. 

Cerca de las doce, con las botellas de sidra a punto de descorcharse, las unidades de casatta en telgopor recién salidas del freezer y el dueño de casa inventariando las unidades pirotécnicas para la función, el milagro de Navidad ocurrió. No recuerdo verdaderamente cuál fue el detonante y un poco le debo a este fallido haber intentado ahogar mi decepción en esa pócima dulzona que dan en llamar Fresita y que las dos señoras viudas descorchaban como si el mañana no fuera probable. Lo cierto es que, con alegría (eso me recriminó una vez Pablo, tiempo después cuando nos dejamos tan respetuosamente) volteé mi cabeza hacia donde el milagro estaba sucediendo. El primo de Laclau, con el arrastre de consonantes característico del primer embate etílico, se adentraba en la llanura de un milagro sin regreso.  
- ...pero lo que vos decís es una pelotudez, Ernesto, una pe-lo-tu-dez, con todas las letras, querido – le espetaba con un golpe final a la mesa que rompió una copa y puso la atención de todos, incluso de los niños, sobre lo que allí ocurría. 

- Está bien, Alejo, pensá lo que quieras... - concedió Ernesto, desanimando un poco el clima riendo nervioso... - si es lo que siempre hacés. No se puede discutir con vos de esto, tiene razón la vieja, de hermenéutica, deconstrucción y teoría del discurso en la mesa no se puede hablar. 

- Siempre lo mismo, ¿qué sos más porque escribiste un libro? - y su mirada la sentí fulminándome, como si ese borrachín que agitaba el dedo me hubiese leído los pensamientos toda la noche – Mucho libro, mucho libro... está todo mal en ese libro, Ernesto, ¿ahora resulta que todos los elementos que entran en la lucha hegemónica son en principio iguales, que ninguna lucha, ni la económica, ni la política, ni la feminista, nin-gu-na, sobredetermina secretamente el horizonte mismo de las luchas? 

- No, basta otra vez por lo mismo no van a discutir – sentenció una de las tías acompañando con unos ademanes que denotaban cansancio. 

- Esperá un momentito, ¿yo cuándo dije eso? La afirmación esa de perogrullo que hacés, que los elementos son desiguales esencialmente, lo sabe hasta el Benjamín – refutó Ernesto Laclau, señalando con la cabeza a uno de los niños pequeños que correteaba por el living – y la teoría de la hegemonía es la teoría de esa desigualdad precisamente. Pero vos, primito querido, no presentás argumentos históricos, presentás argumentos trascedentales, porque en esa cabecita loca tuya, lo que sobredetermina todo a priori es la economía... 

- Ah, lo único que falta – respondió escandalizado el primo Alejo, exagerando un acting que puso en vergüenza a su mujer hasta lograr retirarla – el señor ahora interpreta lo que yo creo en mi cabeza, qué freudiano... Mucho más freudiano que vos... 

- ¿Ah, sí?, ¿más freudiano que mi supuesta sobredeterminación? 

- Por supuesto, tu sobredeterminación no es freudana, la de Freud depende de una historia personal, no existe un elemento que sobredetermine en y por sí. Sin embargo, para vos hay algunos elementos que están predeterminados a ser sobredeterminantes, eso es mas jungeano que la analítica. 

- Pero, por favor... 

- Tenés que elegir, primo, las ontologías son incompatibles, o bien la sobredeterminación es universal en sus efectos o bien es una teoría regional que está rodeada por un área de determinación plena que, como sobredetermina, se convierte ella en el campo de la ontología fundamental. Pero no, primo, casata y bombón suizo no se pueden comer – dijo Ernesto y se contradijo inmediatamente, al meterle un cucharazo a cada postre, ora para graficar, ora para calmar la sequedad de la boca. 

- Bueno, tampoco es para ser tan duros, somos familia – intentó calmar los paños Javier, uno de los dos encargados de los fuegos pirotécnicos, con una caña voladora de la altura del Benjamín en la mano – también vos Ernesto, no te comés una, viejo, podés reconocer algo... 

- ¿Algo qué? - dio vuelta la silla y miró al portador de la pólvora. 

- Digo, estamos todos de acuerdo, el proyecto de la Modernidad ya fue, ya pasó, ahora que la razón iluminista se transforme en instrumental no me parece motivo suficiente, Ernesto, disculpame que te lo diga así directamente, para abandonar su potencial emancipatorio. Vos la hacés fácil, te servís helado, agarrás y tirás dos siglos de intentos emancipatorios al tacho como si no fuera posible encontrar un vínculo inteligible... 

- Otra vez con esa cantinela... - resoplaba Laclau, mientras Pablo me decía algo al oído que no llegué a comprender, pero que tenía que ver con ir a abrirle a Chantall, la mujer de Laclau.

- No, cantinela no, Ernesto... - insistió Javier. 

- Para vos todo es cantinela, Ernesto, eso es lo que pasa – acotó desde la punta el primo Alejo. 

- Tiene razón el primo, para vos es cantinela el esfuerzo por encontrar un elemento simbólico para el vínculo entro política y sociedad, es cantinela introducir la idea de expansión comunicativa y es cantinela la objetivación de esa comunicación en instituciones sociales... 

- Ah bue, echá los fideos que estamos todos – irrumpió, fumando desde la calle Chantall Mouffe, la mujer de Laclau – las doce de la noche, Navidad y me reciben con la teoría de la acción comunicativa, pero dónde se ha visto, ahora resulta que la razón libre sojuzgamiento no es una ilusión del proyecto moderno. 

- La heterogeneidad existe – discurrió una de las tías, desde el borde de la silla, el Fresita a punto de experimentar el vacío lacaniano. 

- Pero claro que sí, tía – respondió desde la punta el primo Alejo. 

- No, claro que sí, no, Alejo, sos un panqueque – le espetó Chantall. 

- ¿Cómo me decís panqueque en una cena familiar ? - se indignó el panqueque. 

- ¡La pueden cortar, por favor! - expresó con voz angustiada la abuela Elba, pionono en mano, la mirada afligida. 

- Te dicen panqueque porque es lo que sos, Alejo. La tía tiene razón, para vos – lo señaló - y para vos también Javier, la heterogeneidad existe pero como un tipo ideal, porque lo que existe verdaderamente para ustedes es una pluralidad, una positividad de elementos definidos a priori, una diferencia de gustos, para ustedes heterogeneidad es retar a los nenes porque dejan la frutilla de la cassata, y no. La heterogeneidad no es una diferencia ahí donde necesita un espacio común para diferenciarse, que la heterogeneidad no tiene, y que por eso implica exclusión respecto del espacio de representación como tal. 

- Pero, por favor, Ernesto, todas las navidades con el mismo cuento... – retomó ahora Javier, en defensa del primo Alejo – kantiano... 

El silencio fue demoledor. El aire del ambiente se cortaba con una gilette, un escenario similar al que ocurre cuando a Marty Mc Fly en Volver al futuro le dicen “gallina”. Las dos tías van por el tercer Fresita, mientras Pablo realiza unos esfuerzos vanos por integrarme a la mesa familiar arrojando datos al aire sobre mis características personales que casi nadie recoge. La abuela Elba me pregunta si me animo a cortar el pionono cuando la calma que precedía a la tormenta le deja, efectivamente, paso a la tempestad. 

