15/11/10

Fausto

Cuento N° 24 de "El amor en tiempos del kirchnerismo". Hoy: "Fausto".


Fausto

Fue puro azar aunque, después, seguramente pensaron en que era todo parte de un plan más cósmico, más divino, tal vez más trascendental. Que los tres, por distintas razones, estén yendo en este momento, camino al mismo lugar, no puede ser más que la voluntad de un dramaturgo universal, de la fuerza de una entidad que no es sino el demiurgo del Universo. Que hayan entrado por tres puertas distintas al mismo hotel, con la certeza de que cargaban sobre sus espaldas la derrota de un gobierno que le había cambiado la vida a tanta gente. Y todo, por aquella noche fundacional.

También pudo haber sido puro azar que esa noche quedaran justo esos tres. Porque ese otro que se fue último pudo no haberse tenido que encontrar con ella, o algunos de esos tres pudo haberse ido a dormir un rato antes. Pero no. Así estaban dispuestas las fichas, y así jugaría el destino con sus tres juguetes. Los dejaría solos, en una terraza de esa casa que habían alquilado, cerca de la Avenida Córdoba, sentados en tres sillas plásticas, junto a la agonía de las últimas brasas. Intentaban adivinar qué era esa construcción que estaban mirando, un monumento de concreto de raíces espiritualmente soviéticas, que pudo haber sido un exagerado tanque de agua o el comienzo arbitrario de una autopista imposible. Tal vez, no lo sabrían nunca. Cuántas veces pensarían, luego, qué hubiera sido de sus vidas si en vez de haber tomado esa decisión funesta, se hubiesen mantenido especulando con el origen del monumento de concreto.

- ¿Pedimos helado? -dijo uno, y entonces el destino les soltaría la mano y caerían en las fauces mismas de la tragedia. Era verdad, pensarían, que el Señor obra de formas misteriosas. Quién hubiese dicho que el acto de proponer pedir un kilo de helado pudiese arruinar la vida de tres jovenes en una terraza cerca de la Avenida Cordoba.

Un democrático (por lo menos a la griega, aunque esta discusión sobre el carácter democrático del azar me exceda) piedra, papel o tijera decidió el reparto de tareas, y así fue que tuvo que bajar hasta la heladera a buscar el iman de la heladería “Fausto”. El otro llamó y pidió un cuarto de chocolate, otro de dulce de leche, otro de tramontana y el cuarto de banana. El tercero de ellos, es decir, quien todavía no había realizado ninguna tarea, realizó un chiste vinculando la elección de los gustos de helados (especialmente por el tercer y cuarto gusto) con la sexualidad de sus dos compañeros. Y se sentaron a esperar, mientras intentaron sin éxito retomar la consideración sobre el monumento de concreto. Porque enseguida uno de los tres, cuyo nombre no quisiera eternizar, abrió las puertas del Hades.

- Che, nos vamos a la B, ¿no?

Debo contarle al lector que, así, desnuda, esa frase tal vez no significa nada. Debo suplir las fallas de mis párrafos anteriores, y lograr resumirles un estado de situación. Explicarles que los tres amigos simpatizan con el club River Plate de la Capital Federal de la Argentina. Comentarles que, al momento en que estos sucesos acontecen, el club River Plate corre el riesgo, ante una serie de adversidades deportivas, de perder su categoría de Primera A e ir a jugar con equipos de la segunda división del fútbol argentino. Lectores extranjeros necesitarán, también, contar con el dato de que, junto a Independiente y su archirrival Boca Juniors, River Plate es uno de los tres equipos que jamás descendió a la B Nacional. Es decir, no es normal que River Plate descienda de categoría. Puesto en situación, el lector tiene el permiso de continuar sabiendo que esa pregunta sólo puede hacerse entre simpatizantes de una misma escuadra futbolística. Podría condenarlos en un tribunal de hipocresía si les relatase aquí los denodados esfuerzos por fingir una seguridad falsa ante miembros de otros equipos (especialmente frente a los del Boca Juniors), un convencimiento artificial y consciente sobre las serias chances del equipo de recuperarse y mantener la categoría. Pero sería fútil y, tal vez, vil. Lo que vale quizás contar es que, con sus matices, los tres estuvieron de acuerdo en las serias chances de su River Plate de perder la categoría, y dos de ellos encendieron sus cigarrillos, buscando algún consuelo químico. Pero el tercero, cuyo nombre aún menos voy a eternizar para que las fieras lo sometan al escarnio de la Historia, tuvo que contentarse con un discurso conmovedor.

- ¿Se dan cuenta, no? - y dejó un silencio teatralmente planificado.

- ¿De qué?

- De lo terrible que es que River se vaya a la B.

- No es para tanto, qué se yo... -intentó interrumpir otro, mintiéndose, pero el primero siguió.

- Porque no es solamente que tu equipo se va a la B. Es que sos de River y te vas a la B. Sos la generación que vio irse a River a la B. Se dan cuenta...

- Pero de qué, pelotudo.

- De que no vamos a poder hablar nunca más de fútbol. Nunca. No van a haber más asados en los que puedas hablar de fútbol desde una posición futbolística. Vamos a tener que hablar “de la Selección”, y nada más. Como las mujeres. Vamos a poder opinar cada cuatro años, durante el Mundial. Nos vamos a volver un ejército de “periodistas independientes” del fútbol. Tipos sin ideología, tipos que no defendemos nada... miserables, bah. Yo prefiero perder cinco a cero con Boca en un asado de veinte bosteros que tener que llamarme a silencio porque mi equipo se fue a la B. Nos vamos a volver parias. ¿Saben cómo va a ser? Va a ser como si te obligaran a ir con tu mujer a todos los asados del mundo por el resto de tu vida. Eso es. Nunca más un asado sólo de varones, nunca más hablar de minas, nada. Eso nos va a pasar.

Los tres se concentraron en el monumento de concreto, silenciosos por el nudo de la garganta. Hasta que uno remató:

- Yo prefiero que el Gobierno pierda las elecciones del 2011 antes que River se vaya a la B.

Lo pensaron. Se miraron entre sí. Evaluaron variables, compararon sus vidas, tomaron cuenta de sus situaciones personales, balancearon mentalmente el interés colectivo con el individual, les disgustaron los resultados, los repensaron. Todo, bajo el silencio de una noche de verano, que sólo sería interrumpida por el timbre. Los tres se movieron, más para distraerse de esa disyuntiva, que para colaborar, y llegaron casi al mismo tiempo hasta la puerta.

- ¿Quién es?

- Sí, habían pedido...

Y antes que el hombre pudiera terminar su frase, uno de ellos abrió la puerta y, observando la gorra blanca con la inscripción “Fausto”, lo completó:

- Sí, helado, es para acá, ¿cuánto te debo?

- No, me confundí entonces, no es helado. ¿Ustedes no pidieron un pacto con el Diablo?

Los tres quedaron atónitos, entre risas y confusión. El primero de ellos quiso cerrar rápido, temiendo que sea una maniobra distractiva para asaltarlos, pero el hombre del delivery alcanzó a poner el pie trabando la puerta.

- No, pará, es acá. Cerca de la Avenida Córdoba, me dijeron... - hizo un silencio y prosiguió. Sí, es acá, enfrente de la oficina de Mefistófeles -y señaló con la cabeza el monumento de concreto.

- Pará, flaco, ¿te sentís bien? Por qué no salís un poco afuera -dijo el tercero de ellos, ya un poco más asustado.

- “Que pierda el Gobierno en 2011 pero que River no se vaya a la B”...¿son ustedes, no? Firmen acá abajo, por favor, y les entrego el recibo.

Una fría gota de sudor se replicó por tres, en cada una de las espaldas. Voy a ahorrarles las posteriores incredulidades y las maniobras de acreditación del enviado de Mefistófeles, para apenas relatarle su resultado: la consumación de un pacto sellado con el Diablo para que el club River Plate no perdiera la categoría de Primera División, a cambio de que el Gobierno, de quien los tres eran partidarios, perdiese las elecciones de 2011. Un pacto que, firmado con una gota de sangre por cada uno de ellos, fue sellado con un pacto posterior de silencio. Pero firmar un pacto con el Demonio produjo algunas rispidices en esa amistad. Y no sería sino hasta el partido en el que River logró conservar la categoría, que los tres no volvieron a verse. Esa tarde, jugadores que semanas atrás eran incapaces de meterla en un arco iris, ahora repartían una delicia en el verde césped nunca antes vista. En diferentes puntos del Monumental de River Plate, sólo tres personas (y la hinchada visitante) no gritaron de alegría cuando River se salvó del descenso. Uno de ellos, incluso, creyó ver en el cocacolero, la cara del hombre con la gorra de “Fausto”, guiñándole un ojo. Pero vaya uno a saber.

Y habrá sido puro azar, o la última broma que les jugaría Mefistófeles, que los tres estuviesen yendo, en el mismo momento, al hotel donde el Gobierno recibía la noticia de la derrota electoral. No sabremos si habrá sido azar, o qué, que trabajando para distintos candidatos, para distintos miembros del Gobierno, en distintos proyectos que hacían a la campaña, ahora los tres se cruzaran en el mismo punto del hotel, y apenas levantaran la cabeza para mirarse. Los tres responsables.

Años después, la política los reuniría en algún asado en vistas a armar un candidato para la Provincia de Buenos Aires. Ninguna haría alusión a aquella noche trascendental, ni siquiera cuando la conversación se mudó al fútbol. Pero sí descubrieron, esa noche, en ese asado, que ninguno de los tres había pronunciado siquiera una sola palabra en esa discusión sobre fútbol. Haciendo memoria, notaron que desde aquél funesto encuentro en ese hotel, durante el 2011, no habían vuelto, jamás, a hablar del tema que otrora los apasionara. Entonces comprendieron que, en verdad, no hay posibilidad de salir satisfecho de un pacto con el Diablo. Y los tres temieron cuando uno de los comensales manifestó en tono jocoso que, de ser necesario, haría un pacto con el Diablo con tal de ganar las elecciones. Entonces sonó el timbre, y ese alguien se levantó:

- Debe ser el helado -dijo.

3 comentarios:

guille dijo...

Capo!!!

Marcela de Bernal dijo...

Grossísimo!

CEH dijo...

Tomás:

Esperamos que estés bien.

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