- ¿Cómo me dijiste? - señaló Ernesto, acomodándose los anteojos. 

- Lo escuchaste bien – dijo Javier, la mirada concentrada en el suelo. 

- No te quiso decir eso – quiso poner paños fríos el abuelo Rubén, a todas luces el dueño de casa y seguramente conocedor del vendaval que estaba por desatarse. 

- Quiero que lo repitas, en voz alta, que lo escuchen todos. 

- Adelante de los chicos no, che – intentó una de las tías, la más veterana, la más entonada. 

- Kantiano, te dije, ¿y? Si sos kantiano. Si en última instancia toda tu teoría, por más maquillaje que le metas, cae en la lógica del ideal relativo kantiano, ¿o qué poronga es ese continuo y contingente cambio en la constitución de las identidades políticas a la luz de la formación de cadenas equivalenciales donde un significante particular encarna la universalidad? 

- ¿Abuelo, qué es poronga? - dijo al borde del llanto el Benjamín, tirando del pantalón del anciano, que procedió a llevarlo a otra habitación. 

- Ojo, en eso tiene razón Javier – echó más leña al fuego el primo Alejo. 

- ¿Tiene razón qué? - quiso intervenir Pablo. 

- En que es kantiano. Esa solución de la demanda que se articula y la mar en coche implica la lógica kantiana del acercamiento infinito a la imposible plenitud como una suerte de Idea reguladora. Y eso, acá y en la China, es kantiano – hizo el amague a sentarse pero siguió parado, señalando con el dedo – ¿y sabés qué es lo peor? Que es un cinismo, también. Es una invitación a decir “fracasemos, hagamos las cosas igual, pero sepamos que vamos a fracasar, porque el agente que busca el objetivo imposible quizás a la pasada resuelva unos tres, cuatro temas más locales". Una especie de gradualismo a la bartola, como si las intenciones políticas fueran una zanahoria a la que no se llega, eso es anti política y no el proyecto de la Modernidad. 

- ¿Sabés cuál es tu problema? - interrumpió Ernesto antes que a Pablo se le llenaran los ojos de lágrimas y corriera al baño suponiendo que nadie lo había notado 

- A ver, ¿cuál es mi problema? 

- Ojalá tuvieras uno solo, pero tu problema sabés cuál es. Que estás comprometido con una teoría donde el sistema es la verdadera realidad con el cual el acto emancipatorio pleno, revolucionario, debe romper. 

- ¿Y cuál es el problema de eso? - quiso apoyar Javier, buscando el encendedor, aunque las doce de la noche y el horario de los fuegos artificiales había pasado ya hacía rato. 

- El problema con eso es que no hay lucha emancipatoria válida si no es anticapitalista, directa y total. Y eso no sería un problema en sí mismo, pero es una obsesión que tiene Alejo, que todas las navidades, todos los años nuevos, cada uno de los asados horribles que hacés en tu casa, Javier, tenemos que escuchar el mismo piripipí – y me acomodé en la silla, recordando mis navidades en el pueblo, pensando en cómo iba a contar, cuando volviera, que había escuchado a Ernesto Laclau decir “piripipí” - y nunca, pero nunca eh y mirá que somos primos...

- ... primos segundos.

- ...primos segundos, desde que éramos así de chiquititos, y nunca, pero nunca lo escuché dar un puto ejemplo – levantó el dedo mientras justo entraba el pequeño Benjamín quien, ahora, indagó a un abatido abuelo sobre el sentido de la palabra puto. ¿Vos escuchaste alguno? - le preguntó a Javier, luego a Pablo, a las tías, me miró y me salteó con cortesía, evitando esa vacío legal sobre las preguntas retóricas en las que visualmente se exigen respuestas  - ¿alguien alguna vez escuchó algún ejemplo de lucha anticapitalista? No, nunca, y no lo van a escuchar porque lo que Alejo está esperando es una invasión de seres de otro planeta, una catástrofe que destruya el mundo y lo recomponga de nuevo, de otra forma, menos... capitalista. Y todo lo que no sea eso es gradualismo – arrojó la servilleta contra la mesa e intentó una salida teatral, Ernesto, mientras Pablo me apretaba la mano llamando mi atención, justo en el mejor momento. 

- ¿Y el otro? - dijo Alejo, sin resignarse. 

- ¿El otro qué? 

- Dijiste que ojalá tuviera un solo problema, algún otro problema más conmigo debés tener. 

- Tengo ese problema solo. Y que cagaste a las tías con la guita de los abuelos. 

Alejo se levantó de la mesa y me imaginé la escena, me imaginé a mi misma en mi pueblo, el asado en la quinta con mis amigas, mis parientes, contando la escena de pugilato en la casa de los Laclau. Sin embargo, Alejo optó por tomar a sus niños, su esposa que se había mantenido en silencio durante la trifulca y abandonó la cena. La abuela Elba se quejó apenas, repitió que todos los años sucedía lo mismo, que de teoría hegemónica no hay que hablar en la mesa y comenzó a cortar el pionono, esa tarea que me había delegado y no pude jamás cumplir. 

Un rato después, mientras Pablo se bañaba para salir, me encontré sentada en el cordón de la vereda junto al pequeño Benjamín, que se disponía a observar el show de fuegos artificiales del tío Javier. Con el cielo iluminado, Javier se sentó junto a mí. 

- No te hagas problema, piba. Problemas de guita, como en todas las familias.

4/11/12

Los mil y un 7D



Cuenta la leyenda – pero Alláh es más sabio, más prudente, más benéfico – que hubo en el tiempo una empresa entre las empresas, en la punta austral de la América del Sur. Era la dueña de los papeles sobre los que leían los hombres, de las tintas de los poetas, de los micrófonos de los cantores, de las voces, sí; pero era la dueña, también, de los carros por los que viajaban los poemas a los pueblos aledaños, de las coplas, las noticias del reino, su distribución y llegada a nosotros, la plebe. A veces cada seis, otras cada cuatro, cambiaban nuestros gobiernos; la empresa seguía, allí, inerme. Cada vez más grande, más fuerte y más total. 

Cada uno de los nuevos gobiernos tenía como primera tarea visitar la empresa, hincar la rodilla y poner a disposición ese puesto, que era menor. Se le ocurrió entonces a una mujer, que fue una vez poseedora de ese puesto secundario hasta entonces, una idea. Consistía en redimir al país de ese asolador atosigamiento. Así como no hay mejor escondite para un árbol que un frondoso bosque, así la idea de esta mujer era crear una norma que permitiera no menos de estas empresa sino, por el contrario, más. La empresa se mantuvo, sin embargo, incólume, a sabiendas del carácter efímero de estas intenciones. Personajes no menores habían intentado lo mismo, y habían fracasado similar. 

Resultó distinto, esta vez, hasta el punto de alterar los ánimos en la empresa. Todos sabían quién era la empresa, pero nadie la mencionaba. La empresa existía, pero no existía la empresa. No era parte del idioma, de las charlas de mercado, de las mesas de los bares y las posadas donde se alojaban los viajeros. La norma no la nombraba, directamente, pero sí sus efectos y la empresa reaccionó, desnudándose. Dictaminó infamias y las repartió por sus canales, que acaso ya no eran los mismos, puesto que lo que antes era del orden de lo natural ahora tenía un nombre, una identidad y una historia. Tuvo entonces la mujer otra idea: dispuso un día, que llegaría pronto, para que esa ley comenzara a existir verdaderamente y no tan sólo a modo de enunciado. Hasta la llegada de ese día aumentaron las infamias y la empresa, que antes no existía, que antes no se nombraba, ahora se volvía total y avasalladora. El día siete del último mes del año, que era la fecha límite, se acercaba y la empresa, como quien lucha por salir de un pantano, se hundía mientras más se esforzaba por no hacerlo. Sus empleados, que antes discurrían entre púlpitos impolutos desde donde predicaban sobre las morales y las buenas costumbres, ahora defendían la empresa como el mercader más pueril falsea la frescura de su pescado. Se repartían papeles exhortando a la población a levantrase por la empresa, la que otrora no sabía sino disimularse. Se explicaba que, de no existir esa empresa cuyo gran mérito durante años había sido no existir, las cosas serían de otra manera, y que esa manera sería peor. 

El día siete del último mes del año llegó, bajo un sol fulgurante, y las tropas defensoras, alineadas en las inmediaciones de la empresa, temblaban ante lo único que temen los hombres valientes y que es nada menos que la incertidumbre. Así como peores son los castigos cuyas penas se desconocen, como la eternidad en el Infierno, así los guardias del castillo de la empresa sentían la incomodidad acorde pasaban las horas. Pero se hizo el día y se hizo la noche y esa predicción de la empresa, que otrora sonaba amenaza, se hacía realidad. Es decir que suceder, en su acepción de acontecer un hecho extraordinario, no sucedía nada. 

Fue ocho y luego nueve, y llegaron las navidades cuando ese gobierno al que le restaban otros años estableció un nuevo plazo que alborotó nuevamente la empresa. Otra vez los empleados en su defensa, las requisitorias de justicia divina, las apelaciones a otros reinos y otras divinidades, esa sensación extraña de quienes por primera vez notaban que, detrás de sus consumos, existía algo, un alguien, que noche tras noche bregaba por conservarlos. Y llegó ese nuevo día y otra vez los guardias en sus puertas, la tensión que precedía a la tormenta, el silencio abrumador, la incertidumbre. Y pasó ese día y el siguiente, y la empresa se sintió entonces más poderosa suponiendo una victoria que en verdad no había tenido lugar. Porque al tercer día ese gobierno, al que ahora le quedaban menos años pero aún le quedaban, estableció un nuevo plazo, perjurando que ese día, sí, la nueva regla regiría los destinos de ese paraje perdido del Sur. Ese día llegó, sin embargo, y tampoco ocurrió demasiado. Pero ahí estuvieron: los gritos preventivos, los guardias, las infamias repartidas, el alborotamiento a la población por una amenaza cada vez más confusa. 

Los métodos de resistencia fueron cada vez más burdos y le ganaron espacio, demasiado espacio, a lo que otrora la empresa había sabido mejor hacer, que era no existir. Sus canciones comenzaron a hablar sobre sí, la poesía dejó espacio a la declaración, sus hojas plagadas de temores que le interesaban más al emisario que al receptor, la tinta derramada en construir unas trincheras a todas luces baladíes. 

A esa mujer, que no destruyó la empresa y acaso no haya motivos para que ello suceda, la leyenda la recuerda como Scheherazade y la suponen existiendo una sola vez en la antesala de Las mil y una noches. Pero Alláh es más sabio, más prudente, más benéfico.

1/10/12

La Mano Invisible



On June the 30th 2009 oil mysteriously jumped by more than $1.50 a barrel during the night, to reach its highest price in eight months, the kind of swing that is caused by a major geopolitical event. The amazing, true cause of this price spike has now been released by a Financial Services Authority investigation (FSA). Although not authorised to invest company cash in trades Steve Perkins, a long standing, senior broker at PVM Oil Futures, had managed to spend $520 million on oil futures contracts throughout the night.

Vía Oil Price.

20/9/12

El Oreja


Por Juan Diego Incardona.


Lo conocí en la bodega de un barco. Ambos vestíamos trajes a rayas, teníamos engrillados los pies y las muñecas, y nuestras caras estaban manchadas de carbón. Tosíamos negro debido al humo de los motores. Cuando lo vi por primera vez, lo reconocí enseguida. Él era un criminal famoso y su foto había salido en los diarios. Era tal cual lo retrataban: un pequeño monstruo, bajo, cabeza chiquita, cejas gruesas, un par de orejas gigantes que le daban apariencia de duende, y una mirada perdida e idiota, como la de un pez.

Vía Cosecha Roja.

18/9/12

Upton Sinclair: historia de la primer operación de prensa moderna




On August 28, 1934, Socialist Upton Sinclair shocked the political world by winning the Democratic nomination for governor of California.  His campaign—which promised to revitalize the state‟s idle factories and farms through a series of governmentorganized colonies—drew attention from across the Depression-weary nation and scared the state‟s business establishment into organizing what historian Greg Mitchell has described as “nothing less than a revolution”—the first modern media campaign.

Waged by such men as Harry Chandler of the Los Angeles Times, Louis Mayer of Metro-Goldwin-Mayer and C.C. Teague of Sunkist, the anti-Sinclair campaign brought together for the first time in an American election the use of film, radio, direct mail, opinion polls, and national fund raising. Through the use of these media and political techniques, Sinclair was falsely painted a Communist, a renegade and an atheist who advocated free love and the nationalization of children.  Quotations from his various books were distorted, printed in circulars and distributed to millions of voters; phony “newsreels” that drew connections between Sinclair‟s proposals and Russian Communism were filmed by the Hollywood studios and shown in theaters throughout the state; and the metropolitan press either ignored or attacked his candidacy, showing little patience for the practice of objective journalism.




17/9/12

Campaigns, Inc.



No single development has altered the workings of American democracy in the last century so much as political consulting, an industry unknown before Campaigns, Inc. In the middle decades of the twentieth century, political consultants replaced party bosses as the wielders of political power gained not by votes but by money. Whitaker and Baxter were the first people to make politics a business. “Every voter, a consumer” was the mantra of a latter-day consulting firm, but that idea came from Campaigns, Inc. Political management is now a diversified, multibillion-dollar industry of managers, speechwriters, pollsters, and advertisers who play a role in everything from this year’s Presidential race to the campaigns of the candidates for your local school committee. (Campaigns, now, never end. And consultants not only run campaigns; they govern. Mitt Romney, asked by the Wall Street Journal’s editorial board how he would choose his Cabinet, said that he’d probably bring in McKinsey to sort that out.) But for years Whitaker and Baxter had no competition, which is one reason that, between 1933 and 1955, they won seventy out of seventy-five campaigns. The campaigns they chose to run, and the way they decided to run them, shaped the history of California, and of the country. Campaigns, Inc., is shaping American politics still.


16/9/12

Carta de Juan



En el fondo del patio está el jardín excesivamente prolijo, la pared de ladrillos tomada por una enredadera, un cantero poblado de flores equidistantes entre sí, una mesa redonda justo en el medio, pequeña, suficiente para apoyar la pava, el mate, algunos libros. No hay nada espontáneo ni azaroso, todo planificado a su manera y con disciplina militar.

Por el costado de la casa se ve el terreno baldío de enfrente y más allá la ruta por la que llegaron, hace tanto. El primer destino había sido Bahía Blanca, aunque él hubiese preferido Chubut. Arribaron con lo puesto, un coche que le prestó un camarada de armas y una casa que Juan se comprometió a comprar cuando recobrara su pecunio. Pero los primeros días fueron una pesadilla, la omnipresencia de la Marina, los coches apostados en su casa por las noches, los ruidos extraños cerca de las ventanas. Una tarde decidieron partir, alguien de su confianza le ofreció una chacra en Punta Alta, no muy lejos de allí pero lo suficientemente aislados como para cumplir su promesa de paz. 

Apagó el cigarrillo sobre un cenicero – predicaba con el ejemplo el cuidado del césped incluso cuando no había nadie que pudiera verlo – tomó uno de los libros e intentó concentrarse sin demasiado éxito. Lo fulminó un destello de nostalgia, acaso por el contexto de un día gris, casi lluvioso. Se sintió más pesado que de costumbre, como si el impulso natural de moverse ahora se transformara en una decisión y un cálculo económico de energía. Levantó los ojos para poder mirar la ruta, como si observándola detenidamente se encontraran acaso mejor los recuerdos. Los sintió, es metáforico pero debe reconocerse que incluso las palabras tienen consecuencias físicas, acercarse. Una riada de historias pasadas le inundó los pensamientos. La recordó, y la recordó como si no los separara apenas unos simples metros, como se recuerda a quien ya no está, en aquellas primeras cenas en su departamento, su sonrisa tímida. Pensó en esos momentos como en un cruel acto del destino que amalgamó dos momentos que no tienen por qué encontrarse, que en las vidas de otros se repelen. A él le sucedieron simultáneos, si el oxímoron no es muy vulgar: por un lado, el éxtasis de quien se cruza azarosamente con el amor de su vida; por otro, la debacle de su carrera profesional y con ella su vocación. 

La escuchó quejarse, adentro de la casa, y tuvo esa sensación que se padece en los sueños: la total inacción. La imposibilidad de ejecutar las tareas que ordena la voluntad. Atormentarse de recuerdos es una tarea cruel. La pesadumbre que lo estaba abatiendo tenía el sabor de algo más, un obstáculo del orden de lo metafísico. Pensó, para resolver lo que le pasaba – porque pensaba así, para resolver – en un escritor cuyo nombre no pudo recordar y revolvió los libros que tenía sobre la mesa. Buscaba, sabiendo que no estaba allí, ese ejemplar que había recibido hacía unos años, cuando era por entonces tan solo un eximio coronel. Era un hermoso libro de unas tapas duras y unas hojas ruidosas de tan gruesas. Había allí un cuento, uno en particular, que interrumpía ahora sus pensamientos. Era un cuento sobre el tiempo y era una hipótesis, creyó recordar, sobre el carácter uniforme del mismo. Una hipótesis que, contra Schopenhauer, negaba la existencia de un solo tiempo y sostenía su multiplicidad. Sonrió, abrumado con tal idea. Le buscó, más que una explicación o un fundamento, la relación con su tristeza repentina.

Sentado en el fondo de su casa, el jardín perfectamente planificado, la tarde cayendo pesada sobre el horizonte de una chacra de Punta Alta, Juan pensó en todos los tiempos posibles. Los recuerdos de su paso por el Ejército, por la función pública, por la alta política, por la Revolución, lo atosigaban, es cierto. Pero lo que lo había estancado sobre el piso la última hora, lo que lo había dejado fulminado sobre la silla era, fundamentalmente, los tiempos que no había vivido. Vivía este: vivía la vida de un teniente coronel que participó en una revuelta militar que un día cayó y se encontró detenido por sus propios camaradas de armas. Vivía el tiempo de un hombre que, retenido contra su voluntad en una isla, le escribía de puño y letra una carta a su mujer y le prometía el fin de semejantes desdichas. Sin necesidad de ir a buscar la carta, porque la conservaban, Juan podía recordar palabra por palabra: “...tan pronto salga de aquí, nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio”. Vivía un tiempo porque no había podido vivir otro y aunque el destino de todos los hombres es ese, esa instante de conciencia lo paralizó.

No era rencor lo que sentía sino el peso de una angustia tan humana como el temor a la muerte. De esa riada de recuerdos, sin embargo, lo deslumbró ese, el momento de esa carta y pensó que no había sido casual. Intuyó que si el tiempo no es uno sino muchos, el nacimiento de cada uno de ellos era el resultado de cada decisión que toma cada uno de los hombres. Con esa carta, prometiéndole a ella ese retiro, había vivido ese tiempo que lo tenía ahora en Punta Alta mientras ella se batía contra el dolor a escasos metros. Pero si los tiempos eran múltiples, había también un tiempo donde Juan escapó de aquella prisión y se convirtió en el General al mando de una nueva revolución que tomó las riendas del país. Existe también un tiempo donde Juan es capturado por la Revolución y fusilado, y su nombre se inscribe en la memoria junto a los héroes de la Patria, y otro tiempo donde su fusilamiento es un acto de extrema justicia. Hay, entre otros (infinitos), un tiempo en el cual esa carta se envía y sin embargo carece de efectos, porque en ese otro tiempo, que existe si aquél cuento que recordó es veraz, una marea humana toma las calles de la ciudad y lo rescata, brama por él, lo enaltece y lo convierte en símbolo de algo que lo excede. Y ese símbolo aplasta los vaivenes de la vida cotidiana y entonces la promesa del retiro ya no exige ser cumplida. Todos esos tiempos, que pudieron haber sido vividos y no lo fueron (o que son vividos por otros, quién sabe), lo angustian mientras toma, de una vieja caja de zapatos, la carta que escribió aquella vez. 

Es el 26 de julio de 1952.

15/8/12

Agenda

This paper empirically assesses the role that political bloggers play in the agenda setting process by asking: what is the relationship between the media and blog agendas? More specifically, this paper tracks mainstream media coverage and blog discussion of 35 issues during the 2004 presidential campaign to test the hypothesis that the media agenda exerts a substantial impact on the blog agenda against the increasingly popular hypothesis that the blog agenda exerts a strong influence on the media agenda.

11/8/12

10 ceremonias inaugurales de Juegos Olímpicos


Beijing 2008.





Atenas 2004.




Barcelona 1992.




Seúl 1988.




Moscú 1980.




Munich 1972. 




México 1968.





Roma 1960. 




París 1924.




Atenas 1896.




Todas las ceremonias inaugurales se pueden ver aquí.

27/7/12

La Dacha


Año 1953. Sábado 7 de febrero. Un Mercedes Benz se detiene frente al Kremlin de Moscú. Leopoldo Bravo, sanjuanino de 33 años, está a punto de entrevistarse con Stalin. Llega con la misión de vender lanas y carnes. Cuarenta y cinco minutos después, se va con una casa de campo y la esperanza de casarse con una rumana. 

15/7/12

Tema de Zoya Anatolyevna Kosmodemyanskaya



Zoya Anatolyevna Kosmodemyanskaya fue una joven rusa que encontró su destino a los dieciocho años en Petrischevo, una pequeña aldea rusa que pertenece al óblast de Moscú, ocupada entonces por el ejército nazi. Los registros indican que Zoya integró la Unidad Nª 9903 de los partisanos y que esa unidad realizaba tareas de sabotaje y demolición. El 21 de noviembre de 1941, Zoya ingresó a la aldea con la misión de quemar unos edificios ubicados al Este, donde se albergaban los fascistas y sus caballos. Cumplido el objetivo, la joven partisana escapó a los bosques linderos. Allí fue capturada por otra tropa fascista, luego de que un miembro de su unidad la delatara. A una noche de torturas, donde sólo develó su nombre de guerra (Tanya), le sucedió su ahorcamiento. Una fotografía registra el instante en que la joven soviética es conducida por tropas alemanas al cadalso. Lleva el pelo corto, el uniforme partisano que, apenas desabrochado, deja ver una remera blanca y un cartel colocado encima que reza: “incendiaria de hogares”. 


Fue la primera mujer en recibir la medalla de Héroe de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Se escribieron decenas de artículos periodísticos y libros al respecto. Entre ellos figura el de su madre, que relató su historia y la de su otro hijo, el Teniente Mayor Alexander, de los Cuerpos de Carros Blindados, muerto en abril de 1945 en territorio alemán. Esculturas con la figura de Zoya adornan el cementerio moscovita de Novedivichi y el frente de la Catedral de Tambov (esta última figura, creada por el gran escultor del realismo socialista, Matvei Genrikhovich Manizer). Fábricas, escuelas y koljoses llevan el nombre de la joven héroe. Dos asteroides, el Zoya 1793 y el Kosmodemyanskaya 2072, la rememoran.


La figura de Zoya fue cuestionada tras la caída de la Unión Soviética, cuando la introspección se volvió la tarea de todo un país herido. En 1991, el periodista Aleksandr Zhovtis afirmó que la ocupación alemana no llegó jamás a Patrischevo y que la joven había sido víctima de los propios aldeanos, molestos con el incendio de sus propiedades. A partir de entonces se sucedieron artículos a favor y en contra de su figura. Se arguyó que Zoya padecía alguna clase de esquizofrenia y que los sabotajes contra la ocupación alemán fueron, en verdad, ataques contra pobladores rusos de la aldea. La discusión llegó a los tribunales y los registros de ello resultan inaccesibles. Acaso esas pesquisas no arrojen otros resultados sino los tan dispares aquí expuestos. Difícilmente un tribunal dirima el sentido histórico de los hechos.


Estos acontecimientos se me revelaron un verano de 19** en la estancia de unos tíos de mi madre, en San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires. A la transmisión oral de esta historia, por parte de uno de los antiguos peones que cuidaban la huerta, he agregado la consulta de algunos documentos históricos que le otorgan más verosimilitud que veracidad. No he contado con el valor suficiente, sin embargo, para contrastar la tercera de las hipótesis que el mismo peón, ese atardecer, se animó a esbozar. El relato que mi memoria permite reconstruir de aquella calurosa tarde bonaerense es este.


Zoya Anatolyevna Kosmodemyanskaya es capturada por las tropas fascistas en el camino hacia Petrischevo, junto a casi toda su unidad. Días después logra escapar y volver a los bosques, donde se reúne con el resto de sus compañeros. Zoya ha sido vejada, torturada durante varios días y las secuelas son, en principio, visibles físicamente. La vida en el bosque se torna abrumadora. A la escasez y el frío, se le suma la constante sospecha de estar viviendo entre delatores. Tras la primera emboscada, los miembros de la unidad huyeron hacia direcciones diferentes y regresaron, luego, al punto de partida. Cada uno de ellos desconoce las peripecias del resto y entonces todos son potenciales delatores. El 21 de noviembre, Zoya abandona el grupo e incursiona en Petrischevo donde, supone – por algo que creyó oir durante una sesión de tortura –, se encuentra la patrulla de nazis que la secuestró. Incendia algunas casas en las que observa movimiento por las noches. Hace lo mismo con un establo, pues intuye que inhabilitando los caballos los nazis no podrán escapar. La confusión, como relata la segunda de las hipótesis, aquella que niega la presencia alemana en el lugar, queda en evidencia. Los campesinos, sin embargo, equivocan su diagnóstico. Han escuchado el paso cercano de una patrulla alemana y los suponen responsables de los sabotajes. Una fría noche de noviembre instalan una guardia frente a una de las pocas casas que quedaron sin atacar y esperan a lo largo de tres días. Entonces dan con Zoya, a quien capturan en pleno acto de sabotaje. La sorpresa y el pánico cunde en el pueblo: han tomado de rehén a un soldado de la Patria. Algunos abogan por liberarla pero la mayoría sostiene que, de tomar conocimiento el Kremlin, la aldea entera sufrirá las consecuencias de la equivocación. Zoya permanece impasible a las deliberaciones. 


Un hombre de apellido Lébedev propone matar a la joven soldado y ocultar el cuerpo. La sala de deliberaciones, que no era sino la casa de alguno de ellos, se inunda de un silencio muy similar a la complicidad. Atada de pies y manos a una vieja cocina de hierro, Zoya levanta la cabeza por primera vez y ensaya una propuesta. Dice que ha cometido un error y que espera el sincero perdón de los que han sido afectados. Sabe que no saldrá de allí con vida y exige a los aldeanos que tengan el coraje soviético de hacer lo que corresponde. Pero implora que su castigo no perjudique a la patria. En escasos segundos, Lébedev ensaya un plan majestuoso. Mencionó los últimos pasos de Julio César antes de caer apuñalado en el Senado, habló de los barriles de pólvora sin encender cuando la aprehensión de Guy Fawkes, disertó sobre los disparos cayendo sobre Lincoln en la antesala del teatro. Sobre una tarima improvisada, esbozó una introducción al carácter circular de la Historia. Disfrazados de tropas fascistas, los pobladores de la aldea condujeron a Zoya al cadalso. Uno de los ancianos de la aldea, con un poco de conocimiento del idioma alemán, dibujó el cartel que inmortalizaría la figura de Zoya. Si esta hipótesis fuese correcta, el cartel cumpliría la función de ser la única verdad de todo aquél escenario. Frente al silbido tentador de las imposturas, aquél cartel era el mástil para atar el hecho a cierta veracidad, la única pista, la carta robada de Poe.


Esta versión de los hechos exige demasiadas casualidades, enormes complicidades y unos silencios que debieron acompañar a los pobladores hasta su tumba. El peón de la estancia sostuvo que esta tercer hipótesis era tan literariamente perfecta como a todas luces falsa. Adujo algunas razones políticas para su creación y esbozó unas reflexiones sobre la relación entre un pueblo y su pasado, en las que no vale la pena aquí ahondar. Dijo que el peor pecado de esta versión de la historia era la posibilidad, por cierto manifiesta, de que se vulnere la memoria de una heroína en pos de una elucubración cuyo mayor beneficio era, cuanto mucho, estético. 


Y, sobre todo: esta hipótesis coincide, línea por línea aunque con obvias adecuaciones espacio-temporales, con el relato de Borges sobre la muerte de Fergus Kilpatrick en “Tema del traidor y del héroe”. Allí Zoya es Fergus, el joven Lébedev es James Nolan y el peón de la estancia de mi madre es el narrador, Ryan. Uno de esos personajes me inquietó por años y paradójicamente no fue Zoya sino Lébedev. En su existencia o no estaba la resolución de esta historia y fue luego de un tiempo de intentar dar con su nombre que me convencí que la tercera de las hipótesis era ciertamente falsa. Apenas un juego literario de un peón de estancia con ínfulas. 


Pero si Lébedev existía, ¿fue él quien diseñó el escenario, el cartel en alemán, los uniformes, el ahorcamiento? Sabemos que en la muerte de Kilpatrick, la planificación recayó sobre Nolan y que éste, urgido por el tiempo, no pudo inventar sino copiar la trama de Shakespeare, el Macbeth, el  Julio César. ¿Por qué ese campesino ruso habría de urdir un plan que involucraba a Fawkes, a Shakespeare o a Lincoln?


Me atormentaba esta idea: que Lébedev hubiera dado con ese plan era posible: es decir, estaban las condiciones necesarias para que aquello sucediera. Pero, en cambio, no existían las condiciones suficientes, especialmente, porque faltaba la causalidad. Para que Lébedev existiera, debían existir registros de sus lecturas, antecedentes de ese vínculo con la literatura, para no hacer de este relato una apuesta por la confianza en el narrador sino una invitación a la comprobación empírica de unos sucesos. Sabemos que Nolan diseñó velozmente el plan que terminó con la muerte de Fergus Kilpatrick, pero no lo sabemos porque lo relata Borges, sino porque lo prueba Borges, allí donde descubre que James Alexander Nolan tradujo al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. No es una comprobación científica, pero lo es al menos en términos literarios. Aquella traducción es la condición suficiente para que ambas muertes se vinculen, sean la misma.


No hay nada, en cambio, que vincule así a Lébedev con el destino de Zoya. Nada que lo ponga en aquél espacio ni en aquél tiempo. Nada que lo suponga un personaje necesario en el relato, nada que nos permita describirlo como el único capaz, en toda la aldea, de urdir semejante plan. Sin ese personaje, la historia resulta, ahora sí, absolutamente falsa.


Hace algunos días, recibí en mi casa un sobre de papel madera con un libro dentro. No era sino otra biografía de Zoya, enviada por un amigo de la familia con quien conversamos alguna tarde sobre el destino de la joven partisana. Decía, en la dedicatoria: “En las tragedias de Shakespeare, la muerte de los héroes siempre está acompañada por el triunfo de una alta causa moral”. 


La frase, descubrí luego, era de la propia Zoya, de quien la biografía aseguraba “era una buena estudiante, y su asignatura favorita era la literatura, pasión heredada de su padre librero”. Entonces, comprendí. 




13/7/12

Blogs&bullets


Acá unos politólogos norteamericanos discuten con la idea de las revoluciones árabes como "hijas directas" de "los medios 2.0". Se llama Blogs and Bullets II: New media and conflict after the arab spring. Y es el dos, porque el uno decía esto


Algunas conclusiones:


New media outlets that use bit.ly are more likely to spread information outside the region than inside it. This could be significant if it led to a boomerang effect that brought international pressure to bear on autocratic regimes or helped reduce a regime’s tendency to crack down violently on protests. Clearly, however, this is not always the case, as the examples of Bahrain and Syria illustrate. But even where international pressure fails, the increased and transformed attention has reshaped how the world views these cases.


New media—at least those which used bit.ly linkages—did not appear to play a significant role in either in-country collective action or regional diffusion. This does not mean that social media—or digital media generally—were unimportant. Nor does it preclude the possibility that other new media technologies were significant in these contexts or even that different Twitter or link data would show different results. But it does mean that at least in terms of media that use bit.ly links (especially Twitter), our data do not find strong support for these claims of new media impact on Arab Spring political protests. 


It is increasingly difficult to separate new media from old media. In the Arab Spring, the two reinforced each other. While Al-Jazeera and other satellite television channels leaned heavily on Twitter and other online sources, new media often referred back to those same television networks. 

16/5/12

Integración o dependencia


Mañana, jueves 17/05 a las 19 hs., Fede, Pacho y Memo tocan en la Casa Patria Grande, sobre los ocho, nueve, diez temas en los que nos tenemos que poner de acuerdo todos los latinoamericanos.

Nos vemos ahí.

12/3/12

Lucas Carrasco, autor de La Cámpora




Lucas Carrasco, autor de La Cámpora.

A Silvina Ocampo,
la Laura Di Marco
con derechos humanos.


La obra visible que ha dejado Lucas Carrasco es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia anti kirchnerista no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores -si bien estos son pocos y calvinistas, cuando no masones, circuncisos o comentaristas de diarios online-. Los amigos auténticos de Carrasco han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de empañar su Memoria... Decididamente, una breve rectificación es inevitable.

Hay aquí (sin otra omisión que una novela cuyo nombre no puedo recordar, pues su autor jamás me la regaló, como tantas veces prometió) la obra visible de Carrasco, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta del prólogo, los agradecimientos y todos los capítulos del libro “La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner”. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese “dislate” es el objeto primordial de este post (tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Lucas Carrasco. Pero, ¿cómo atreverme a competir con las páginas áureas que me dicen prepara Fuerza Bruta?)

Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa de Lucas. Uno es aquel fragmento filológico de Novalis -el que lleva el número 2.005 en la edición de Dresden- que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Carrasco abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos -decía, generalmente a la noche, mientras hablaba mal de los porteños- para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Carrasco dedicó su vida a escribir un La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner, calumnian su cuestionable memoria.

No quería componer otro La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner-lo cual es fácil- sino "el" La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Laura Di Marco.

"Mi propósito es meramente asombroso", me mandó un mail de esos casi nada grandilocuentes, el sábado 10 de marzo, desde Paraná. "El término final de una demostración teológica o metafísica -el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales- no es menos anterior y común que mi poco divulgada novela, que ya te voy a regalar. La sola diferencia es que los filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas".

El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Desconocer bien el español, estudiar Sociología en la UBA, escribir actualmente en La Nación, publicar Las Jefas, de Editorial Sudamericana, dar conferencias sobre liderazgo femenino, citar bocha de fuentes anónimas, mandar una catarata de puntos y aparte que abulten el libro. Denunciar adulteración ante la circulación de una copia gratuita de su libro. Ser Laura Di Marco. Carrasco estudió ese procedimiento (sé que logró un desmanejo bastante infiel del español) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible!, dirá el lector que conocía a Carrasco. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser en el siglo XXI una escritora de covers de notas previamente publicadas en otros medios le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Laura Di Marco y llegar al La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner le pareció menos arduo -por consiguiente, menos interesante- que seguir siendo Lucas Carrasco y llegar al La Cámpora..., a través de las experiencias de Lucas Carrasco. (Esa convicción, dicho sea de paso, le hizo excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del La Cámpora... Incluir ese prólogo hubiera sido crear otro personaje -Carrasco, otro más- pero también hubiera significado presentar el La Cámpora... en función de ese personaje y no de Carrasco. Éste, naturalmente, se negó a esa facilidad.) "Mi empresa no es difícil, esencialmente -leo en otro lugar del mail-. Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo".

Noches pasadas, al hojear el capítulo I, reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: «Muchachos, hay algo que tienen que entender. En política, hay dos clases de tipos: los que trabajan para un proyecto colectivo y los cogedores sueltos.». Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde con Lucas, a orillas del Paraná:

Where a malignant and a turbaned Turk...


¿Por qué precisamente el La Cámpora...? dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un cordobés, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un entrerriano, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. "La Cámpora...-aclara Carrasco- me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjección de Edgar Allan Poe:

Ah, bear in mind this Barden was enchanted!

o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de imaginarlo sin el La Cámpora... (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras). El La Cámpora... es un libro contingente, es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez íntegramente. Mi recuerdo general del La Cámpora..., simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Laura Di Marco, que apenas luchó contra la censura que implica poner a circular gratis un libro. Mi complaciente precursora no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y, sobre todo, de la invención, la hija no reconocida de la escasez de fuentes. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a
sacrificarlas al texto «original» y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer el La Cámpora... a principios del siglo XXI era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; dos semanas después, es casi imposible. No en vano han transcurrido dos semanas, cargadas de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo La Cámpora. Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner”.

A pesar de esos tres obstáculos, el La Cámpora... de Carrasco es más sutil que el de Laura Di Marco. Casi que un tarro de dulce de leche al sol también es más sutil que el libro de Di Marco, pero no viene al caso. El texto de Di Marco y el de Carrasco son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza). Es una revelación cotejar el La Cámpora... de Carrasco con el de Di Marco. Ésta, por ejemplo, escribió (La Cámpora..., capítulo uno, página 17):

Kirchner está tomando un whisky. A su hijo Máximo, en cambio, le gusta más el fernet.

Redactada hace dos semanas, redactada por el "ingenio lego" Di Marco, esa
enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Carrasco, en cambio, escribe:

Kirchner está tomando un whisky. A su hijo Máximo, en cambio, le gusta más el fernet.

El fernet, más rico que el whisky; la idea es asombrosa. Carrasco, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. O eso es lo que Carrasco, suponía, nos daba a entender.

También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Carrasco – hombre del Interior, al fin- adolece de alguna afectación. No así el de su precursora, que maneja con desenfado, un desenfado que limita con el lenguaje adolescente, el español corriente de su época.

No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo -cuando no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria. El La Cámpora... -me dijo Carrasco- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. Carrasco odiaba los brindis. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.

Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decisión que de ellas derivó Lucas Carrasco. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Lo subió a RapidShare. Multiplicó los borradores, cuando se los bajaban del servidor; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas. Permitió que fueran examinados por todos y cuidó que le sobrevivieran.

He reflexionado que es lícito ver en el La Cámpora... "final" una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la "previa" escritura de nuestro amigo. Desgraciadamente, sólo un segundo Lucas Carrasco, Dios no lo permita, invirtiendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas...

"Pensar, analizar, inventar -me escribió también- no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será".

Carrasco (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del Gordito de MegaUpload y de las atribuciones certeras. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea gratis para que levante en cólera Homero, o los gestores de sus dividendos. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a James Joyce el Ulises, ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?

2/2/12

Conversaciones irreverentes con Luis Majul



Sin muchos rodeos, el ejercicio socrático de la conversación que practicamos tantas veces y que hoy nos toca con la mejor pluma de La Nación de los últimos cientocincuenta años.




Cristina, obligada a permanecer.

- La noticia no es de último momento

- Ah, ok.

- Ni sorpresiva.

- Claro, ¿vamos a comer algo?

- Ni inesperada.

- Ok, dejá, te llamo mañana a ver si tenés algo.

- Sin embargo,

- ¿Qué?

- ... impactará con fuerza en la Argentina de los próximos años:

- Ah, pillín.

- la presidenta Cristina Fernández hará todo lo posible por eternizarse en el poder.

- Me jodés, quién te dijo.

- Y usará todas las herramientas políticas para lograrlo

- Y me lo tirás así.

- Aunque se encuentren al borde de la legalidad.

- ¿De vacaciones o va y vuelve en el día?

- ¿Cómo se puede asegurar semejante cosa si todavía nadie lo ha dicho de manera explícita?, se preguntará el lector desprevenido.

- Efectivamente, es lo que me pregunto hace veinte segundos, desde que empezamos a charlar y ponés cara de interesante.

- Porque la necesidad de perpetuidad está grabada en el ADN de Ella, así como lo estuvo en la naturaleza de El hasta horas antes de su muerte.

- En el ADN. ¿Te...sentís bien, no? Mirá que lo del chaleco de fuerza es en las pelis nomás, te tratan bien, hay paredes acolchadas...

- Todo comenzó hace 25 años

- En la Isla del Sol.

- En 1987, cuando Néstor Kirchner fue elegido intendente de Río Gallegos por una diferencia de apenas 110 votos. Desde ese momento, ambos pasaron a formar parte del establishment político, y siempre se las ingeniaron para no volver al llano...

- No entiendo.

- ...entiéndase...

- Bueno.

- ...desde tomar un avión de línea hasta ir de vacaciones a los lugares más concurridos o hacer cola para cargar combustible.

- Ah, mirá qué vago, el establishment. Quién pudiera no hacer filas, Lucho.

- Son archiconocidas las maniobras y los enjuagues que ambos perpetraron en Santa Cruz para lograr primero la reelección de Kirchner cuando era gobernador y luego la reelección indefinida, por si la carrera a la Presidencia en 2003 resultaba trunca.

- Ajá, ¿por ejemplo?

- En su momento, el ahora juez de la Corte Eugenio Zaffaroni comparó el gobierno provincial con el nazismo, por su intención de convocar a una consulta popular para garantizar la reelección.

- El otro día encontraron una falacia y le pusieron ese nombre me parece. Lindo, el bautismo.

- ¿Y quién fue entonces el gran ideólogo que materializó los sueños de perpetuidad en Santa Cruz?

- La Cámpora. Eran chiquitos todavía, pero vieras vos qué voraces.

- El actual funcionario más poderoso después de la jefa del Estado: Carlos "el Chino" Zannini.

- Uh, perdí.

- Pero no sólo tienen antecedentes las operaciones reeleccionistas. También son conocidos los temores que confesó Kirchner después de entregar la banda presidencial a su esposa, cuando sostuvo que sin la expectativa de una nueva reelección, muchísima gente poderosa, a la que ellos habían enfrentado, iba a trabajar para meterlos presos.

- Qué locura.

- Es cierto que es una locura pensar que la Presidenta puede ser juzgada y condenada una vez que termine su mandato.

- Claro, es lo que te digo ahí arriba: qué locura.

- Pero este país se llama Argentina...

- Me estás jodiendo.

- ... y es el mismo que elevó a Raúl Alfonsín a la categoría de héroe civil y terminó pidiendo que se fuera del gobierno cuanto antes.

- ¿Es el mismo? Mirá, pensé que eran hermanos.

- Concentra la misma mayoría volátil que idolatró y votó dos veces a Carlos Menem y después lo transformó en "el innombrable" y gran culpable de todas las cosas.

- Pobre hombre.

- Por eso, entre otros motivos, Cristina está obligada a "ir por todo".

- Porque el país está loco. Es una buen incentivo para ir por todo, lo dice la ciencia política toda, de pé a pá.

- Ella lo sabe. Y todo el peronismo se lo ve venir. También Daniel Scioli.

- Daniel, ¿cómo anda el loco?

- ...quien...

- Daniel. Scioli. Vos lo trajiste al nombre, ¿en qué anda?

- ...en los últimos días ha tomado la íntima determinación de enfrentarla.

- Me estás jodiendo de nuevo.

- El competirá con Ella porque no pretende reformar la Constitución de la provincia para sucederse a sí mismo.

- Pará, ¿“Él” no era Néstor? Negro, tenés más personajes que El Señor de los Anillos, estoy perdido.

- Además, porque siente que tiene los votos para intentarlo.

- ¿Quién, Él o Ella?, ¿o Daniel?

- Antes de viajar a Francia, se dedicó a preguntar a los cristinistas de la primera y la última hora cómo creen que la Presidenta jugará sus cartas.

- Pero esperá, ¡loco del pronombre!, ¿quién?

- ¿Se presentará Ella o impondrá a un sucesor, como hizo Lula con Dilma Rousseff?

- Perá, ¿Ella era Dilma y Él Lula? Haber sabido antes, ni el agua ponía.

- ¿Irá por la reforma constitucional ahora que tiene una imagen positiva insuperable y el ajuste todavía no impactó en la mayoría de los argentinos o esperará hasta último momento?

- No sé, ¿cómo es en Brasil el temita de la reforma?

- ¿Entrenará a su hijo Máximo Kirchner, la persona en quien más confía, para que, llegado el momento, el poder se conserve dentro de la familia y no pase a manos de dirigentes en quienes Ella no termina de confiar, como Amado Boudou?

- Esperá, ¿Máximo es brasilero?, ¿y por qué no juega al fútbol para nosotros ya que está acá?

- Scioli sabe que el elegido no será él y que Cristina jamás terminará de confiar en Boudou.

- ¿Él lo decís por Scioli, Néstor, Lula, Máximo o Boudou?

- También supone, aunque no lo dice, que todavía Máximo no tiene la madurez política necesaria como para heredar a su mamá. En realidad, el hijo de Néstor y Cristina sigue siendo una incógnita para la mayoría de los dirigentes.

- Para mí todavía es una incógnita quién es Él. Dame una pista, te la pido cantando como José Luis Perales: ¿Y cómo es él?

- ¿Es un chico sin experiencia que se levanta nunca antes de las 10 de la mañana, juega todo el día a la PlayStation, quiso ser periodista deportivo y no pudo, y administra sin mayores esfuerzos la fortuna familiar?

- ¿En qué lugar se enamoró de ti?

- ¿Es un tapado que conduce con firmeza y bajo perfil la organización política que más poder acumuló en el gobierno desde la muerte de Néstor Kirchner?

- ¿A qué dedica el tiempo libre?

- ¿Es alguien que mamó durante años las intrigas del poder y por eso cumple con naturalidad su rol de comisario político?, ¿Fue él quien mandó a poner en capilla a Boudou después de recibir las desgrabaciones de las conversaciones telefónicas del vicepresidente, material que le habría proporcionado su amigo y número uno de la Secretaría de Inteligencia, Héctor Icazuriaga?

- ¿Por qué me preguntás las pistas, Luis?, si son pistas. ¿O tengo que adivinar cuál es cierta y me vas diciendo frío o caliente?

- ¿Es verdad que "corre por izquierda" a su propia madre, y el día en que Cristina Fernández dio su discurso ante la Unión Industrial Argentina Máximo la criticó con dureza porque lo consideró "funcional a la derecha"?

- Ah, son preguntas para mí. Dale, tirame otra.

- Para no tomar a pie juntillas a quienes subestiman y también a quienes sobrevaloran al hijo de la Presidenta hay un par de datos.

- ¿Y si tenés datos para qué me preguntás, hombre?

- Uno es innegable.

- Bueno, bien, es más de todo lo que me charlaste hasta hora.

- La jefa del Estado afirmó, más de una vez, que le presta muchísima atención a lo que dice, hace y sugiere Máximo.

- Mirá qué madre ejemplar, yo gritaba como un chancho en casa y nada.

- Otro pertenece al terreno de la psicología familiar

- ¿Este dato que viene ahora es todavía de los innegables o de los “mmm..., tomalo con pinzas”?

- Como muchas madres que aman a sus hijos varones, y en especial cuando se trata del primogénito, Cristina suele atribuir a Máximo capacidades y cualidades que no tiene, o que todavía no desarrolló.

- Tipo volar o enriquecer uranio con la mirada.

- Mientras se alimenta el misterio sobre las supuestas virtudes de Máximo...

- Alimentelo que tanta suposición le va a dar hambre, como cuando hablan de uno y se te calienta una oreja.

- ...los tiburones del peronismo...

- ¿Qué somos? Tiburones. ¿De quién somos? Del peronismo.

- ... incluidos los gobernadores con aspiraciones...

- Se busca gobernador con aspiraciones para grupo de tiburones del peronismo. Alto clasificado.

- ...piensan que Cristina Fernández elegirá, para continuar en el poder, la fórmula que le permitiría mantenerlo para siempre:

- ¡Dictadura, monarquía!, gané, vamos a la pile, Luis, me estoy muriendo acá al rayo del sol.

- ...una reforma hacia un sistema parlamentario que la ponga por encima de todo, aun de un cambio de gobierno en crisis, con una mayoría legislativa capaz de sostenerla hasta que a ella se le ocurra irse, o la salud le imponga su retiro.

- Sentime, ¿y la mayoría legislativa cómo la elige eternamente, tipo por decreto? Porque ahí la ciencia política medio se te enoja y te dice que es más tirando a autocracia que a parlamentarismo. Ojo, media biblioteca dice una cosa y con la otra mitad lo charlamos.

- Por supuesto.

- ¿Por supuesto qué?

- A partir del momento en que la Presidenta decida activar la jugada, el intento de perpetuidad será presentado como una nueva batalla heroica...

- Ah, vos decís que si es heroica, lo de la mayoría ya no le va a joder a nadie.

- ...se elegirá a los nuevos enemigos ficticios para llevarla a cabo...

- Claro, con eso vas tirando hasta que bombardee la ONU.

- ... y se pondrá al enorme sistema de medios oficiales y paraoficiales al servicio de un puñado de personas.

- Tipo, sale en 678 y chau picho. ¿Cuánta gente sabe de esto?

- No más de una docena de funcionarios con voluntad inquebrantable y ambiciones desmedidas.

- Y vos.

- © La Nación.

- ¿Luis?